—Oye, eh, ¿Qué tal? —tartamudeaba.
—¿Huh? —Benjamin no sabe qué quiere.
—Sabes, eh, que yo no conozco a nadie en la clase y te vi pasar y quería saber si ya tenías pareja para el proyecto… Porque… No conozco a nadie.
—Ehh. —Benjamin también se encontraba en una situación difícil, un desconocido que no sabía ni que estaba en clases con él, te pregunta si puedes ser su pareja—. Sí, claro— aceptó la propuesta de Elliot amablemente—. Si quieres, dame tu número y me envías un mensaje.
En el fuero interno de Elliot, se encontraban fuegos artificiales explotando de felicidad. Aunque no haya sido una conversación para ligar, era la experiencia más cercana a ligar que había tenido Elliot en mucho tiempo.
—Nos vemos. —Se fue con prisa y Elliot aguanta sus ganas de besar el suelo y agradecerle al hada de las relaciones homosexuales que se cumpla su deseo de estar con Benjamin.
Después de eso, Elliot ha estado confundido con respecto a Benjamin, no cede su confianza del todo, solo es su amigo en clases y por fuera parece no querer nada. Dentro de él tiene la esperanza de que Benjamin tiene sus sentimientos reprimidos y que algún día saldrán a la luz. Le duele tener tantas dudas, pero no lo puede negar. Le encanta cuando lo desprecia, lo odiaba, pero sus desprecios y su misterio hacían quererlo más al muy hijo de puta.
Elliot se obsesionó tanto con Benjamin que lo acosó por redes sociales, aunque por desgracia no había mucho que acosar, apenas encontró su Facebook. Benjamin Nellgui no era un chico que le gustara usar sus redes sociales, apenas publicaba fotos y las que tenía eran de antes de entrar a la universidad. Se llama Benjamin por su padre, que llevaba el mismo nombre, su hermanito menor también. Su hermana mayor era fea, nada comparado al niño o a Benjamin, solo hay fotos viejas de su padre, estará muerto o vivirá en algún otro país actualmente.
—Hey, bro, ¿qué fue? —Elliot, desconcertado por cómo lo saludó, retiene sus sentimientos. Le era imposible no sentirse mal porque su crush se refería a él como un hermano más. Pretender no estar interesado en una relación era exhaustivo, Elliot era Helga y Arnold era Benjamin.
—¿Qué más? —responde Elliot.
—¿Ya estudiaste para el examen de matemática?
—Sí.
—Yo no —dice Benjamin con despreocupación.
—¿Por qué siempre haces lo mismo?
—¿Qué? —su voz se agudiza.
—Decirme siempre que tenemos un examen al que no estudiaste, pero aun así, sacas mejores notas que yo, que siempre estudio más que tú.
Benjamin sacó a relucir su sonrisa, que no era fantástica, pero no era menos linda.
—No te soporto. —Elliot coloca sus ojos en blanco.
—Bueno ya me voy.
—¿A dónde te vas? —dijo extrañado.
—Mis amigos me llevarán a casa.
—¿Me das la cola hasta la mía? —pregunta Elliot con esperanza.
—No lo creo… Me tengo que ir y ya me están esperando.
—Gracias —responde Elliot sin expresiones, pero muriéndose por dentro.
Increíble cómo le tenemos simpatía a las personas más desgraciadas, que no nos toman en cuenta, pero todos sentimos debilidad por gente rara. Elliot solo pensaba en el día en que pueda forjar una mejor amistad con Benjamin, y Benjamin solo pensaba en sus otros amigos, quizás alguna que otra chica con la cual follar, hacer deportes y, a veces, la universidad. Elliot no se encontraba ni cerca de sus prioridades, era un extra que daba vueltas a su alrededor.
Era medio día y Elliot debe volver a su casa. Un grupo de personas están reunidas y contándose sus cosas mientras esperan que los vayan a buscar en el patio de la universidad. Elliot siente envidia en el corazón por el hecho de no tener un grupo de amigos como ellos, tercer trimestre y apenas tiene a Benjamin, que lo deja botado al final de las clases.
El bus que esperaba Elliot llegó tarde, estaba abarrotado de gente, sin tener otra opción se sube.
—Buenos días —saluda al chofer, este no recibe respuesta.
Busca el asiento que estuviese más próximo a él y el único disponible era uno de los prioritarios. Se sentía muy cansado como para cederle el asiento a alguien más y, sin ver si algún anciano lo necesitaba, se colocó sus audífonos y se quedó mirando hacia la ventana mientras escuchaba una playlist llamada “Sad, Sad” mientras escondía su teléfono dentro de su ropa interior. No quería ser víctima de ningún robo y había sido avisado de que Lindblum era la capital de los hampones, de igual forma ya estaba acostumbrado a ser así de precavido.
Después de un rato largo observando las calles con baches, calles sucias y el tráfico en hora punta, caminó a casa. Sale del bus y el asfalto está que arde por el sol picante, llega hasta la sombra del techo de su casa. Se quita sus zapatos de cuero, su franela de Led Zeppeling la deja tirada en el suelo. Después de eso, siente como el calor se disipa, se siente aliviado en sus adentros.
—Hola, mamá.
—Hola, hijo. —Siempre se siente bien escuchar la voz de su madre al llegar a casa, era lo que más adoraba.
—Nada nuevo, todo normal, voy a cambiarme y luego vengo.
—Todo siempre es normal, si te digo «Elliot, ¿te gusta la caca de perro?» y seguro me dirías «normal».
Elliot sonríe.
—¿Quién dice la palabra “caca” mamá? En serio, mamá, a veces hablas como un teletubbie.
—Tú lo que quieres es que te lance la cotiza —le advirtió como suele hacer cuando siente que cada vez la confianza entre hijo y madre crece y crece.
Al entrar a su habitación, los aromatizantes de vainilla su madre están latentes; termina de cambiarse el resto de la ropa y se pone su ropa de casa. Su sensación favorita de todos los días, la sensación de que ya acabó un día largo en la universidad.
En la cocina, está su madre sirviendo el almuerzo. Su padre recién llegando junto con su hermana Cristale.
—¡Hola, familia!. —Este era su padre saludando todos los días al llegar a casa. Desde que pasó lo que pasó con Elliot, todos han decidido tomar una actitud más positiva alrededor de él, pero para él era un sufrimiento ver tantas caras felices y sentir que nada es real.
—Bendición —saluda Elliot de forma neutral.
—Dios te bendiga. —Elliot ya le cansaba saludar a su familia de esta forma.
—¿Llegaste temprano hoy? —pregunta Cristale.
—No, la verdad es que llegué más tarde de lo normal.
Después de unas cuantas preguntas triviales y sin sentido sobre cómo me fue, cómo está la universidad y las novias, los amigos, etc., preguntas introductorias a las de verdad: las clases, cómo le ha ido en matemática y qué tal cálculo. Era todo lo que su padre necesitaba saber y que convertían los almuerzos de todos los días en un sufrimiento.
—Bien —responde Elliot entre dientes y casi balbuceando y metiéndose cada vez más comida en la boca para tardarse al responder y pensar mejor lo que va a decir.
—¿Qué te enseñaron hoy?
Pensó unos segundos.
—No lo recuerdo.
—¡Pero si lo viste hoy!, ¡¿cómo no te acuerdas?! —Se le marcaba la sien y su mirada, esa