– Es bonito lo que dices. Siento mucho amor en tus palabras –dijo emocionada Natalia.
– Hubo mucho amor a tu alrededor, Natalia –confirmó Mª Luisa, continuando su relato–. Lo hicimos lo mejor que pudimos, éramos dos mujeres empeñadas en conseguir que esa niña tuviera todo lo que se necesita a esa edad, teniendo en cuenta el contexto en el que habías nacido. Tu padre estaba muy poco en casa, ya que cuando no faenaba, tenía por costumbre disfrutar con sus amigos. Era muy buen hombre y buen padre, pero tenía poca habilidad para los bebés. Luego se le dio muy bien la relación cuando fuisteis mayores y ahí tu padre estuvo mucho con vosotros. A partir de los cinco o seis años tenía muy buena mano, pero de pequeños le daba pánico, es como si fuerais de cristal y tuviera miedo que os rompierais entre sus manos tan rudas y grandes. Tu hermano comía con tu madre en el instituto y cuando llegaba a casa, mientras te daba el pecho o estaba ella contigo, yo jugaba con él, hasta las siete o las ocho de la noche, que ya era cuando os ibais a dormir y yo, después de cenar, me iba para casa. Todo tu mundo en los primeros años de tu vida estuvo completo de admiración y mucho amor.
– Entonces, ¿qué querías decirme, Mª Luisa? ¿Hay algo que debo saber? –encaró Natalia. Le parecía que Mª Luisa no había ido a verla solo para contarle esas bondades... Y el hecho de poner tanto énfasis en lo bien que se portó su madre, le hacía pensar que algo más había ocurrido.
– Bueno, ya veo que sigues siendo tan espabilada como de pequeña, nadie te podía esconder nada, tú desde muy chica lo encontrabas. Entiendo que ya es el momento de entrar en faena y expresarte lo que llevo dentro desde hace tantos años y que creo es importante que tú sepas.
– Dime, por favor –replicó Natalia acelerada mientras les traían el primer plato.
– Cuando yo dejé tu casa, te quedaban unos días para cumplir tres años. Ya te habíamos llevado a la guardería durante unas semanas y todo era normal. El mismo día de tu cumpleaños, tu madre se acercó a mí y me dijo que estaba embarazada. Yo me puse muy feliz, traer una tercera criatura a la vida era genial. Tu madre me miraba como asustada y es cuando le pregunté de cuánto estaba. Ella me respondió que de dos meses y medio. Ahí me dio un vuelco el corazón; tu padre llevaba cinco meses sin estar en casa.
– ¿Qué me estás diciendo, que mi hermana no es de mi padre? ¿Te has vuelto loca, Mª Luisa? –expresó ofuscada Natalia.
Mª Luisa comenzó a comer respetando la reacción. Se quedó en silencio, mirándola de forma intermitente, como si en cada mirada pudiera ir apaciguando la rabia que mostraban los ojos de Natalia.
– ¿Por qué no me lo ha dicho mi madre antes? ¿Lo sabe mi hermana? ¿Y mi padre? El lo tiene que saber. Y…
– Tranquila, Natalia –le dijo con voz firme Mª Luisa–. Sé que es duro, por esto estoy aquí, y en todo lo que pueda voy a contestar a todas tus preguntas en la medida que tenga conocimiento sobre ello. Pero lo importante es que tienes que admitir que la vida de cada persona es suya; no hay nadie como tú y, por ello, representas todo lo que eres; también tu madre es única y nadie la puede representar. Tu madre ha realizado muchas cosas buenas para todos pero, como todo ser humano, también ha tenido sus equivocaciones, sus deslices, sus momentos de flaqueza y, por qué no, sus momentos de perversión. Porque todos somos perversos en mayor o menor medida... ¿O es que tú nunca has hecho algo que pudiera ser calificado como perverso? Tu madre solo tuvo una aventura fuera de su matrimonio, lo sé de cierto pero, aunque se hubiese acostado con el quinto de caballería, creo que siendo duro para su pareja, ni tú, ni yo, ni nadie, la podemos ni debemos condenar como hijos o como amiga. Lo que sí que ha hecho muy mal, y por eso estoy aquí, es no haberlo contado a sus hijos antes. Porque tu padre sí que lo sabe desde el primer momento. Cómo no va a saber tu padre si llevaba cinco meses fuera y su mujer estaba embarazada de dos y medio.
