Es a partir de los átomos, destruidos y formados de nuevo durante miles de millones de años, que se forman las estrellas y los planetas de nuestro universo, incluyendo nuestro propio sistema solar y la Tierra. Y es a partir de los átomos existentes en este planeta que la vida se organiza y evoluciona. Cada átomo de nuestro cuerpo ha tenido su origen en la gran explosión. Somos de carne y hueso, pero también somos polvo de estrellas”. (“Biología”, Curtis–Barnes)
Energía y Energía Vital
Previo a analizar el sistema energético humano, considero imprescindible definir el concepto de energía, desde el universo de la física como del Yoga (energía vital).
Hasta principios del siglo XX la materia se consideraba diferenciada de la energía, definiéndose a ésta como la capacidad de transformarse en trabajo que posee una causa determinada.
Desde la publicaciones de Albert Einstein sabemos que la materia es energía condensada y la energía materia en estado radiante.
Para un físico de nuestros días el cuerpo humano es, en última instancia, una fuerte concentración localizada de energía e inteligencia. Veamos por qué.
Toda materia se compone de elementos. La menor cantidad de un elemento que puede combinarse con otro se llama átomo. Las partículas elementales (subatómicas) fundamentales que componen el átomo se cuentan por centenares en la actualidad. No obstante, a los fines de esta obra vamos a considerar solo tres: el protón, el neutrón (ambos conforman el núcleo) y el electrón, que gira alrededor del núcleo. Joliot–Curie, célebre físico francés, calculó que si pudiera constituirse un núcleo con toda la materia del cuerpo humano, agrupando todas sus partículas elementales sin dejar ningún espacio, el referido núcleo apenas sería visible con un microscopio común.
Por esta razón en el campo de la física se sostiene que el 99,9996% de nuestro cuerpo es vacío. Pero, además, que el 0,0004% de “materia” está compuesta por partículas subatómicas, en realidad un conjunto de fluctuaciones de energía que han asumido una forma material: la “función de onda” a la que hace referencia la física einsteniana, o la “dualidad de la partícula de onda” de la física cuántica actual (Bohr).
Precisamente el desarrollo de la física cuántica en los últimos 60 años profundizó este conocimiento. El átomo dejó de ser la partícula más pequeña del Universo, cediendo su lugar al quantum o cuanto: unidad de medida de la energía, y de la materia, por analogía. El cuanto es de diez a cien millones de veces más pequeño que el más pequeño de los átomos.
Indagar en este tema requeriría del lector tener una formación en matemática como para comprender integrales en tres dimensiones, por no decir en cuatro, que sonaría a exageración, sin serlo.
Por lo tanto, sin irnos del tema ni bajar el nivel general de esta obra, digamos que los “cuantos” están compuestos por “paquetes de energía” integrados por una gama de vibraciones invisibles, conformando lo que podríamos definir, a nivel de cuerpo humano, nuestra estructura básica de existencia. Hasta hoy....
Mientras mantengamos la armonía en este plano existencial, todos los demás superpuestos al mismo, lo estarán, y por lo tanto gozaremos de plena salud.
Es en este plano subatómico o cuántico donde se inician los procesos de salud/enfermedad, y desde él trabajo con mis alumnos–pacientes para alcanzar el estado de “súper salud” como me gusta definirlo a mí.
Pero ¿qué es la energía vital? Los yoguis la llaman Prana, un médico chino Chi, un terapeuta japonés Ki y un maestro egipcio Ka. Todos hacen referencia a lo mismo: a un tipo de materia que no se puede ver ni tocar pero que se siente como energía, transmite cualquier tipo de información y está en constante movimiento.
Cuando un médico formado en la Medicina Ayurveda le toma el pulso a su paciente en tres puntos diferentes, a dos profundidades, es ésta energía la que le transmite la información sobre el estado interno del mismo (órganos, glándulas, etc.).
Y lo hace desde el precedentemente señalado plano subatómico o cuántico de la persona. El plano de la energía estructural básica de su existencia humana.
Es dable aclarar que tanto en las prácticas yóguicas como de Chi–Kung avanzado generalmente se le llama energía vital, prana o chi (con minúsculas) cuando está dentro del cuerpo, y Energía Cósmica, Universal, Prana o Chi (con mayúsculas) cuando está fuera de él.
Como para la mayoría de las personas el prana es intangible e invisible les resulta sorprendente que se lo defina como material y real. Ello se debe, en buena parte, a que desconocen las experiencias realizadas en diferentes universidades del mundo, donde mediante el uso de instrumental científico de última generación han comprobado que esta energía que, por ejemplo, logramos transmitir a través de las palmas o dedos de las manos, se compone básicamente de rayos infrarrojos, electricidad estática, ondas electromagnéticas, ondas subsónicas y el flujo de cierto tipo de partículas.
Otro aspecto a tener muy en cuenta es que el Prana llena, ocupa, todo el Universo.
Debido a ello actúa como médium entre todas las formas y elementos que lo componen. La influencia de la Luna sobre las mareas, a pesar de hallarse a una distancia media de 380.000 kilómetros de los océanos, es posible debido a que el Prana actúa, precisamente, como un medio de conexión entre ambos. Y lo hace entre nuestro satélite natural y la naturaleza toda: plantas, animales, y por supuesto nosotros.
Los seres humanos estamos impregnados de este Prana, fundamentalmente, debido al acto respiratorio, y unidos con todo el Universo mediante este Prana: Este es, dicho de una manera simple y asequible, el principio de la unidad hombre–cosmos, un concepto importante dentro de las prácticas avanzadas del Yoga.
Es justamente por esta cualidad de médium universal que presenta el Prana que podemos utilizarlo para transmitir nuestros propios impulsos de energía a otra persona que se encuentra a nuestro lado o bien a gran distancia de nosotros. Como lo que enviamos es energía, ésta puede pasar a través de cualquier obstáculo que se interponga entre el emisor y el receptor de la misma.
Sin embargo no es tan sencillo de realizar. Requiere el cumplimiento de tres fases que demandan un adecuado tiempo de práctica. La primera es alcanzar la fusión del Prana o Energía Universal con nuestro propio prana o energía vital (bioenergía), logrando así la unión hombre–cosmos. Se logra mediante la práctica de Pranayamas muy específicos, que podríamos denominas “de tercer nivel”. La segunda consiste en transformar esa energía fusionada en energía mental–espiritual (mediante la meditación durante esas prácticas mencionadas), para recién después, en tercer lugar, transmitirla al receptor en forma de energía de armonización.
Dominarlas acabadamente requiere iniciar y culminar cada día con un tiempo dado a la oración y la meditación, incluyendo en estas prácticas una sesión de ásanas, pranayamas y ejercicios de meditación especiales, observando un régimen de alimentación y descanso adecuado, en el contexto de una vida de unión con el Absoluto.
En el próximo capítulo profundizaremos algunos aspectos del sistema energético humano.