Memorias de viaje (1929). Raúl Vélez González. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Raúl Vélez González
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Языкознание
Год издания: 0
isbn: 9789587205787
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ingleses ciento cincuenta y seis y los prusianos ciento cuatro. El frente francés ocupaba tres kilómetros, y todo el campo de batalla diez kilómetros cuadrados. Comenzó la acción a seiscientos metros de distancia y acabó a una blanca. En nueve horas de batalla cayeron heridos cuarenta y siete mil hombres. De mil ingleses que guardaban uno de los puntos importantes quedaron vivos cuarenta y dos y casi todos heridos. De manera, que el disgusto ese fue más bien serio.

      Al pie del monumento del león, hay un edificio con la forma de una gran tina. Se entra en él y se sube a una plataforma central, cubierta por encima y con la luz exterior tan bien dispuesta que todo se ve iluminado. En la pared interior del edificio que es, naturalmente circular, está pintado admirablemente el panorama de la batalla, de manera que uno cree estar viendo verdaderamente el campo con sus soldados y sus fortificaciones. Y acaba de engañar al visitante la industria con que han arreglado entre la plataforma y la pared, un montón de deshechos de batalla tan bien imitados que parecen el límite del campo que se divisa. Hay allí sables quebrados y enteros, cascos prusianos, kepis ingleses y franceses, caballos caídos, jinetes que cayeron debajo del caballo y apenas asoman sus polainas negras y sus pies con espuelas, cadáveres con la expresión de la agonía en la cara; en fin, la hecatombe más bien imitada que se puede ver. O. Manuel, hasta que salimos, estuvo creyendo que era verdaderamente el campo de batalla lo que se veía. Después de la visita tomamos cerveza en el restaurante próximo, compramos recuerdos, vimos la casa donde Víctor Hugo escribió los últimos capítulos de Los Miserables, y volvimos a Bruselas contentos del famoso paseo.

       [29 de abril]

      Esta mañana fuimos a ver al cónsul. Es un viejecito que trabaja en el consulado desde tiempos de Núñez y habla algo bien el español. El nos da la dirección del Sr. Goovaerts y la noticia de que el Dr. Decroly vive todavía. Nos fuimos a ver al amigo Sr. Goovaerts, y este nos atiende divinamente y nos da magníficas indicaciones sobre todo lo que necesitamos. El día ha terminado bien con una visita al jardín botánico y otra al almacén Su Bon Marché, que tiene tres pisos y como una cuadra por lado. Las preciosidades que se ven allí son un capítulo de Las mil y una noches. Cuidado tiene uno que poner para no extraviarse en ese intrincado laberinto de galerías.

       [1º de mayo]

      Mientras resolvemos si es el caso de hacerse operar aquí, O. Manuel y yo hemos estado matando el tiempo como buenamente podemos. Él se cansa y la pasa casi siempre en el cuarto. Yo vago constantemente por la ciudad. Hoy fuimos a consultar a un oculista muy recomendado y nos declaró que la catarata no está aún de operar. Por tanto, estamos confusos y sin saber a qué […] quedarnos. O. Manuel quiere hacerse ver en todas partes y al primero que diga sí echársele a que lo opere.

      Decir que se conoce una ciudad de estas en cinco días es una petulancia imperdonable, pero yo sí puedo decir, si no que la conozco, por lo menos que he visto todo lo más notable que tiene: sus monumentos más interesantes, sus almacenes más lujosos, sus palacios, sus templos, sus parques, sin contar con que en mis horas de largo vagar sin rumbo, me he metido por todas las viejas callejuelas de la parte antigua, por donde difícilmente pueden encontrarse dos transeúntes y pasar el uno al lado del otro sin tornar un poco el cuerpo. No quiero describir, repito. Solo dos nombres y alguna idea al vuelo.

      La parte antigua de la ciudad es casi redonda y está circundada por una ancha avenida que tiene a trozos diversos nombres: Waterloo, Bellas artes, Regente, Mediodía, Jardín botánico, etc. Está en una llanura que se recuesta a una pequeña eminencia, donde se hallan el palacio real, el de justicia, la bella catedral de Santa Gudula y S. Miguel y otros grandes edificios. Hacia el oriente, detrás de la citada eminencia, ya el terreno es muy quebrado y la continuación de la ciudad está llena de colinas y hondonadas. Por los otros lados es la llanura extensa. La parte bien poblada de la ciudad puede tener dos leguas tanto de largo como de ancho. Como sucede siempre, la parte bonita de esta capital es la de afuera. La del centro, más comercial, pero de calles irregulares y estrechas.

