El oso y el colibrí. Gonzalo Arango. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Gonzalo Arango
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Языкознание
Год издания: 0
isbn: 9789587205954
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el espíritu del hombre; por eso, aunque pasen los años y las sociedades se sucedan, Sarmiento perdurará en el tiempo y en el espacio, los supremos reformadores de las cosas.

      Y tantos otros patriotas y geniales escritores, que pasaron por el cielo tiranizados por la patria, pero que al menos la vieron nacer para la gloria y para la libertad; a esos también dedicó el sentimiento americano, una oración consagratoria.

      Y JOSÉ ENRIQUE RODÓ, el súper-hombre de América, mas no la inhumana concepción nietzscheana de la superación del fuerte por la destrucción del débil; más bien en la interpretación trascendente del hombre, que busca siempre lo superior en las jerarquías del espíritu; en la interpretación racional del hombre, que quiere encontrarse a sí mismo y que para culminar esta profesión de “ser hombre”, que predica como evangelio a los cuatro horizontes de América, quiere buscar en la acción la capacidad transformadora y la norma de vida.

      Por eso es para mí el superhombre o arquetipo americano, por la amplitud de concepciones, por sus sentimientos de universalizar la patria, que para él no es un suelo circunscrito por los horizontes uruguayos, pues él no era ciudadano de Montevideo, sino de lo que llamaba con noble sentido “La Magna Patria”, Hispanoamérica; porque él no concebía fronteras en esta comunidad de países, cuyos límites no eran sino artificiosas divisiones o una simple expresión geográfica. La magna patria es la que encierra los sentimientos espirituales y políticos de un pueblo, y en tal sentido, Hispanoamérica es hija de una sola espada libertadora que le dio estructura política y de una sola madre que le dio la herencia espiritual y religiosa de su raza.

      Su obsesión permanente era infundir el hálito de espiritualidad a aquella juventud en quien veía la única tabla de salvación y a la cual predica su evangelio generoso en las noches […] de Ariel, la biblia del porvenir americano.

      Ariel, es el título de la obra más idealista de la literatura hispanoamericana, encarna la conquista del hombre en los terrenos del espíritu. Sus personajes son evocados de La tempestad de Shakespeare, pero Ariel se personaliza humanamente en Rodó, lo mismo que su contrapuesto Calibán; son personajes corpóreos que viven en la realidad.

      En la concepción shakespereana, Ariel es un genio del aire, que a una invocación de Próspero y por un poder sobrenatural se transforma para hacerle el bien, ya en tempestad, ya en ninfa del agua, ora en aspectos multiformes según las circunstancias. Calibán es símbolo de torpeza, de esclavitud y sensualismo en la misma concepción, pero siempre circunscrita a invocaciones y conjuros.

      En Rodó los personajes son humanos, viven en la realidad, son los arquetipos de la especie. Más semejante los encuentro en caracteres, cuando los comparo con la magistral obra de Cervantes, en esa intuición de la realidad que encarnan en Don Quijote y en Sancho. Aunque los caracteres llegan a identificarse: espiritualidad en Ariel y Don Quijote, materialidad en Calibán y en Sancho, el fin que se proponen es distinto: en Rodó obedece a un motivo de idealizar la América sobre los vestigios de Calibán. En Cervantes el motivo es literario, aunque se vale de los mismos recursos; desea depurar la novela de caballería fustigando lo innoble y despreciable que la afean, para seleccionar lo bueno y superarlo. Lo fantástico e irreal campea en sus antecesores, son el motivo de reacción del Manco de Lepanto, que supera con su concepción cósmica todo lo que del género anda disperso en el ambiente. Ahí está la gloria del Quijote, en la humanización de los personajes y los caracteres; ese es el baluarte de Ariel, llegando a superar el motivo de La tempestad.

      Ariel es la preocupación por los nobles y altos problemas del espíritu, por sus valores más altos, es el dinamismo, es el obsesionado ante el vislumbre de la personalidad. Ariel es como un Goethe americano, siempre ambicioso de mayor luz y mayor superación.

      En América se consagra Ariel como majestad deslumbrante y olímpica en el panteón de Montevideo. Rodó en su vestal más entusiasta. Para mí, Ariel es la encarnación de Rodó pasado a vivir en sus ideas para adoctrinar la juventud. Calibán es el espíritu de la época y de la circunstancia histórica, materialista y despreocupada, que agota la vitalidad decreciente de la América.