– ¿Y quién es el padre de mi hermana? –preguntó Natalia mucho más tranquila.
– No lo sé, ni se lo he preguntado nunca. Sé que todo sucedió un día en el que tu madre salió a una cena de un compañero que se jubilaba... Yo estaba en casa con vosotros y esa noche llegó muy tarde, pero era natural que para un día que tenía ella, viniera a la hora que le diese la gana.
– Pero nunca he percibido nada. No he visto a mi padre trasmitir en ningún momento algún reproche a mi madre. Nada, no me lo puedo creer –decía Natalia con las manos tapándose los ojos.
– Bien, lo que te voy a decir lo sé porque lo he vivido y, además, cuando he estado con tus padres lo he visto con mis propios ojos. Sé que cuando tu madre lo llamó y le dijo que por favor cogiera un avión en cuanto llegaran a un puerto, tu padre a los quince días estaba en casa. Y debes darte cuenta de que los marinos son de otra pasta, saben congelar el tiempo en su mente para que no les enturbie lo que tienen que hacer, ya que en alta mar, cualquier despiste te cuesta la vida. Como te digo, sé y lo sé de verdad, que cuando estuvieron los dos a solas y hablaron, tu madre le dijo directamente que estaba embarazada, que como es natural no era suyo y que había decido tener el bebé. Por convicción moral y personal no iba a abortar. Tu padre, según me dijo tu madre, le preguntó si quería a esa otra persona y ella le dijo que solo la había visto una noche y que no se acordaba ni de cómo se llamaba. En ese mismo momento, tu padre la abrazó y le dijo mirándola a los ojos: “pues, si es así como dices, tendremos nuestro tercer hijo”. Nunca discutieron, nunca se reprocharon, nunca más se volvió a hablar de ello.
– ¿Entonces por qué me lo cuentas hoy? ¿Por qué no me lo cuenta mi madre? ¿Por qué a mí y no se lo decís a mi hermana? –preguntó como una locomotora Natalia.
– Te lo cuento hoy porque no hay nadie como tú y, por ello, representas todo lo que eres. Y en tu caso este acontecimiento, creemos firmemente tu madre y yo, te ha afectado de tal manera que no puedes comprometerte con nadie. Pienso, y tu madre también lo piensa, que ese hecho repercutió muy negativamente en ti. Por esto te lo digo a ti, porque en tu caso es necesario que lo sepas.
No te lo cuenta tu madre porque, cuando sucede una cosa así y no lo dices en el momento oportuno, cada día que pasa, decirlo se hace imposible y no decirlo va dándote una oportunidad para alejarte de ello. Tu madre sigue sin perdonarse lo que hizo. Desde entonces luchó por conseguir olvidar, pero no ha podido... Intentó muchas veces coger valor y decíroslo, pero no ha podido... ha sido fuerte para todo, pero para esto no lo ha sido.
Y a tu hermana, en algún momento, se lo dio a entender, pero tu hermana ya sabes cómo es, ha vivido con tus padres muy poco tiempo, es como un alma libre, que desde siempre ha estado de aquí para allá con sus estudios y su viajes.
Te he dejado claro antes que tu madre ha gestionado fatal todo esto, no debería haberlo hecho así pero, estando como están las cosas, podemos preguntarnos: ¿No ha sido tu padre el padre de tu hermana? ¿No ha sido tu madre y tu padre los que desde siempre la quisieron y la cuidaron? El señor que tuvo esa relación con tu madre, nunca supo más de ella, ni ella de él. Él desapareció para siempre. Estos son los motivos... Y ahora me gustaría que habláramos de ti, que por eso estoy aquí diciéndote todo esto y es que, de esta historia, yo creo que la que peor parada saliste, fuiste tú. Tu hermana está bien, la vemos feliz, y a tu hermano también. Pero a ti no y por eso estoy aquí delante, para ayudarte en lo que pueda.
En ese momento Natalia fue consciente de que se encontraba en un proceso distinto al que había trabajado hacía unas horas con Montse. En el caso de Montse, lo que ocurrió no volvería a ocurrir, pero en su caso lo que estaba aconteciendo estaba sucediendo ahora. Lo principal para ella no es que su madre le