Querido Milo. Angélica Dossetti. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Angélica Dossetti
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Книги для детей: прочее
Год издания: 0
isbn: 9789561234475
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Milo, sentí tanto miedo, tanto, tanto...

      –¿A qué te refieres, Ema? –Levanté la mirada y me encontré con sus ojos.

      –Dime si todas las personas se mueren cuando tienen leucemia, como el abuelo Pepe. –Se me nubló la vista.

      –Algunas personas mueren y hay otras que se mejoran. ¿Por qué me lo preguntas? –Se encuclilló frente a mí.

      Sentí que todo mi cuerpo se estremecía y que un calor súbito se apoderaba de mi cara. Y sin poder soportar más el dolor en la garganta, lloré, lloré como nunca en toda mi vida había llorado. Lloré por la gente que se muere, por los que viven, por los que sufren. Lloré porque yo misma me daba pena, sentada en el rincón de la sala, impactada con la noticia terrible que acababa de conocer y que primero me había aturdido, pero que luego había comenzado a ahogarme por dentro. Lloré porque no pude evitar pensar en ti ya muerto y me daba una pena infinita imaginar mi vida sin tu compañía.

      –Milo tiene leucemia –dije, cubriéndome la cara con las dos manos.

      –¿Qué estás diciendo?... ¿De dónde sacaste eso? –A mamá se le esfumaron los colores del rostro.

      –Hoy vinieron las chicas y me lo contaron.

      –¿Sofía y Cote?

      –Sí.

      –¿Estás segura?

      –No sé, fue lo que ellas me dijeron... pero, ¿por qué me mentirían con algo así? –Mamá me abrazó con todas sus fuerzas mientras yo continuaba llorando.

      –Tranquila, mi gorda, mañana iremos las dos a hablar con la mamá de Milo. Así aprovechamos de verlo y averiguamos en qué podemos ayudar.

      Qué noche más larga, más oscura y más helada. El sonido del puntero de mi reloj despertador dejaba en evidencia lo lento que avanzaba por cada una de las horas, y yo no lograba cerrar los ojos porque se me aparecía tu imagen agonizante en una cama de hospital. De tanto en tanto miraba el computador sobre mi escritorio, hasta que me decidí a abrirlo y buscar en Google la palabra “leucemia”. El resultado fueron miles de páginas que abrí con desesperación y leí sin entender casi nada. Me odié por ser tan ignorante en Biología, por no saber qué era un glóbulo, por no tener el más mínimo indicio de lo que te estaba ocurriendo.

      Milo de mi corazón, perdóname por esta carta. En este momento no sé si es conveniente que te la envíe, pero, como te mencioné al comienzo, hoy he estado melancólica. Quizás sean las hormonas, como tú dices, no sé...

      Te quiero un millón. Siempre juntos.

      Ema S.

      En mi dormitorio, lunes 1 de septiembre

      Milito, mi Milito:

      Te sigo extrañando. Ya llevo una semana confinada en este cerro, condenada a tener que soportar a la Normi preguntándome a cada momento si me siento bien y si quiero comer... Pobre mi vieja, siempre empeñada en hacerme feliz y hacer realidad todos mis deseos. Igual que en el tiempo en que éramos vecinos en el condominio... No había nada mejor en la vida que mi abuela viviera frente a la casa de mi mejor amigo.

      Hoy escuché el típico “¿Puedo pasar?”, con un par de golpecitos y la puerta abriéndose para dejar ver la sonrisa de la Normi. La miré como si lo hiciera por primera vez en muchos años: su cuerpo delgado, que no reflejaba la mujer fuerte que era, y su piel, curtida por los años que asomaban en sus arrugas. Desde que vive en el campo decidió abandonar su apariencia cuidada y hasta elegante, cambiándola por atuendos parecidos a los que usan los leñadores que vemos en las películas gringas. Se olvidó del maquillaje y la tintura para el pelo, dejando que las canas crecieran libres hasta sus hombros.

      –¿Cómo está mi chiquilla?

      En ese momento había comenzado a escribirte, pero con ella presente tuve que dejar de hacerlo.

