El Estado moderno, liberal en su constitución, impuso ideologías capaces de sostener las nuevas realidades y necesidades familiares ubicadas en el ámbito privado. Una de ellas remitiría a las relaciones íntimas y amorosas. Para tal propósito se requería un modelo de amor incondicional que tolerara las adversidades, cansancio y hartazgos surgidos de las actividades de cuidado familiar; quehaceres que en responsabilidad y ejecución de una sola persona exigen dedicación absoluta y sin horarios, por lo cual también se les quitó la categoría de trabajo para que no se pretendiera pago alguno o prestaciones laborales.
Así pues, la ideología romántica sirvió para apuntalar los intereses del incipiente capitalismo y se gestó el modelo de Amor romántico como creación del nuevo orden económico y social; su objetivo era instaurar sistemas de valores que fundamentaran la separación entre los espacios público y privado, también recién creados, y se justificara el claustro “voluntario” de las mujeres en lo doméstico. Tal tipo de relación se convirtió en el cimiento de la esfera privada y se construyó una jerarquía binaria, con mujeres inferiores a los hombres y una menor valoración a los atributos de la feminidad. Esta idea se halla hondamente enraizada en las estructuras del pensamiento occidental, en las instituciones sociales y en la división de las disciplinas sociales (MacDowell, 2000: 26).
En periodos anteriores a la era industrial, el Amor romántico podía encontrar su realización fuera del matrimonio, pero más tarde, el nuevo paradigma amoroso fue configurado como prerrequisito matrimonial y constitutivo de la feminidad; los trabajos de crianza y mantenimiento emocional de la familia, indispensables para el funcionamiento del nuevo rumbo industrial, fueron asumidos como propios de las mujeres, encubiertos con el manto del Amor romántico y sin exigir remuneración. La subordinación tendría que disfrazarse con una apariencia atractiva y deseable, de modo que al amor se le adjudicó el poder de proveer la felicidad eterna.
En las últimas décadas del siglo XX, con el giro neoliberal como régimen imperante, el modelo amoroso demandó un soporte ideológico congruente con la bandera de la libertad, elemento sustantivo del régimen (Harvey, 2007). El Amor romántico fue reconstituido y refuncionalizado, consagrándose la libertad de elección de la pareja por “amor”.
La dolorosa paradoja de ese ajuste es que en el voraz crecimiento del capitalismo, cada vez con mayor frecuencia las mujeres realizan trabajos remunerados además de sostener el espacio privado (hogar y familia como sinónimo de realización de mujer triunfadora; no basta con que sea exitosa laboral o profesionalmente). Se presentan serios problemas de negociación con las parejas para equilibrar las cargas de conducir “casa y trabajo”, atravesando las circunstancias concretas de las personas involucradas. Esto puede provocar que las relaciones violentas se sostengan en el tiempo no por necesidades económicas o de corresponsabilidad, sino por el ideal de perpetuar la unión en nombre del Amor (romántico por supuesto).
Asimismo, este ideal fue convertido en un producto más y poco a poco se fue creando una industria cultural a su alrededor: rituales de compromiso, bodas espectaculares, viajes de luna de miel y la celebración de una fecha especial al año conocida como el “Día de San Valentín”. Se han establecido prácticas que comúnmente entrañan consumos excesivos y gastos extraordinarios (con un mayor impacto en la población joven), y se enmarcan como “tradicionales” e indispensables si de la realización del Amor romántico se trata, aun en estratos de bajos recursos económicos. El amor se convierte en un producto comercial de gran demanda que sigue la lógica de los mercados.
