Diez vectores a los que apunta este librito, junto con su ‘libro hermano’: “Si el Silencio te fecunda, el Encuentro te renace” …, para que se transformen en…
…diez caminos interiores, diez propósitos espirituales, diez semillas a sembrarnos:
Recuperar el silencio hoy para recuperar mismidad, libertad, humanidad e identidad.
Cultivar el silencio como un ecosistema que cuida la vida, la renueva y la fecunda.
Retirarse, crítica y creativamente de la palabrería vaciante, manipuladora y utilitarista.
Regenerar el silencio receptivo, que abre al tú de Dios y de los otros.
Enraizar desde un silencio de intimidad los encuentros humanizadores y la comunión.
Existir desde el silencio personal como cuna de una palabra significativa y dialogal.
Elegir la fertilidad de la escucha, que sólo el ecosistema del silencio sabe nutrir.
Resignificar el silencio de Dios, misterio ante nuestra fe asombrada, discipular, silenciosa.
Hacer del silencio receptivo la clave de la contemplación de Dios en el actuar cotidiano.
Reencontrar la fuente silenciosa de la propia identidad única, donándose desde el Tú divino.
El silencio, un don a recuperar, lejos de los extremos que desfiguran la palabra: la hostilidad callada, el miedo mudo, y la palabrería devaluada
Comenzar este viaje implica ajustar nuestros mapas. Y casi siempre, eso incluye distinguir localidades de nombres parecidos. A veces hay lugares con el mismo nombre en comarcas muy, muy lejanas.
Así sucede con el Silencio.
Hay un Silencio en la Comarca de la Vida; y es el Ecosistema más humano, el que necesitamos para ser receptivos, dialogales, contemplativos y fecundos.
Pero hay estaciones de silencios en algunas comarcas de muerte. Necesitamos descartar de entrada estos silencios que matan. Nuestro viaje también es aprender a evitar estos destinos.
En primer lugar, no hablo por supuesto aquí del silencio impuesto a los otros por intimidación, tortura del tipo que sea, chantaje; pues ese no es un silencio elegido sino una censura sufrida: y es siempre señal de una opresión intolerable.
Partimos del silencio como opción… ¿Opción humanizadora, de vida? Eso buscamos. Pero…
Pero aún debemos distinguir, como en todo lo humano, la posibilidad de pervertir esta opción, y hacer del silencio elegido un instrumento deshumanizador.
Ya sea como silencio hostil, como arma, como signo quizás de una herida que busca vengarse hiriendo más, éste es un silencio hecho ninguneo. Es un ignorar deliberado, una manera de quitarle al otro la palabra pues se le quita al otro su calidad de interlocutor, y se lo reduce a un ‘nadie’, ‘para mí tú no existes’.
O también, se pervierte al silencio elegido viviendo sólo en combativos silencios tácticos, que buscan solamente neutralizar las palabras que están por venir: silencios como radar, que no acogen sino detectan, detectan en función de un contraataque, receptan para agredir.
Todo lo anterior genera su fruto, de su misma especie: esos tipos de silencios mortíferos que parten en realidad de un ‘no escuchar’, llevan al otro a que se calle, lo llevan a su propio silencio de muerte, a la solitariedad, al aislamiento…, así son las discusiones, y los vínculos, cuando uno hace silencio sólo para destruir las palabras del otro y rebajar el ser del otro a la irrelevancia.
Y tantas veces, esta experiencia de coerción, moral, emocional, abusiva, colectivista, física, social, en que una persona es obligada a callarse, genera el silencio del miedo.
En todos estos sentidos, el silencio no se trata de ningún ecosistema.
Y ya no es una ‘nodriza de la palabra’ sino un ‘asesino de la palabra’. Y no es silencio un lugar de identidad personal sino de confusión, desidentificación, desvalimiento. Y no un manantial nutricio de la mejor expresividad, sino el desamor ejercido o sufrido donde está vulnerada la comunión.