      Pero estudiemos la obra de Rodó con fidelidad cronológica: en la Revista Nacional de Literatura y Ciencias Sociales, fundada por él en asociación de Víctor Pérez Petit, su mejor biógrafo y otros compañeros, refleja ya las inquietudes de su espíritu y empieza a cultivar los laureles que le prodigara con justo criterio la crítica continental, como una figura de relieves universales.

      Vislumbraba ya el ocaso del siglo XIX, era el año de 1897, las sombras del crepúsculo se confundían con el nuevo despertar. En este año publica El que vendrá, como una réplica a eso que llamaba con sabor nostálgico “La soledad del alma”. Refleja el libro nítidamente una profunda erudición literaria y artística, es una obra plena de ensayos críticos y originales, donde se nota un tinte inconfundible de americanismo, al exaltar los nuevos valores que en los campos del espíritu se habían sustraído felizmente a las circunstancias enervantes del ambiente, desierto de idealidad y plano de materialismo. Rodó es en la América de las más altas expresiones de crítica literaria; su afán por valorar los sentimientos estéticos de América lo consagra al estudio de la nueva generación: comentario y prólogos, ensayos críticos sobre obras americanas, constituyen el fondo de este libro. Taine le emocionaba con su “filosofía del arte” y fue en el Nuevo Continente su digno sucesor.

      Tenía solo veinticinco años, si se tiene en cuenta el tiempo con su criterio matemático, pero la preocupación del porvenir americano le había ya envejecido. La América entera recibió con asombro estas primicias de su ingenio, que solo eran un intento esquivo de su espíritu antes de fulminar el pensamiento americano con la gestación propicia de su Ariel; que aparecería en 1900 llevándolo al pináculo de la gloria.

      La expectativa del cercano florecer del siglo XX impresionaba su númen de profeta; el ocaso del siglo XIX lo llenaba de delectación melancólica porque había transcurrido sin que el hombre americano tuviera conciencia de sus propios valores. La civilización inundaba inmisericorde los campos del espíritu; la filosofía de Comte y de Spencer trajeron las consecuencias fatales de un positivismo fatal y disolvente; el utilitarismo se tenía como norma y disciplina de la vida; James lo complementa con su pragmática en estructura sistémica, y los sustentan Schiller en Inglaterra con el nombre de humanismo y Nietzsche en Alemania, y que para colmo de los ideales superiores del espíritu descartaba la autonomía del pensamiento, para circunscribirla a lo que era útil y estimulador de la vida. Falsas todas estas disciplinas del pensamiento filosófico, que trajeron como consecuencia natural una crisis total de valores filosóficos. Sin embargo, en América pocos se daban a estas especulaciones y menos podían hacer por rebatir sus inconsecuencias.

      En Rodó anidaba la convicción de que quizá el amanecer del siglo XX era el despertar de un nuevo espíritu. Se justifica esta razón por sus variadas modalidades psicológicas; Rodó se levanta en reacción con su prosa marmórea y eterna y clama por los fueros del espíritu, en esa obra que se llama Ariel, que todos recibimos con veneración y asombro y que parece ser una reflexión de la América sobre sí misma.

      Ya Ariel es un paso decisivo, aunque no definitivo en la vida literaria de Rodó; significa en su […], el eslabón que lo une a la inmortalidad y el primer peldaño que escala en su ascensión a la gloria.

      En Ariel plantea la incógnita del porvenir americano y no pasa indiferente ante el enigma, porque él antes que inteligencia privilegiada del arte, es un patriota que hace frente a sus problemas con las virtudes de su acción y de su pensamiento.

      Ariel es ya, no una incógnita ante el desconocimiento de la incógnita, sino una solución ante el conocimiento de la incógnita. Plantea el dilema al continente: o sea acepta Ariel como encarnación de los ideales puros de América; o se acepta a Calibán representación del espíritu mediocre, irracional y despreocupado. Ariel es el hombre, el dinamismo de la conciencia en la solución de sus problemas, la reflexión ante la visión de su destino humano y sobrenatural, es el hombre en que tanto soñó Sócrates, el creador de la cultura occidental, al fundar la vida humana sobre el “conócete a ti mismo”.