(Querida Amui Leufu, empiezo a copiarle los papeles de la familia, para que sirva a sus propósitos. Como son muchos, a cada uno le acompaño una explicación, así no se confunde).
1. Esto es un Memorándum del gobierno provisional de 1957, veinte años después del desalojo, en este año la tierra de Chubut se hace provincia de la Argentina. Aquí se deja en claro toda la historia del desalojo y del arrebato de los campos que nos habían dado ya por el decreto 5047 del 3 de julio de 1908.
“Hace varios años el Dr. Lorenzo Amaya, amigo íntimo del Ministro de Agricultura de aquella época y con la complicidad de altos funcionarios de la Dirección Gral. de Tierras (1936), para lo cual había anteriormente venido preparando esta situación con una intensa campaña periodística denunciando falsos robos ante el Juzgado letrado de Esquel a los indígenas, obtuvo el levantamiento de la reserva que afectaba estas tierras”. “Se efectuó un Ofrecimiento Público de las mismas entre gallos y medias noches, tal es así que se evitó darle la publicación necesaria para que todos los pobladores de la zona pudieran presentarse y se alterara el término que establecía el ofrecimiento, resultando las únicas personas que se presentaron los hermanos AMAYA, Lorenzo, Nicanor y Gualberta, como así las interpósitas de estos que luego fueron descubiertas”.
“Obtenida la adjudicación se realizó el desalojo de las numerosas familias indígenas, se les quemaron las poblaciones, perdieron numerosas ovejas y algunos ancianos y niños que no quisieron abandonar sus casas fallecieron en el lugar, el resto deambuló por la costa del arroyo Esquel brindando un espectáculo bochornoso que conmovió la opinión del país que conoció esta situación por medio de la prensa. Sólo se salvaron de las llamas los ranchos que indicó el Dr. Lorenzo AMAYA, permanecieron en pie, luego con lo cual simuló haberlos levantado y construido por su orden” “El Congreso de la Nación conocedor de este brutal atropello solicitó del Poder Ejecutivo una amplia investigación, la cual aconsejó la caducidad de los arrendamientos a la familia Amaya y demás personas favorecidas y la restitución de estas tierras a los indígenas desalojados y al Ministro de Guerra. Decreto Nº 13806/1943
2. Nota recortada de una revista de Buenos Aires, llamada Caras y Caretas, casi treinta años después del decreto 5047 y poco antes del desalojo. El huinca Amaya ya estaba al acecho con sus amenazas, y para impedirlo Emilio y otros loncos viajaban a Buenos Aires seguidas veces para conseguir el título prometido de las tierras:
Emilio Prane, lenguaraz de la delegación. Aquí se debe aclarar que actúa de lenguaraz a los efectos de expresarse, la delegación, ante el presidente General Justo, por la claridad y precisión requerida; pero los demás hombres manejan el castellano y entre ellos así se entienden. Tiene 34 años; su hablar y su rostro denotan vivacidad, inteligencia, penetración.
Dejamos al lector los comentarios de esta nota, y seguimos apuntando la irónica situación en que se encuentran tales “entenados” de la patria, que ya se han gastado hasta el último centavo en ir y venir a la Casa de Gobierno. El hecho de vivir en el Hotel Inmigrantes los coloca jardín de por medio con las oficinas de la Dirección General de Tierras y Colonias, desde cuyas ventanas se los contemplará como quien mira unos antropomorfos destronados de nuestra fauna…
3. Documento que envía el Delegado de la Comisión Honoraria de Reducciones de Indios, a pedido de los pobladores de la Reserva Nahuelpan, 2 de agosto 1937.
“Este grupo de indígenas es un grupo de Argentina, autorizan al Señor Emilio Prane como representante de esta Tribu para gestionar sobre la tierra que ocupan, en esa Capital Federal a la Dirección General de Tierras”.
4. Telegrama de un señor llamado Alum Lloyd a Emilio Prane. Véalo, parece una burla. Se lo manda desde Esquel al Hotel Inmigrantes de Bs As, donde estaba el lonco esperando el título de la tierra sin saber que en ese mismo tiempo el ejército incendiaba nuestras casas sacándonos a la fuerza de allí.