      –Bien, Normi, gracias.

      Mi abuela abrió la ventana y un airecillo con aroma de boldo agitó la cortina.

      –¿Por qué no sales? Está tan lindo el día. –Entró acompañada de dos de sus perras más viejas–. ¿Te acuerdas de la Rebe y la Javi? –Y se sentó a mi lado en la cama, acariciándome la cabeza.

      –No tengo ganas y, como me dijiste que podía hacer lo que quisiera siempre y cuando comiera... –Mi abuela puede perdonar cualquier cosa, menos que me salte una de las comidas...Tú la conoces...

      –Es que no puedes quedarte aquí, encerrada por el resto de la vida –me interrumpió–. ¿Qué te parece si vamos al canil a ver la perra que me vinieron a dejar los rescatistas y que está a punto de parir?

      Mi abuela siempre ha sabido cómo entusiasmarme, así que me bajé de la cama y la seguí por los senderos ripiados que recorren, como si fuera un laberinto, el extenso terreno lleno de árboles y malezas. Este cerro se encuentra a poca distancia de la carretera que se dirige hacia el sur de la capital.

      –¡Mira, allí está! –Normi dio un par de pasos inseguros por la pendiente escarpada, mientras se equilibraba con su bastón de excursionismo–. Tis-tis-tis –hizo un sonido con su boca y desde la oscuridad de la casucha emergió la cabeza de una perra negra–. Venga, Mamita.

      El animal salió arrastrándose y moviendo la cola incesantemente. No lo creerás, pero la perra preñada era idéntica a la Bella, tu mascota inseparable.

      La Normi se arremangó los pantalones de mezclilla, se arrodilló y tendió a la perra en el suelo, para luego apoyar una de sus orejas sobre la abultada barriga del animal.

      –Oye, Ema, ¿qué es lo que escribes con tanta dedicación? –Me pareció que la pregunta no venía al caso.

      –Nada –respondí sin pensar.

      –¿Cómo que nada?, si pasas todo el día en eso –dijo mientras acariciaba las evidentes protuberancias en la panza de la perra–. Tú estás lista, los perritos lo único que quieren es salir –miró a Mamita directamente a los ojos, mientras le tomaba la cabeza con las dos manos y le daba un beso en su nariz. La perra batió con más fuerza la cola–.Ya pues, no seas tan misteriosa y cuéntame un poco más...

      Milo, tú sabes que adoro a mi abuela, a mamá y hasta al Nico que es tan hincha pelotas, pero en verdad me tienen aburrida con sus “¿cómo estás?”, “¿qué escribes?” y otras preguntas por el estilo.

      –Cartas, escribo cartas –le dije, un poco harta.

      –Pero si ya ni se usan las cartas... ¿A quién le escribes? ¿Algún noviecito? –dijo poniendo cara de viejita pícara... Uf...

      –No tengo noviecito, Normi, le escribo a Milo –le aclaré para que dejara de pensar tonteras.

      –¿A Milo?

      –Sí, Normi, a Milo.

      –Ahhh... Por lo menos no son ese tipo de cartas como las que les has mandado a los del Congreso y del Gobierno. Mira que me está dando miedo que nos vengan a buscar los de Seguridad Interior...

      –¡Abuela!

      –¿Y qué le escribes a Milo? –No sé por qué me miró como si yo estuviera loca. Pero tú la conoces, ella a veces es un poco rara.

      –Le cuento sobre lo que hacemos aquí... o de las cosas que recuerdo haber hecho en los últimos meses...

      –¿Crees que sea conveniente que te pases tanto tiempo pensando en lo ocurrido en el último tiempo? A veces es mejor olvidar las cosas malas –me dijo mientras, sentada sobre una roca, acariciaba a la perra tan parecida a la tuya.

      –Es que no quiero olvidar...

      Si se borran tus recuerdos, te quedas sin nada, eres nadie. Sé que no te gusta que le hable mal a mi abuela, pero ya no quiero que nadie más me diga lo bueno que sería que rescatara solo los lindos momentos de los últimos meses, pero que deseche los otros.

      –No