Sexo, género y gramática. Academia Chilena de la Lengua. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Academia Chilena de la Lengua
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Документальная литература
Год издания: 0
isbn: 9789563247855
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haciendo constantemente por parte de los lexicógrafos de las academias que integran la ASALE. Celebramos la coincidencia de la aparición del documento oficial de la RAE sobre lenguaje inclusivo en los momentos en que entregábamos a imprenta nuestro libro, y agradecemos la posibilidad de incluir este apéndice.

      El léxico es, como se dice en estos trabajos, el elemento de la lengua que resulta más fácil de modificar. La gramática, por su parte, se aprende y se utiliza en gran parte de manera inconsciente, y la mera voluntad y la información no bastan para alterarla; si se llega a producir un cambio, será mucho más lento y probablemente abarque un tiempo superior al de una generación.

      Esto nos lleva a una idea final para esta presentación. Al terminar el acto público, hubo ocasión de repetir y subrayar la diferencia entre la lengua y el discurso. La discriminación sexista se aloja sobre todo en este último, es decir, en el uso que los hablantes hacen de su instrumental, que es la lengua. En los prejuicios y frases hechas que reflejan el ancestral desprecio por la mujer, en la repetición irreflexiva e insensible de fórmulas que ya no corresponden a nada objetivo. Las academias resisten la idea de que sea la lengua misma la que aloja los prejuicios; más bien sostienen que la lengua, como instrumento, refleja males que no se arreglarían modificando la gramática. Para ello sería necesario modificar los hábitos de la sociedad.

      No hay duda, sin embargo, de que se ha introducido una inquietud más en el ámbito del lenguaje al incorporarse al debate el tema del género, no ya en términos gramaticales, sino sociales. Lo demuestran los usos de la x, la arroba @ o la “e” para indicar una especie de género neutro. Se dijo muy bien en la conversación final con el público: es “un espacio que perturba, que hace vacilar”. Ese espacio da testimonio de una incertidumbre, de una sospecha, de una interrogante. En torno a ese espacio se ha armado este libro.

      Adriana Valdés

      Directora de la Academia Chilena de la Lengua

      Enero 2020

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       Son demandas que existen, que nadie podría desconocer y que tienen una fuerza, una ansiedad tal que se expresan en formas poco racionales o muy improvisadas, como esto de las arrobas o de las equis; el primer problema que tienen todas esas soluciones es que son impronunciables, ¿verdad? Los que trabajamos en la radio tendríamos severos problemas para enfrentarnos con eso y con las e.

       Cualquier uso que signifique dificultades de comunicación es, para nosotros los periodistas, una barrera infranqueable.

       Ascanio Cavallo 1

       ¿LENGUAJE PARA TODES? Por Alejandra Meneses

      En el 2018 ha resurgido el debate sobre el lenguaje inclusivo. Nuevamente, las y los universitarios chilenos se han movilizado para dar voz y vida, esta vez, a una nueva versión del movimiento feminista. En los petitorios se ha demandado el uso de un “lenguaje inclusivo”, en particular, no sexista. Estamos, sin duda, viviendo transformaciones sociales y culturales notables que problematizan la construcción de la identidad a partir del sistema formal binario hombre-mujer.

      Como plantean Stahlberg, Braun, Irmen y Sczesny (2007), el debate sobre una lengua no sexista no es un tema actual, sino que se ha sostenido por más de 30 años y convoca no solo a la lingüística, sino también a disciplinas de las ciencias sociales tales como la sociología, la antropología, la etnografía, entre otras. Valdivia (2019) señala que la cuestión del lenguaje inclusivo “trata de políticas de identidad que atraviesan y cuestionan esencialismos basales de nuestras sociedades patriarcales. Es la demanda por el derecho de ser nombrada y, por lo tanto, de existir. Esto en el entendido del poder y potencia constructiva y performática del lenguaje”.