“Su familia encuéntrase desalojada avise donde irán saludos”
IV
Somos moros, Petrona, porque no llevamos una cruz en el pecho. Así te van a llamar cuando los veas, no es para ofenderte, sólo somos diferentes.
Cipriano hablaba bajito para que el resto de los hermanos no se despertara con nuestra conversación. Era muy temprano todavía y todos dormían, menos nosotros dos, que éramos siempre los primeros, él por su trabajo, yo, por mis ansias de empezar el día.
Cipriano era, después del lonco, el que más se ocupaba en traer crecimiento a la familia. Trabajaba, con Pedro y Asencio, en las casas de los ricos en los alrededores del cerro Cuche, que estaban apartadas de las rukas. Tenían todo cercado, los gallegos, los ingleses, dueños de las compañías grandes. Yo nunca los veía, porque no se acercaban a nuestras casas. Cuando mis hermanos mayores volvían de sus trabajos les preguntaba por ellos, que cómo eran, cómo vivían, qué cosas les gustaban. Todo lo que conocía de los blancos me lo contaban mis hermanos. Mi padre hablaba poco de huincas, personalmente les tenía rabia, pero yo me daba cuenta que esquivaba el tema, pienso que para no formarnos una idea que nos aleje de pensar por nosotros mismos. Así y todo, nunca dejó de enseñarnos el patriotismo por la tierra donde vivíamos. Decía que éramos mapuches argentinos y teníamos que amar a ambas patrias, porque eran una sola. Los días 25 de mayo, 9 de julio, o el día de la bandera, nos sacaba afuera y nos formaba en fila, y cantábamos el himno nacional de memoria, frente a la bandera argentina que habíamos hecho las paisanas y que flameaba en la punta de un palo de caña.
Ese día el lonco había viajado al pueblo a comprar lana y víveres para el resto del año porque no entraba vehículo en todo el invierno. En aquel tiempo andaba afuera todo el día, tenía que estar en contacto con los guardabosques, solicitar una guía para vender leña, hachaba y hachaba. Juntando esto con la venta de los telares y matrones que tejíamos las mujeres y los sueldos de los hermanos hacíamos la vida. Ya no podíamos sembrar porque la tierra era mala y para cazar era poco lo que había.
Después que Cipriano y mis hermanos salieron, me preparé para hacer mi ruego diario, como cada mañana antes de la salida del sol; era el único momento del día en el que Dios y yo estábamos solos. Una vez que el sol se mostraba por las casas, Dios era de todos, sin tiempo para escuchar mis ruegos.
Salí toda cubierta por el cuero con que dormía, di vuelta a las casas corriendo, me paré, como siempre, en dirección a donde el sol nace y, empecé a decir, en voz alta, con los brazos y las manos abiertas al cielo:
-Neuen e Lumon F´Tachau femechi q´me chi pai gañi, que en lengua huinca sería: me estoy criando, quiero que Dios me de los huesos derechitos, inteligencia y fuerza para correr, para trabajar.
Siempre que terminaba el ruego, mis piernas, si amanecían doloridas, dejaban de sufrir y enseguida recuperaba la fuerza que había perdido en la noche, robada quizás por algún mal espíritu de lo oscuro.
Pero esta vez, al terminar, mis piernas seguían doliendo. Entonces, di otra vuelta a la casa y fue en ese momento que escuché el ruido. Venía del camino, un ruido seco, desconocido, que empezó a asustarme mientras más fuerte se ponía. Entré a despertar a la gente, temblaba de no saber qué era lo que llegaba a la ruka. Cuando salí otra vez, el ruido estaba convertido en un automóvil. Era la primera vez en mi vida que veía uno, para ese entonces tan comunes en las ciudades. Frenó a unos pasos nomás de donde estábamos. Se abrieron cuatro puertas a la vez y de todas bajaron sin decir palabra cuatro hombres y mujeres vestidos de negro. ¡Huincas! Dije yo, entre asustada y emocionada de mi descubrimiento. Al verles la cara de cerca, me decepcioné, porque, después de todo, se parecían mucho a las nuestras.