Quizás todas esas cosas ayudaran un poco. Pero lo que significó realmente una diferencia fue la sensación de realización que experimenté al vencer el miedo y al hacer cosas por mi cuenta y bajo mi responsabilidad. Finalmente, se hizo clara la:
Verdad 3
La única manera de sentirme mejor es... hacerlo
El «hacerlo» aparece antes de que uno se sienta mejor. Cuando se ponen los medios para que suceda algo, no sólo se disipa el miedo sino que se obtiene un gran premio por añadidura: se progresa mucho en el camino de la fe en uno mismo. Cabe predecir, sin embargo, que cuando uno ha dominado finalmente algo y se ha liberado del miedo, se siente tan bien que decide que quiere realizar algo más y...
¡Adivinen qué pasa! El miedo reaparece cuando uno se dispone a afrontar el nuevo desafío.
Durante los talleres y seminarios a que asistí en las primeras etapas de mi enfrentamiento con el miedo, me alivió descubrir algo que me hizo sentir infinitamente mejor.
Verdad 4
No sólo yo siento miedo cuando piso terreno desconocido, lo mismo les ocurre a todos los demás
Me dije: «¿Quieres darme a entender que todas aquellas personas a las cuales has estado envidiando porque no tenían miedo a emprender algo han tenido en realidad miedo? ¡¿Por qué no me lo dijo alguien?!».
Creo que nunca me lo pregunté. Estaba segura de ser la única persona que se sentía tan mal. ¡Aliviaba tanto advertir que yo no era la única que sufría! A partir de ese momento el resto del mundo me hacía compañía.
Recuerdo un artículo periodístico que leí hace años y que se refería a Ed Koch, el aparentemente intrépido alcalde de Nueva York. Ese artículo contaba que Koch había tenido que aprender a bailar un sencillo claqué con una compañía que realizaba un show en Broadway para una grabación de publicidad. ¡Costaba creerlo! Un hombre que había enfrentado a menudo a multitudes, que había tomado decisiones difíciles que influían sobre millones de vidas, que se había presentado ante el público en su carrera para llegar a alcalde... ¡Tenía miedo de aprender un simple claqué!
Si uno tiene conciencia de las verdades del miedo, no le puede sorprender el miedo del alcalde. El baile era una actividad que le ponía aprueba desde un sentido nuevo y, desde luego, se sintió asustado. Cuando practicó y dominó la rutina, el miedo se desvaneció y aumentó su confianza en sí mismo... Podía poner otra pluma en su sombrero, por así decirlo. Éste es, simplemente, el mecanismo del miedo... para todos nosotros. Dado que todos somos seres humanos, compartimos los mismos sentimientos. y el miedo no es una excepción.
Muchas historias análogas a la del alcalde Koch aparecen en los periódicos, las revistas, los libros y la televisión. Mientras usted esté en contacto con las verdades del miedo, oirá hablar de esas historias, pero, aunque las lea y vea a menudo, no advertirá los principios subyacentes que operan. Usted hasta puede relacionar las experiencias de otros, sobre todo las de las celebridades, con su vida. Hasta podrá creer que tienen suerte porque no temen a las situaciones nuevas. ¡No hay tal cosa! Todos ellos han tenido que vencer una enorme cantidad de miedo para llegar donde están hoy... y siguen intentándolo.
Los que han afrontado con éxito el miedo durante toda su vida parecen haber sabido, consciente o inconscientemente, el mensaje de este libro. Usted debe sentir miedo... y hacerlo de todos modos. Un amigo mío de mucho éxito, un hombre de los que se hacen a sí mismos que no permitió que nada se interpusiera en su camino, meditó sobre el título de mi curso, asintió y dijo: «Sí, así es como he vivido siempre mi vida, sin advertir conscientemente que eso es lo que he estado haciendo. No recuerdo no haber tenido miedo, pero nunca permití que el miedo me impidiera correr los riesgos necesarios para conseguir lo que quería. Simplemente, seguí adelante e hice lo que tenía que hacer para que mis ideas se materializaran... a pesar del miedo».
Si usted no ha tenido éxito al afrontar el miedo, es probable que nunca haya comprendido las verdades del miedo y que haya interpretado el temor como una señal para retroceder más que como una luz verde para avanzar. Ha tenido tendencia a jugar esos juegos de «cuando/entonces» que ya he mencionado. Lo único que uno debe hacer para hallar una salida de la cárcel que se ha impuesto a sí mismo es reeducar sus pensamientos.