En la actualidad es frecuente encontrar información sobre “expo-bodas”, gente dedicada a la planeación de los eventos —wedding planners— y paquetes que incluyen todo un montaje con procedimientos de crédito sin intereses para ampliar el espectro de personas consumidoras. Se explota el epíteto de “el día más esperado de tu vida” o “el día más feliz de tu vida”, como si fuera el fin único independientemente del nivel de conciencia, compromiso y afecto de las parejas, y se abarca un amplio arcoiris de edades, escolaridades, preferencias sexuales y contextos culturales, en el que ambos aportan recursos económicos para el esperado acontecimiento. Si algo sale mal, siempre se puede volver al montaje de la escena, en la espera del ahora sí, tal vez sin que hayan mediado reflexiones o terapias que concienticen acerca de por qué perseguir la ilusión del Amor romántico con el costo económico, físico y emocional que encierra, todo en una balanza en continuo desequilibrio entre varones y mujeres.
En este punto nos desprenderemos un poco de que el constructo del Amor romántico no se cuestiona a profundidad en la época contemporánea, para dar paso a algunas reflexiones relacionadas con el matrimonio o unión establecida entre un hombre y una mujer. La intención es ampliar el angular de análisis de los casos que compartiremos, lo que mujeres de alta escolaridad expusieron en torno a sus relaciones de pareja.
Las uniones o matrimonios, a pesar de una creencia un tanto común, no son un “hecho natural” como sí lo es el apareamiento instintivo de los animales. En todas las culturas han existido leyes, normas y severos castigos a las transgresiones de los modelos matrimoniales, con lo que, en palabras de Wolfgang Gödeke (2000: 9), “el matrimonio era como un vestido confeccionado, el cual una solo necesitaba ponerse; el modelo era diferente según la cultura y se trataba, entonces, solamente de cumplir con las costumbres, indicaciones y prohibiciones para asegurarse una vida social exitosa”. Sin embargo, este referente parece obsoleto en la actualidad, cuando al menos en intención prima la voluntad individual y no la del grupo, familia o clan; en los casos en los que aún destaca el valor comunitario, se empiezan a vislumbrar serias detracciones, como en los matrimonios arreglados o las uniones concertadas en poblaciones indígenas de Chiapas (Pérez-Luna, 2019).
Gödeke (2009: 10) menciona que a pesar de las aspiraciones modernas de decidir cómo y con quién unirnos, “no hemos aprendido nada”. Compara la unión o matrimonio con un viaje que se inicia en un barco destartalado, sin mapas ni timón y con un total desconocimiento de la ruta a seguir. “Algunos todavía se asombran del fracaso”, afirma, siendo que la unión entre dos personas solo tiene posibilidades de éxito si se decide con completa libertad e igualdad de ambas partes, y asumiéndose la total ignorancia sobre lo que se vivirá; lo cual está lejos de cubrir expectativas pueriles o ajenas, desde el mandato de roles hegemónicos de género y dentro del modelo del Amor romántico.
El autor menciona que para prosperar, los dos deben estar de acuerdo, como si fueran a seguir juntos una receta de cocina; han de coincidir en lo que se va a preparar, con qué ingredientes y en qué orden, de lo contrario el resultado será un desastre garantizado. El tiempo de convivencia en gozo dura solo mientras se planea cocinar juntos. Dicho en datos, los matrimonios o uniones establecidas cada vez duran menos en el mundo entero y México no es la excepción; a continuación, presentamos información del número de divorcios registrados por cada 100 nacimientos a lo largo de 47 años:
Tabla 1. Divorcios por cada 100 matrimonios registrados en México, en diferentes años | ||||||
Número de divorcios | 4.4 | 7.2 | 7.4 | 15.1 | 22.3 | 28.7 |
Año de referencia | 1980 | 1990 | 2000 | 2010 | 2015* | 2017** |
Fuentes: INEGI, Nupcialidad (2017); *INEGI, A propósito del 14 de febrero (2017); **INEGI, A propósito del 14 de febrero (2019). No se incluyen matrimonios de personas del mismo sexo. |
Esta tendencia del número de divorcios, la cual se ha quintuplicado en los últimos 35 años, nos da una imagen elocuente de la cada vez más frágil duración de las uniones, y ni siquiera se contabilizan las silenciosas separaciones de quienes se acoplaron y rompieron sin firmar papeles (según datos del mismo INEGI, 2019, las uniones libres también se han incrementado