Las brujas y el Linaje de las Montañas de Fuego. Ramiro A. Salazar Wade. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Ramiro A. Salazar Wade
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Языкознание
Год издания: 0
isbn: 9786079884864
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la sala.

      Dos golpes hicieron eco en la habitación, golpes que venían de la puerta de entrada. Fueron suaves y delicados. Sara miró a Peter, quien, entendiendo la mirada, caminó hasta la puerta para abrirla. Fuera se encontraba Romina con Aidan y Juliana.

      —¿Qué mierdas haces aquí? —pregunto Romina riendo y con cara de intriga.

      —Visitamos a una amiga de Sara. Es un encargo de la mamá —dijo Peter.

      En cuanto acabó de responder, miró al interior de la casa hasta que escuchó el sonar de los cascos de caballos. Dio unos pasos hacia fuera. Trató de ver de dónde venía el sonido. El miedo recorrió todo su ser. El sonar de los cascos parecía que venía de todas direcciones. Aidan apretó la mano de su novia; quería correr de nuevo.

      —Diles a tus amigos que pasen. No están seguros afuera —dijo Salomé con los ojos abiertos y una media sonrisa. Llevaba puestos unos jeans de mezclilla y una camisa vaquera amarrada que dejaba ver su esbelta cintura.

      —Pasemos —dijo Aidan desesperadamente, mientras se introducía en la casa llevando tomada de la mano a Juliana.

      La última que entró fue Romina, quien no entendía lo que ocurría, pero, aun así, entró en la casa. Todos se acomodaron en los muebles de la sala, mientras Salomé, en el exterior, murmuraba hechizos para protegerse. Regó polvos en todas las puertas. Los chicos se sorprendieron al ver al Cuervo. El cabello largo y la barba, aunados a su gran tamaño, le daban un toque peligroso. Se sentó en una silla de madera que estaba cerca de la puerta principal. Las patas de la silla se sumergían en vasos de cristal que contenían algún liquido incoloro.

      —¿Qué sucede? —preguntó Romina.

      —El pueblo está maldito —dijo Salomé entrando en la habitación con una copa en la mano—. Será mejor que se enteren: las noches ya no son seguras.

      6

      Luego de escapar de la prisión en la cual fue confinada por Sinaida, Helga logró llegar al pueblo de donde fue sustraída, siguiendo al amor de su vida. Se hospedó unos días en un motel, recabando información, buscando a Salvador. Se enteró de que el pueblo estaba maldito, por boca del dueño del motel, al cual hechizó y mantenía bajo su control. Las noches eran peligrosas. El pueblo lo supo de mala manera: seis desaparecidos en seis noches seguidas. Desde ese momento se inició un toque de queda. Pocos son los que se atreven a salir y los que deambulan en la noche lo hacen en grupos mayores de tres individuos. De Salvador y su familia se desconocía el paradero. Se fueron en cuanto empezaron los gritos al atardecer. No se sabía de dónde venían, pero todo el pueblo los escuchó alguna vez.

      Tres días pasó en el motel sin salir de su cuarto más que para hablar con Jacinto, el dueño. Por las tardes bebía un café y escuchaba de voz del posadero todas las noticas, chismes y sucesos del lugar. La tercera tarde le contó de una anciana que vivía en las afueras de la ciudad, que todas las mañanas pedía limosna en el mercado. Pasaba el día entero sentada bajo un árbol. Por las tardes partía a su vivienda. Lo raro era que no temía caminar por la noche.

      Al terminar de escuchar aquello, Helga abandonó el motel. Caminó por el pueblo en busca de la casa de la anciana. Escuchó los gritos que le contaron. Pensó que Jacinto se quedaba corto, ya que aquellos gritos eran terroríficos. Sin temer, siguió su camino. Sabía que no había ninguna bruja en el pueblo, solo una maldición de la cual nadie podía salvarlo.

