“Ese túnel que imaginé anoche, debe de ser el origen de la caverna en la que entré como Telésforo en el sueño”, concluyó.
EL DÍA ANTERIOR había comenzado a nevar desde muy temprano y la nieve había perseverado hasta la noche, así que pasaron casi todo el día en lo que ellos llamaban el hogar, es decir en la cocina, donde mantuvieron los dos fuegos, el de la chimenea y el del fogón, mientras a ratos conversaban y a ratos leían.
En la noche, entre ambos prepararon una sencilla cena de pan con jamón, queso y aceitunas, acompañada de vino tinto. Después fueron a la cama, todavía temprano. Emma continuaba leyendo la historia de Perceval, en la versión de Chrétien de Troyes: Li contes del Graal; pero más que leerlo, lo estudiaba con interés investigativo. Él tenía sobre la mesa de noche un arrume de libros, entre los que se podían distinguir Lo bello y lo sublime de Kant, una edición del Rosarium philosophorum de 1550, la versión alemana de El libro de las paradojas de Paracelso y una edición de bolsillo de L’inspector cadavre (El inspector cadáver) de George Simenon.
CADA UNO HABÍA TOMADO su libro y estuvieron leyendo en silencio a la luz de sus respectivas lámparas de aceite, hasta que ella hizo el libro a un lado para iniciar la conversación:
—Creo que debería asociarme con alguien para continuar mi estudio sobre las leyendas del Grial –dijo ella, un poco pensando en voz alta y otro poco dirigiéndose a Carl–. Tal vez este sea el símbolo que mejor reúne lo femenino y lo masculino.
Él no respondió de inmediato. Siguió leyendo hasta encontrar un punto aparte, y después pensó en lo que ella acababa de decirle. Entonces fue cuando recordó El secreto de la flor de oro.
—¡Qué curioso –dijo–, nunca antes había visto el parecido que hay entre el Grial y la flor de oro!
—¿A qué te refieres?
—Al hecho de que una copa es la estilización de la flor. La copa puede simbolizar la flor y la flor la copa.
—¿Cuál es el parecido entonces?
—Esto significa que la copa y la flor se implican mutuamente como símbolos.
—Eso lo entiendo, pero quiero que me digas lo que tú ves como relación entre el Grial y la flor de oro.
Emma, que estaba acostada en la orilla derecha de la cama, cambió el separador y después puso el libro sobre la mesa que había del lado de su cabecera. Entre los temas de preocupación de su esposo, la pregunta por lo femenino, especialmente por lo femenino interior, era lo que más le interesaba.
Él siguió:
—Por tratarse de una copa, el Grial constituye el yin, lo femenino; pero, al ser un cáliz, también representa la divinidad. El metal del labrado corresponde a la piedra filosofal. La flor, lo que se abre, simboliza lo femenino en esencia, el cáliz lo significa en tanto recipiente que espera un contenido.
En las palabras de Carl, Emma sentía que su esposo estaba llegando a un momento crucial en su búsqueda como investigador, intuición que no era capaz de verbalizar o siquiera pensar. Algo en el fondo de sí le advertía que Carl había logrado la madurez de conciencia que muy pronto le habría de permitir el paso definitivo hacia la madurez del espíritu. Pero esto era algo que sentía. No lo sabía. Solo lo intuía y, tal vez ella lo percibía con mayor nitidez que él mismo.
Carl continuó:
—Oro y luz también se identifican, oro significa luz, el principio activo que ilumina. La flor de oro es entonces la reunión de lo masculino y lo femenino como esencia constitutiva, la integridad del ser.
—¿Quieres decir que la flor de oro, un símbolo oriental, es semejante al Grial, un símbolo occidental?
—Tal vez no del todo, pero sí en parte. El Grial, el cáliz de oro, simboliza esa integridad, la plenitud del ser.
—Según eso, ¿cómo explicas tú la búsqueda del Grial?
—Como el anhelo de la integridad perdida. La vida es la pérdida de esa integridad y la muerte su restitución. La plenitud es la presencia de la vida y de la muerte en el mismo instante. La flor de oro y el cáliz son maneras de representar esa plenitud.
MIENTRAS LE HABLABA así a su esposa, por su mente pasaban las diversas imágenes de la flor de oro que había contemplado, desde la representación estilizada de un loto en el pantano, hasta el círculo cerrado por los dos peces que constituyen la pareja de opuestos. Y este hecho inspiró una nueva asociación entre la flor de oro y el crisol de los alquimistas…
“Después de todo, tal vez haya más similitudes entre Oriente y Occidente de las que nuestra ignorancia nos ha permitido comprender hasta ahora”.
Y esta conclusión había llegado sin que en ese preciso instante recordara lo que Wilhelm le había señalado en 1928:
“Tu karma, doctor Jung, consiste en vivir como europeo en esta encarnación, para poder recordar, con la debida distancia, tu pasado oriental”.
LA CONVERSACIÓN DE LA PAREJA, ya bajo las sábanas, continuó un rato más.
Después, Emma se dio vuelta para entregarse al sueño, con la firme intención de, en adelante, intensificar el estudio de las leyendas del Grial. En ese momento había sentido un fuerte impulso de llevar a cabo la investigación, pues intuía que podía seguir una línea que constituyera un verdadero aporte a los trabajos de su esposo y, al mismo tiempo, lograr sus propios descubrimientos. Pensó en Marie Lou Von Franz, discípula de Carl desde hacía unos diez años, como la persona más apropiada para este propósito. A él lo veía muy ocupado en sus estudios de alquimia, inmerso en una montaña de símbolos, en la que había ruñido durante los últimos dieciséis años, sin que todavía se pudiera decir que había llegado a una noción de lo humano o de lo inconsciente, más completa o esclarecedora de lo que ya había expresado ocho años antes en el círculo de Eranos.
No obstante, últimamente él venía preparando dos trabajos monumentales sobre Psicología y Alquimia uno, y el otro sobre el Mysterium Coniunctionis, que eran el resultado de esa búsqueda.
Y, mientras ella se dormía, él había iniciado uno de esos viajes interiores que lo conducían por laberintos y cavernas oscuras, en los que se encontraba con enanos misteriosos o cadáveres del héroe rubio, Sigfrido, flotando en un río de sangre.
Ese era el contexto en el que decidió releer su homenaje póstumo a Richard Wilhelm.
Después también se durmió y, bajo la forma de un Telésforo, entró en la biblioteca de la caverna subterránea.
Así le había llegado el sueño que ahora, despierto, empezaba a interpretar mientras se calzaba y se cubría para dirigirse al hogar, con la intención de prepararse el abrigo de una taza de té.
Esperaría a que dejara de nevar para emprender una caminata por el bosque de Böllingen.
COMO YA ESTABA listo para iniciar su paseo alrededor del lago, pero la nieve no cesaba de caer, decidió sentarse en el sillón de su cuarto de trabajo, frente a la ventana, para contemplar el paisaje todavía en sombras de las extensas aguas.
A pesar de que venía de un sueño tranquilo, su rostro lucía cansado. Había puesto la pipa entre sus dientes, y de esta salía una cortina de humo que aromatizaba el recinto y le otorgaba a su rostro un aire meditativo que lo hacía ver muy lejos de la realidad empírica de Böllingen y muy cerca de las profundidades del alma.
Su expresión