Sí… es imposible volvernos de repente silenciosos por una hora, silenciosos de corazón, si nuestro yo está instalado en el utilitarismo, o sea no en la sana practicidad de la vida cuando se hace concreta, sino en el extremo del pragmatismo que juzga la validez de todo según el resultado inmediato.
El utilitarismo pragmatista quiere ver resultados ya, pronto, que validen de inmediato a uno mismo por lo hecho ante los demás y ante Dios y ante uno mismo. Y vive en el tener bajo control las variables, no resiste la ventana abierta del misterio que exige otros tiempos y otros pasos; el existir pragmático quiere resultados, no discernimiento, y por eso aspira a demasiado y pretende, ya, todas las respuestas. No hay silencios de asombro, rumia y espera sagrada sino lo que mueve es ese eficientismo tan rápido en juzgar la vida y la acción según resultados medibles, ya, y que busca por eso fórmulas, slogans, ‘tips’, que garanticen control y resultados. No hay silencio en quienes se arman de mil frases que no dan lugar nunca a los asombros y a los necesarios “no sé”.
Sobre todo, no hay silencio cuando esta “vida-pragma” es motor de autovalidación, cuando es el secreto de mi autosatisfacción; pues en ese sistema operativo existencial mi tesoro, lo que realmente me mantiene vital, es mi propia acción.
Mi tesoro no es la atención al Otro, mi tesoro no es la fe -una concavidad desproporcionada, marial, abrahámica, que se abre a un Don en silencio y abandono-, sino que mi tesoro es mi actuar exitoso. En eso pienso todo el día. Estoy lleno de mí mismo. Estoy lleno de mi pragma. Porque la palabra que necesito en una ‘vida-pragma’, es la palabra útil; la palabra que sea una materia prima de mi actuar. ‘No necesito’, en esa existencia utilitarista y eficientista donde el eje soy yo y mi acción (a eso llamo ‘vida-pragma’), la atención sostenida en un callarme desde un ‘no-sé’ básico.
Ni le doy tanto valor a la palabra gratuita que “pierde tiempo”, ni la sapiencial orientada, no al actuar sino a la sabiduría, ni la mistérica que se pierde en las brumas de la nube de amor de Dios, ni la poética que se asoma al claroscuro de las existencias.
El pragmático consume las palabras como insumos. Su producto es su acción, y los silencios son apenas pausitas para tomar envión; le molestan, si debe soportarlos los llenan de lecturas utilitarias y productivas, pues nada realmente nuevo está el ‘hombrepragma’ abierto a recibir, parece que ya nada nuevo tiene Dios que decirle… El devoto del pragmatismo no discierne sino en base a conveniencia de necesidades inmediatas y resultados inmediatos, vive enchufado, se cree laborioso por haberse convertido en un mecanismo autoconvencido de que ese modo tan artificial, activista y pendiente de sus resultados, de habitar el mundo, es vivir, es amar, servir. Y así se repite, incapaz de creatividad verdadera porque es incapaz de contemplación; incapaz de intuición profunda de los demás porque es incapaz de desmantelar su hacer y quedarse desnudo en el puro ser, adonde el ser de los demás nos encuentra sin defensas, sin roles, sin cargos, sin curriculum, en el puro silencio, donde lo humano se vuelve elocuente sin palabras.
Cuando el ‘hombrepragma’, cuando la ‘mujerpuragestión’, intentan hacer pausas de silencio, que suelen a veces desear o añorar… lo sufren.
Pues el silencio, o se vuelve ecosistema -aún de las personas bien implicadas, aún de las personas en la ciudad y sus urgencias- o no llega a ser silencio fecundo.
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