La gestión de sí mismo. Mauricio Bedoya Hernández . Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Mauricio Bedoya Hernández
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Социология
Год издания: 0
isbn: 9789587148114
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subjetivo, para lo cual requiere hacerse más competente y adaptado cada vez. Conocerse, en este contexto, resulta definitivo para el individuo, pues tiene que saber cuáles son sus capacidades y competencias para lograr el éxito. Pero también debe reconocer sus límites para franquearlos.

      Someterse a una labor sobre sí mismo, volviéndose experto de sí, todo ello alrededor del disciplinamiento económico, conduce a que el sujeto sienta que puede lograr la generación del mayor flujo de capitales posible, el disfrute sin límites y la felicidad definitiva. Someterse, como ya lo hemos señalado, no tanto en el sentido de verse obligado a sino en el de subjetivarse a partir de, se erige como el imperativo “libremente” asumido por las personas y alegremente prometido por el neoliberalismo.

      A nuestra manera de ver, la técnica concreta que se localiza como lazo articulador de la experticia de la subjetividad y la experticia de sí, del gobierno de los otros y del gobierno de sí, es la estrategia de la autoayuda. El sujeto neoliberal es alguien que considera que puede conocerse amplia y profundamente, que puede trabajar sobre sí mismo para lograr lo que quiere ser y que, aunque en un momento dado pueda requerir de la ayuda experta para vivir y conocerse, lo puede lograr solo. La autoayuda no es un tema nuevo. Ya Samuel Smiles había publicado en 1859 un texto de gran difusión llamado justamente Autoayuda (Illouz, 2007; Laval y Dardot, 2013), que se inscribe en la lógica individualista del capitalismo inicial, con lo cual queda clara su utilidad en el gobierno de la individualidad. Refiriéndose a la autoayuda, dicen Laval y Dardot (2013) que “la gran innovación de la tecnología neoliberal consiste, precisamente, en vincular directamente la manera en que un hombre ‘es gobernado’ con la manera en que ‘se gobierna’ a sí mismo” (p. 337).

      El liberalismo clásico pensaba el mercado como regido por leyes tan naturales como ajenas a las decisiones de los sujetos, los cuales se constituían en consumidores, calculadores del gasto según sus ingresos y ahorradores; en una palabra, equilibrados. Hoy el criterio de subjetivación es rendir al máximo, una rueda que nunca se detiene: “el sujeto está obligado a ‘trascenderse’, a ‘hacer retroceder los límites’, como dicen los managers y los entrenadores. Más que nunca hasta ahora, la máquina económica no puede funcionar en equilibrio, mucho menos perder” (Laval y Dardot, 2013, p. 361).

      Este más allá lo habíamos remitido al problema de la búsqueda sin fin del goce, el placer y el riesgo. Ser flexible y adaptado significa desarrollar la conciencia de que ningún obstáculo en realidad pone límite a las propias capacidades y a la generación de flujos de ingresos; para ello se dispone de la ayuda experta devenida autoayuda, dado que siempre el individuo puede adaptarse, es decir, desarrollar nuevas habilidades y capitales para responder a las exigencias del mercado. El nuevo sujeto no tiene límites, pues el “más allá de sí” es lo que pone en funcionamiento a sujetos y empresas. No obstante, aunque este es el anhelo de la racionalidad neoliberal, es necesario no dejarnos atrapar por el optimismo de esta lógica. El trascenderse se traduce en una sensación de insatisfacción casi estructural que habita al ser humano, puesto que representa no estar totalmente a gusto con lo que se es y lo que se tiene; es desear otra cosa; pero, sobre todo, es desear constantemente, desear más como manifestación de disconformidad fundamental consigo mismo. Por todo esto, señalamos que el rasgo subjetivante característico del êthos empresarial es la pérdida de los límites. El individuo ya no tiene freno, no hay diques para su creatividad, su empresarialidad, para ofrecerle al cliente lo que este desee.

