—Anda, pruébalo. —Elliot coloca el vaso en sus manos rozándose.
Toma un sorbo copiosamente.
—Encantador —dijo con voz ronca y tosiendo.
Un minuto incomodo de silencio inunda la cocina.
—Las reuniones son raras, ¿verdad? —Elliot trata de romper el hielo.
—¿A qué te refieres?
—Sí, mis padres se encargan de hacer estas reuniones para demostrarle a sus amigos que somos pudientes, aunque no es lo que dicen, es lo que yo pienso.
—Salud por eso, Elliot —pronuncia su nombre. Le cayó bien que recordaran su nombre, no todos lo hacen, muchos menos Elliot que se olvida del nombre de todos menos de los que se enamora.
Le cuesta creer que una persona como Fernando quiera entablar una conversación con alguien como él, de otra manera. ¿Por qué le estaría hablando solo a él y no a Cristale? Por ejemplo, ella era guapa y todos los hombres buscaban hablar con ella. Tomaron varios sorbos rápidos al whiskey, Elliot comienza a sentir cosquillas en su cara, ya estaba ebrio, estaba sonriendo más de lo normal y se reía de todo lo que Fernando le contaba.
Fernando sacó dos cigarrillos de su bolsillo, Elliot lo aceptó. Se sentaron en el patio a fumar. Elliot quería mostrarse confiado y decidido, pero no dejaba de pestañear de los nervios, aunque se sentía capaz de hacer lo que normalmente no haría estando sobrio.
Fernando seguía hablando con mucho entusiasmo y Elliot asentía como si le entendiera y estuviese interesado.
Él tomaba sorbos grandes de whiskey, Elliot le copiaba. Sigue sin prestarle atención por estar pendiente de su físico, sus ojos y sus labios, de vez en cuando le hacía preguntas, para que no pensara que no lo escuchaba. Era fácil para Elliot hacer innumerables preguntas a las personas que no conocía, solo tenía que estar pendientes de los últimos detalles que hablaban. Elliot quiere besarlo, pero si lo hace, ¿qué viene después?, ¿y si lo rechaza?, ¿lo contará a sus padres?
—Tenía cinco años, no conseguía ponerme un jersey y… —Elliot le da un beso en la mejilla.
Se quedan paralizados, todo fue incómodo, intenta besarlo otra vez y Fernando aparta a Elliot con la mano cerrada.
—¡¿Qué haces?! —Fernando se asusta y retrocede.
—Lo siento… Lo siento, no sé por qué lo hice, discúlpame.
—¡No soy marica! —Elliot se asombra y se siente insultado, pero lo deja pasar.
—Sí, ya, te entiendo.
—¿Está todo bien? —Suena la puerta corrediza abriéndose, Elliot se aparta de Fernando. Salieron todos, vaya momento.
—Sí, mamá, todo bien.
—Vinimos a agarrar un poco de aire. —Era la traducción para «Vamos a fumar unos cigarrillos».
—Elliot, tú estás estudiando, ¿verdad? —pregunta el padre de Fernando mientras prendía un cigarrillo.
—Sí, yo… —El Sr. Aguilera le interrumpe.
—Le está yendo muy bien en la universidad, estamos muy orgullosos de nuestro Elliot, de hecho ahora se está esforzando para una beca universitaria, es el segundo mejor en su clase.
Aquí vamos otra vez, el Sr. Aguilera siempre quería dejar a sus hijos como los hijos más ejemplares, pero lo desagradable es que todo sea mentira solo por el qué dirán; imagínense cómo se pondrá el Sr. Aguilera cuando se entere de que su hijo es gay. ¿Qué pasará con sus principios sociales y machistas?
—¿Ah, sí? Fernando va a optar pronto por una beca deportiva por sus logros y competencias en natación.
Padres, la vida es dura y llena de expectativas, no sean uno de ellos. Los hijos no son perfectos y a todos nos encantan nuestras imperfecciones.
Elliot mintió diciendo que tenía que ir al baño y se fue sin verle la cara a nadie más. Solo en su habitación se pone a pensar en Fernando, un nudo en la garganta se asoma y rompe a llorar. Corta un poco de hierba para fumar, el primer jalón no sintió nada, se acabó la pipa y no se sentía drogado hasta quince minutos después de estar mirando por la ventana, ahora se tiene que devolver a la reunión y todo le daba vueltas.
—¡Hola! —Era la Sra. Aguilera. «Maldición, el olor», piensa Elliot.
La saluda torpemente alzando la mano.
—¿Qué haces aquí? —pregunta la Sra. Aguilera, pero ella sabe muy bien todo lo que le incomoda a su hijo.
—No lo sé, fui al baño y quise a acostarme, ¿y tú? —miente.
—Ya quiero que se vayan, me duelen los pies y tu papá está necio y borracho otra vez.
—¿Qué hizo?
—No importa…. —responde con desgano.
—¿Y qué vas a hacer? ¿Estarás con cara de culo hasta que se vayan?
—Eso es lo que voy a hacer. —Su madre sonríe.
—Si quieres, te acompaño a tener caras de culo toda la noche.
—Mira, espera, quería que tomaras este regalo adelantado de cumpleaños, sé que tu cumpleaños es el 26 de diciembre, pero no me aguantaba. —Agarra su mano y le coloca un collar con una piedra verde.
—¿Y esto? Pensé que no te gustaban los collares en hombres.
—Este es especial, era de tu abuelo. Hijo, he notado que últimamente estás lento, con ojos rojos, quería alegrarte un poco…
—Mamá, pero es que…
—No, no, shh shh. —Coloca un dedo en sus labios—. No sé por lo que estás pasando, pero, hijo, estoy aquí para ti cuando quieras contarme algo, esto te va a proteger de cualquier cosa.
—Ok, gracias.
—Huele raro tu habitación. —Arrugó la cara.
—Es que abrí la ventana, creo que estaban quemando basura cerca.
Bajaron a la sala. La fiesta ya se termina. «Gracias al cielo», pensaba la Sra. Aguilera, todos quieren dormir. Cuando los invitados llegaban a casa de los Aguilera, todos eran alegres, pero cuando se iban, les sentaba mejor, aunque Elliot no se molestaría si Benjamin lo visitara todos los días, no lo dejaría irse nunca. Elliot los veía irse desde su ventana en el segundo piso. Fernando lo observó una vez más desde abajo hasta su ventana, y se fue sin más.
BENJAMIN
Llega a la universidad y Alba lo esperaba en la cafetería antes de entrar a clases, como costumbre. Ahí estaba ella, tez blanca, flacamente deliciosa y sus cabellos pelirrojos y rizados, en una mesa alta, Benjamin por lo general las odiaba.
—Hola, mi amor —saluda Alba cariñosamente—. Hueles riquísimo con ese perfume. —También era observadora con respecto a los olores en hombres, puedes casi pensar que está coqueteando contigo todo el tiempo. Benjamin no se lo admite a él mismo, pero lucha mucho consigo para no sentirse bajo presión en presencia de Alba.
—¿Qué tal estás? —pregunta Benjamin.
—Revisando mis apuntes, la perra de Bárbara no ha llegado. —Siempre se expresaba de la misma forma hacia Bárbara.
—¿Para qué quieres que llegue? —Benjamin deslizaba su dedo índice en el dorso de la mano de Alba, ella hacia caso omiso a este detalle.
—Hola, mis amores —saluda Bárbara y viene con Elliot.
—Hasta que te dignas a llegar, perra. —Alba arquea su ceja derecha hacia arriba.
—Mi amor, no molestes. —Bárbara hacía una ele con su mano en el aire y movía su cabeza de izquierda a derecha cuando