Un primer paso en ese readiestramiento es decir las verdades del miedo por lo menos diez veces diarias durante el mes siguiente. Como usted no tardará en descubrir, ese nuevo adiestramiento exige una repetición constante. No basta con conocer las verdades del miedo; hay que seguir cultivándolas hasta que se convierten en una parte de nuestro ser... hasta que se invierta su conducta y avance hacia los objetivos deseados, en vez de retirarse. Por ahora, confíe simplemente en sí mismo y repita las verdades del miedo muchas veces.
Con todo, antes de que usted empiece, me gustaría que agregara una verdad del miedo muy importante a la lista. Usted puede haberse estado preguntando: «¿Por qué he de pasar por todas las incomodidades que implica correr esos riesgos? ¿Por qué no he de seguir viviendo simplemente mi vida como hasta ahora?». Mi respuesta a esa pregunta quizá le parezca sorprendente.
Verdad 5
Vencer el miedo asusta menos que convivir con el miedo subconsciente que proviene de un sentimiento de impotencia
Vuelva a leer esto. Sé que, de entrada, cuesta comprenderlo. Significa que, por seguro que uno se sienta en el pequeño capullo que se ha construido, vive, consciente o inconscientemente, con el miedo de que llegará eventualmente el día del ajuste de cuentas.
Cuanto más impotentes nos sentimos, más fuerte es la corriente subterránea de temor que proviene del hecho de saber que hay en la vida situaciones sobre las cuales uno no tiene control... como la muerte de una esposa o la pérdida de un empleo. Nos obsesionan las catástrofes posibles. «¿y qué pasaría si...?» El miedo impregna nuestras vidas. Tal es la inferencia irónica de la quinta verdad del miedo: la gente que se niega acorrer riesgos vive con una sensación de temor mucho más seria que la que experimentaría si afrontara los riesgos necesarios para hacerla menos impotente... ¡sólo que no lo sabe!
Puedo dar un ejemplo de lo antedicho con el caso de Janice, un ama de casa de edad madura que «planificó» su vida en forma tal que pudiera evitar la mayor parte de los riesgos. Janice se casó con un empresario de éxito que controló las vidas de ambos. Ella dejó que persistiera esa situación porque le resultaba más cómodo no hacerlo ella misma. Pero el refrán dice: «¡La vida es lo que nos sucede cuando hemos hecho otros planes!». A los cincuenta y tres años de edad su marido, Dick, tuvo un ataque que le dejó parcialmente incapacitado. Antes se ocupaban totalmente de ella y ahora era ella quien tenía que cuidar de alguien.
La transición no era fácil. Después de haber luchado con la ira que le causó pensar: «¿Por qué me ha sucedido esto a mí?», estaba ahora a cargo de proveer lo que hacía falta para que ella y su esposo sobrevivieran. Casi mecánicamente hizo lo necesario para aprender a manejar los negocios de su marido, tomando decisiones con respecto a su salud y despertando por las mañanas con la certeza de que todo estaba en sus manos. Poco después aquel envaramiento la abandonó, la niebla se disipó y descubrió un profundo sentimiento de paz que nunca antes había experimentado. Empezó a comprender el pesado precio que había pagado para que cuidaran de ella.
Antes del ataque de su marido, el cerebro de Janice había estado impregnado con la frase «qué pasaría si...». Siempre le preocupaba el futuro, nunca le inquietaba su presente. Había vivido con un permanente temor subyacente: «Dios mío... ¿Y si le sucediera algo a él?». A menudo, les había hecho notar a sus amigos: «Espero morir antes que él. No podría vivir sin él». Y pensaba que no podría... lo cual es una manera muy poco satisfactoria de caminar por la vida. Todo esto cambió cuando halló las fuerzas necesarias, que no creía tener. Ahora, sabe cuál es la respuesta a su pregunta «qué pasaría si...». Esa respuesta es «¡Lo afrontaré!».
Janice nunca se había dado cuenta de que vivía con un constante terror y ahora ese terror ya no existía. Los nuevos miedos nada eran comparados con los antiguos que afectaban a la supervivencia de ambos. Ahora su marido se había repuesto