      Entre las cosas que llaman la atención está la catedral ya citada, admirable si no hubiera visto ya la de Colonia; el palacio real, nuevo todavía y de lindo exterior; la llamada “grande plaza”, pequeña, pero importante por sus edificios: allí está la casa del rey, antiguo palacio real, construido por Carlos V durante la dominación española; el ayuntamiento, con una soberbia torre central en su majestuosa fachada; otra casa construida por Felipe II y otros edificios viejísimos, levantados por archiduques, condestables, etc. y que ostentan en lo alto feroces guerreros a caballo con férreas armaduras y altos plumajes que quieren dar idea de la grandeza de individuos que ya ni la historia los conoce. Digno de admiración es el monumento levantado con motivo del cincuentenario de la independencia belga. Es una puerta monumental de dos ojos que tiene encima una cuadriga que imita la de Brandeburgo en Berlín; al frente y atrás hay hermosos jardines y a los lados los extensos pabellones del museo de armas, todo lleno de uniformes, cascos, fusiles, cañones, granadas, aeroplanos destrozados, retratos de héroes, banderas propias y enemigas y todo cuanto puede dar de sí el orgullo bélico de una nación digna, como esta, de tenerlo.

      Pero el monumento notable sobre todos en esta Bruselas, es el de “Manneken Pis”. Es una historia muy charra: en 1647, un burgomaestre (alcalde) de la villa, tenía un niñito a quien adoraba. Cierto día el niño se perdió, y naturalmente el alcalde puso todo en movimiento para hallar a su Manneken (así se llamaba el chico). Al cabo del tiempo (nadie sabe cuánto) dieron con él cerca de una fuentecita, en el momento en que estaba pissand (que lo traduzca quien lea esto).

      La alegría del cacique ese fue tal, que le hizo levantar una estatuita en el mismo punto y en la misma actitud irreverente en que lo hallaron. Es, nos dice el guía, el primer ciudadano de Bruselas. La estatua arroja un chorrito de agua de manera que la historia quede clara; y no hay vitrina en toda la ciudad donde no se exhiba en postales, en bronce, en cobre, grabado en cucharas, navajas, vasos, etc. al muchachito mostrando satisfecho su indecencia. En las postales lo ponen vestido de general, de rey, de policía, de mujer, etc. Yo, claro está, me lo procuré en todas las formas que pude. No sé donde leí, estando niño, esta historieta que creí fantástica y solamente invención para reír. Cuál no sería mi agrado al cotejarla aquí, en el lugar del acontecimiento.

       [5 de mayo]

      Ya mañana salgo para París. En los cinco días que hace que no escribo, he hecho lo que puede hacer un viajero desocupado y curioso. En primer lugar, he encontrado al Dr. Decroly y he visitado sus dos escuelas: la de Vossegat, para niños anormales y la del Ermitage para normales. Son admirables las escuelas esas, tan al aire libre, tan educadoras de la iniciativa; en fin, tan activas.

      La señorita Nuri Lladó, catalana muy simpática, me condujo en la escuela de Vossegat; la otra me fue mostrada por la directora Mademoiselle Amaïde, autora de varios libros de pedagogía, y por una señorita Ibarbourou, uruguaya, que está en gira de estudio por estos mundos.

      Todo muy bien, menos la ausencia absoluta de enseñanza religiosa en estas escuelas. No dejo de preguntar sobre el particular con gran tino y me contestan con naturalidad, que si el padre del niño lo desea, puede enviar un sacerdote o un profesor a enseñar la religión que le sea más de gusto. Para nosotros, católicos de tuerca y tornillo, es duro ver que no se inicie a aquellos niñitos, desde sus primeros pasos en el camino de la ciencia, en los bellos y sagrados preceptos de nuestra santa religión. El Dr. Decroly me recibió con la amable familiaridad del verdadero sabio y me invitó a comer a su casa o al menos a que tomara el té. Dios me libre de semejantes enredos. Me excusé como pude con mil pretextos y al fin tuve que quedar en que le avisaría. Le avisé que no, por una tarjeta en que me despedía.

      He hecho muchas excursiones a los alrededores de la ciudad. La más interesante es la que hicimos al castillo de veraneo del rey. Tiene toda la magnificencia de la mansión de un rey y los alrededores son de una belleza incomparable: como siempre, inmensos bosques, jardines, estanques, estatuas. Frente a la puerta principal del castillo y como a cuatro cuadras, en un montículo, hay un monumento, estilo mixto (gótico y romano) a manera de quiosco