Esa noche el lonco habló junto a la machi sobre las nuevas reglas de la comunidad. Los chicos de cinco a dieciocho años, a los que nos venían enseñando a leer y escribir, tomaríamos ahora clases de cristianismo. Todo terminaría en pocos meses con el bautismo huinca, que era algo que hacían los cristianos como nosotros después de nacidos.
Al decir esto, todos callamos. Nadie se animó a preguntar nada. Aunque no nos gustaran estas nuevas reglas las teníamos que aceptar. Yo miré a la tía buscando en sus ojos más palabras, algún consuelo, pensando que todo esto no era cosa que a ella le agradara. Pero la tía no estaba mirando a nadie.
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