Es que los humanos podemos hacer de cualquier dimensión humana, según con qué intención la vivimos, un lugar de vida o un lugar de muerte.
Y aquí estamos queriendo aproximarnos al tesoro del Silencio como dimensión vivificante. Pero no podemos hacerlo, si no reflexionamos acerca de sus formas deformadas, y del trabajo que implica pasar de la palabrería a la interioridad fértil.
La ternura, por ejemplo, también nos muestra esta doble posibilidad: está llamada a ser un lugar de vida; pero los humanos podemos contaminar la ternura hasta deformarla, pudrirla, y hacerla, ya deformada, un lugar ambiguo de posesividad y dependencia; y así devenir en cadenas de muerte.
También ocurre esta posibilidad con el silencio; en un extremo tiene estas dimensiones mortíferas. Es el silencio de los enemigos, el silencio desolador de la hostilidad.
Y también es mortal el silencio del no atreverse a decir las cosas que son. El elegir un silencio de miedo personal que nos aísle en el propio dolor. De esa dimensión me ocupo de alguna manera cuando, a lo largo de todo el libro “Santa Resiliencia”, pondero el valor de la palabra, y hablo de la necesidad de poner palabras, nombrar, alumbrar la verdad existencial.
Pues una de las claves del proceso de fortalecimiento y re-identificación existencial de la resiliencia, para quien transita desde adversidades, es la palabra: la palabra del diálogo en comunión de ayuda, la palabra con sentido que llamamos ‘logos’, portador de nueva vida y luz y belleza, la palabra asumida como trabajoso camino de verdad personal que desvela el ser, la palabra que desenreda la atadura mortífera, la palabra que intuye un ‘para qué de tanto dolor’ hacia una luz de esperanza.
Por eso, doy por seguro, amigo mío, amiga mía, que sabes y puedes cotejar en ese librito mi total afirmación sobre la convicción de expresarnos desde lo profundo de cada uno de nosotros; y por eso, estar seguro de que en estas páginas que lees no buscamos ‘que la gente se quede callada cuando debe hablar’; no buscamos un silencio de miedo, timidez, complicidad criminal, falso recato, ocultamiento de lo difícil u oscuro, de ninguna manera.
Pero… ambas cosas, palabra humana y silencio humano, van juntas: la palabra significativa nace del humus fértil de un silencio personal introspectivo, que sufre, medita, escucha, y así se hace capaz de su más propia palabra, dicha en su cantar, gritar y dialogar.
Por eso, en el caminar de estas páginas, buscamos recuperar el lugar maravillosamente fecundo de tu silencio. Que es tu saber estar contigo mismo, con los demás y con Dios, desde la fuente silenciosa de tu libertad e identidad.
Fuente silenciosa, lugar íntimo, a recuperar… en medio de tantas, tantas palabras que te vocean sus productos, que te dicen sus opiniones, que quieren formatearte desde afuera.
Sí: esa palabra inflacionada es la expresión devenida en palabrería. Es el falso compartir de lo trivial, un excesivo y abrumador compartir de voces, corrompido en palabrerío.
Si el silencio hostil o el silencio del miedo están en un extremo del ecosistema humano del encuentro con sentido, la palabrería ocupa el otro extremo. Y en realidad, da su tono al entorno habitual de la mayoría de la gente y las culturas. Ese palabrerío banaliza las cosas con su trivialidad, su vacío de sustancia, su superficialidad. Manipula al otro porque no lo deja al otro ser otro -ni siquiera a Dios lo deja ser Dios.
Porque discursear en exceso sobre el otro es presumir abarcarlo, es un acto de permanente invasión. El palabrerío mantiene en un lugar funcional la vida: hablo desde opiniones en boga que funcionan como automatismos no discutidos, hablo desde lo prejuzgado y preconcebido que diré siempre en tales y cuales situaciones y ante tal tipo de personas; es la respuesta que ya tengo, la frase que ya sirve, que cae bien o graciosa o utilitaria o que ya funcionó… No me vuelvo a hacer cargo de un emitir