      El mundo virtual de las nuevas tecnologías informáticas es el topos en el que cualquier cosa se puede simular, o sea, crear y existir. Eso implica poner por delante de la subjetivación el régimen del deseo y la certeza en cierta medida omnipotente del rendimiento y la eficacia individual para ser otra cosa, ser cada vez mejor y autosuperarse. Como lo han mostrado Laval y Dardot (2013), la idea (gestada a lo largo del siglo xx, pero consolidada en el último tercio de este) de que el mercado es un proceso de formación y transformación constante conducido por el sujeto mismo, que deviene sujeto económico diverso cada vez, introduce el discurso de que el mercado es un proceso en el que el sujeto aprende a conducirse, autoformarse, autoeducarse, autodisciplinarse y, finalmente, autoconstruirse. Este es el lugar de inserción de la tecnología de la autoayuda y, justamente por ello, la pregunta a la que intentan responder los manuales de autoayuda, desde Smiles, es ¿cómo ser exitoso, feliz, autorrealizado de la manera más rápida y expedita? Resulta lógico que estos tipos de manuales están construidos “económicamente”: con sus máximas, con su halagüeña casuística, con su régimen de consejos e indicaciones para su público lector pretenden la mayor transformación de los sujetos en el menor tiempo y bajo la menor lexicografía posible. Con ediciones simples y de bajo costo, ellos se aseguran de ser accesibles para la mayoría de la población.

      No es extraño que en la contemporaneidad se preeminencia los “auto” como producto de aquella radicalización del individualismo que habíamos comentado. El uso denodado de este prefijo muestra el viraje del neoliberalismo hacia la responsabilización del sujeto respecto de lo que antes se constituía como responsabilidad social del Estado. Entonces, la autorrealización exige, por una parte, asumir la vida como un riesgo y asegurarse para reducir su impacto; y, por otra parte, autorregularse en los dos sentidos más evidentes del término: el de modulación/control de sí y el de darse las propias reglas. En ambos casos vemos cómo esto se realiza en una serie de prácticas de sí que rigen la relación del individuo consigo mismo y que lo hacen adoptar formas de ser, pensar y actuar (una estilística de sí); además, y esto también es de importancia suma, estas prácticas le ofrecen criterios para la relación con los demás. Es decir, autorregularse es una práctica ética que permite, por un ángulo diferente a los que ya habíamos mencionado, la articulación del gobierno de los otros y del gobierno de sí. Conducirse y conducir a los otros encuentran en la autorrealización y la autorregulación dos pilares fundamentales. Sobre este tema volveremos más adelante, cuando abordemos la manera como las ciencias “psi” se han constituido en regímenes veridiccionales sobre lo humano y su conducción.

      Lo que sí observamos es que el trabajo se convierte en punto pivote privilegiado de la ética subjetiva neoliberal. Si algo se le debe a la ética protestante es su focalización de la salvación por el trabajo arduo y el uso disciplinado del tiempo (Laval y Dardot, 2013; Sennett, 2000; Weber, 1985). Como lo sostiene Sennett (2000), la ética protestante hace del trabajo esmerado, juicioso, constante y disciplinado la posibilidad de responder a las angustiosas preguntas que se hace el sujeto: “¿soy un ser humano digno (para Dios)?”, “¿qué debo hacer para salvarme?”. El trabajo arduo, constante y orientado hacia el futuro se convierte en la posibilidad de hacer una narrativa de sí. Es decir, la historia de la vida personal se organiza alrededor del trabajo. Por esto la conveniencia de esta ética protestante para el naciente capitalismo. El trabajo es la manera como el individuo enfrenta el terror que le produce la incertidumbre de saber que Dios ha decidido si se salvará o no (así el cristiano mismo no lo sepa). El trabajo se constituye en la posibilidad de influir sobre la decisión divina y, eventualmente, torcerla. De esta forma, nos encontramos ante dos formas de subjetivación ética: 1) ahorrar más que gastar es el signo de autodisciplina y sacrificio, propios del protestantismo; es una actitud/actividad bien usufructuada por el capitalismo. Este “ascetismo mundano” es, pues, una manifestación de la omnipotencia cristiana de creer que, mediante el trabajo abnegado, puede cambiar la decisión de Dios sobre el destino final de su alma, y 2) hay en esto, como dice Sennett, una propuesta de formación del carácter para el individuo: el hombre empeñado en probar su valor moral por el trabajo. Es decir, aquí observamos una forma de subjetividad propuesta por el protestantismo: el sujeto que, mediante el trabajo, es constructor de su propia historia y logra torcer los designios divinos. Sennett compara la ética protestante del trabajo con la ética contemporánea en la que este se define como red (trabajo en equipo) para concluir que el trabajo se localiza en el dominio de la “superficialidad degradante” respecto del lugar que la contemporaneidad le ha asignado a esta actividad. Por ello, el trabajo en equipo deja unas relaciones humanas representadas como farsa.

      Como leemos en La ética protestante y el espíritu del capitalismo, para Weber (1985) la postergación y el sacrificio se convierten en rasgos cardinales dentro del protestantismo. Para Sennett (2000) estos rasgos serán usados por el capitalismo inicial: el sacrificio diario, la anulación de sí en el presente,