      El debate sobre el lenguaje, entonces, nos interpela a cada uno de nosotros en cuanto ciudadanos a hacernos conscientes de las palabras con que nombramos y nos nombramos. En la construcción de la realidad social, las representaciones, relaciones e identidades están permeadas y son constantemente producidas y (re)construidas por las elecciones lingüísticas que hacemos. Cada vez que producimos un discurso, consciente o inconscientemente manifestamos y materializamos nuestros preconstructos, los que se han ido formando intersubjetivamente. Solo desde una visión estructuralista la palabra es aséptica y objetiva. Como plantea Álvarez (2006), “no hay palabra neutra. Solo en el silencio de las relaciones sistémicas abstractas, las oraciones no comprometen a nada ni a nadie. En la comunicación real, toda palabra es compromiso” (p. 169).

      Las movilizaciones estudiantiles del 2018 no solo han instalado la necesidad de prácticas y políticas que promuevan mayor visibilización de las mujeres, sino que también establecen la necesidad de mayor reconocimiento para la diversidad de géneros. Como plantea Matus (2018), la conceptualización del género —no a partir de diferencias de sexo biológico—provee un espacio para cuestionar el modo en que representamos y construimos nuestras identidades en la sociedad actual, tensionando una visión patriarcal y jerarquizada y proponiendo una perspectiva transformadora. Por tanto, las reivindicaciones de colectivos y sectores reclaman el derecho de que todos los cuerpos sean reconocidos y puedan circular libremente en nuestra sociedad.

      Los petitorios universitarios resonaron hasta alcanzar la prensa en junio de 2018. Los titulares centraron el debate del lenguaje inclusivo en el uso de la “e”: “Compañeres y alumnes: álgido debate sobre el lenguaje inclusivo”, “¿Todos juntes? El lenguaje inclusivo como batalla cultural”, “El habla que viene: el lenguaje inclusivo en disputa”. En marzo de 2019, vivimos una de las mayores marchas para el 8M con una Alameda repleta de colores y voces mostrando la envergadura de este proceso histórico y cultural de transformación social.

       Algunas distinciones: lengua, discurso y género

      Desde la lingüística, se requieren algunas distinciones para participar en este debate. En primer lugar, no es lo mismo lengua que discurso. Como plantean Charaudeau y Maingueneau (2005), la lengua es definida como un sistema histórico y compartido por una comunidad lingüística para representar la realidad social, para establecer relaciones sociales y para construir discursos en distintos contextos. La lengua es utilizada y continuamente (re)creada por sus hablantes a través de los discursos construidos que responden a una variedad de propósitos sociales y comunicativos.

      Por su parte, el discurso refiere a los distintos usos de la lengua para la construcción de sentidos en contextos particulares y a través de los cuales se materializan las prácticas sociales y culturales. Por lo tanto, podemos afirmar que en un cierto sentido la lengua —como sistema— no discrimina, sino que somos nosotros, sujetos hablantes, quienes en los discursos que construimos hacemos elecciones lingüísticas discriminadoras. ¿Qué le decimos a una mujer cuando la denominamos “niña”? ¿Qué representación tenemos de las mujeres cuando por años les hemos dicho que deben ser “discretas” y que “calladitas más bonitas”?

      En los lienzos y pancartas alzados durante las movilizaciones, las universitarias han cuestionado estas representaciones: “calladita no me veo más bonita”, “las niñas nunca deben tener miedo a ser inteligentes”. A estos ejemplos podemos sumar todos los estereotipos de género, “los hombres no lloran”, “a ese se le quema el arroz”, y así podemos seguir y seguir. En las conversaciones que sostenemos a diario en los espacios públicos y privados, en los contextos de mayor formalidad, así como en las interacciones más cotidianas, vamos —a través del discurso— construyendo imágenes de lo que significa el género. En el caso de la mujer, históricamente se ha ubicado en el espacio del silencio o en el de la copucha, que es otro modo de dejarla sin la posibilidad de tomar la palabra. En estos ejemplos se evidencia la desigualdad en los modos en que nos relacionamos: el género masculino ha ocupado históricamente una posición de poder