      La noche cayó sobre Helga antes de llegar a la choza de la anciana. En la oscuridad logró ver una luz en lo lejos. Apuró el paso y llegó a la choza. Al tocar la puerta, nadie le abrió. Solo escuchó toser a alguien desde dentro. Golpeó más fuerte hasta que le abrieron la puerta. Jamás esperó ser recibida por su antigua maestra, Lenna Krohm.

      —¿Quién eres? —dijo su maestra—. ¿Ya viene por mí?

      —Soy yo, Helga. Helga Maron.

      —Recuerdo a una Helga, antes de perder la vista, de antes de perder mis dones. Pasa. No te quedes fuera si quieres seguir con vida.

      —No temo a la noche ni a la oscuridad —dijo Helga mientras entraba en la choza, sorprendida por la precariedad con la que vivía Lenna.

      —Me perdonarás, pero desde el accidente no tengo memoria, ni dignidad, ni talento, ni recuerdos. Dime, ¿a qué debo tu visita?

      —¿No recuerdas? —dijo Helga sorprendida—. Recordarás a Sinaida. Ella fue la que te maldijo. Por ella estás así.

      —Hija, a mi edad ya no recuerdo gran cosa.

      —¡Lenna! No pasas de los cuarenta años. Aún eres joven. El hechizo te está consumiendo. Por eso pareces una vieja, por eso estás ciega y sin memoria.

      Helga introdujo en su boca líquido que obtuvo de una botella que traía amarrada en su pierna. Enseguida lo escupió sobre su maestra, que no se percató de lo sucedido. Palabras y murmullos desprendería Helga mientras caminaba alrededor de Lenna. Una vez más, escupió pócimas sobre su maestra. Después de caminar alrededor de ella, se detuvo. Los murmullos eran más rápidos. Cerró los ojos. La oscuridad absorbió todo en la vivienda. Pequeños rayos de luz salían de Lenna, la cual cayó al suelo en extrañas contorsiones, gritando una y otra vez, hasta que la luz volvió, regresando todo a la normalidad.

      —¿Muchacha? —dijo Lenna levantándose del suelo con un nuevo semblante y con la vista recuperada al igual que su juventud —¿Dónde estabas?

      —¿Qué ha sucedido?

      —Fue Sinaida. Se volvió un Corazón Negro. Maldijo este pueblo. Cuatro cuerpos fueron sepultados en diferentes puntos, cubriendo de maldad el lugar.

      —¿Dónde está Sinaida?

      —Se ha ido. Tú igual deberás irte. Este pueblo ya no tiene salvación. Los cuerpos ya se volvieron tierra. Aun encontrando las tumbas, ya han pasado muchos meses.

      —No vine por ti.

      —Sé que no viniste por mí. Tú me acabas de matar. Al regresarme a la normalidad, desataste una sentencia de muerte sobre mí.

      —¿A qué te refieres?

      —Es una maldición de un corazón negro; me lo dijo. Si recuperaba mis dones, mi corazón se detendría —dijo Lenna mientras veía a Helga con lágrimas en los ojos—. En verdad te agradezco lo que acabas de hacer. Puedo sentir que te desarrollaste muy fuerte.

      Sin decir más, las dos brujas se quedaron viendo hasta que Lenna cayó en un estado catatónico. Helga pudo ver cómo su espíritu abandonaba el cuerpo. Sin mostrar sentimiento alguno, salió de la choza y retornó por el camino, escuchando todo tipo de ruidos raros que podrían hacer que un hombre valiente rompiera en temblores.

      Al llegar al motel, la esperaba Jacinto. La vio pasar sin que le dijera nada. Pudo ver su silueta, su bello rostro sin expresiones. Antes de entrar al cuarto, Helga llamó a Jacinto, quien corrió a su encuentro.

      —En la choza de la vieja de las limosnas hay un cadáver. Quiero que te encargues de ella, que la entierren, pero no en un panteón, sino a un costado de la choza. Sobre la tierra, coloca tres piedras grandes, del tamaño de un melón.

      No dijo más. Entró a su habitación y cerró la puerta dejando a Jacinto fuera, quien volvió a su lugar de trabajo.

      7

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