Basil, el ratón superdetective. Eve Titus. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Eve Titus
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Книги для детей: прочее
Год издания: 0
isbn: 9788417552923
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a casa sanas y salvas? ¡Si alguien puede hacerlo, ese es Basil!

      Sabemos que va a encantaros este libro. Es uno de nuestros favoritos, y también lo era de la perrita Blackie. Incluso le dio una temporada por fingirse sabuesa y montó una empresa de detectives. Su único caso fue el de «la misteriosa desaparición de la pelota». Y, en fin, resultó que estaba debajo del fregadero, rodeada de pelusas. Pero esa es otra historia. ¡Ahora disfrutad del primer caso del ratón superdetective!

      1

      Basil, el superdetective

      Un detective corriente jamás habría resuelto «El misterio de las gemelas desaparecidas».

      Pero Basil, naturalmente, está lejos de ser corriente. Antes incluso de recibir la carta de los secuestradores, su mente ágil ya había deducido cuáles eran los planes secretos de los secuestradores.

      «Recuerde mis palabras», me dijo, «la desaparición de Angela y Agatha es solo el comienzo. Los criminales tienen la idea de atacarnos a todos».

      Y tenía razón... Pero antes de que las piezas del mosaico encajasen, fue necesario recorrer un camino largo y peligroso.

      ¿Quién era el cerebro de este ataque? ¿Cuál era el verdadero móvil? ¿Cómo se produjo el secuestro de las gemelas?

      Y Basil: ¿qué clase de detective era?

      Para responder a todas estas preguntas, os contaré algunas cosas acerca de su extraordinaria carrera. Sucedió en Londres, en el invierno de 1885...

      Permitidme que me presente. Soy el doctor David Q. Dawson, amigo y socio de Basil.

      Entre los ratones, Basil era un detective casi tan famoso como el señor Sherlock Holmes lo era entre los hombres. Esto se debía a que Basil aprendió a investigar, literalmente, a los pies del mismo Holmes, a quien visitaba en su casa del 221 B de Baker Street.

      Generalmente, yo lo acompañaba. Nos dirigíamos furtivamente al salón que Sherlock compartía con el doctor John H. Watson: bien escondidos, le escuchábamos cuando le explicaba a su amigo, con abundancia de detalles, cómo había resuelto sus casos. Y así, Basil aprendió de la mano del mejor de los maestros el lado científico del sutil arte de la investigación.

      El señor Holmes era alto y delgado, de mirada aguda y penetrante. Y si alguna vez un ratón se ha parecido a un hombre, ¡ese era el caso de Basil!

      Vestía como su héroe, gracias a un hábil sastre que reproducía hasta en los mínimos detalles el armario de Sherlock.

      Sin embargo, nuestros largos viajes hasta Baker Street, ya nevara o hiciese sol, eran fatigosos y, a menudo, arriesgados. Más de una vez nos tocó hacer frente a verdaderas tormentas hasta alcanzar nuestra meta.

      Una noche, al entrar en el sótano, Basil se detuvo tan de repente que casi me choqué con él.

      —Observe, querido doctor —dijo Basil señalando la estancia con su bastón—. Observe qué bonito y espacioso es este sótano. ¡Qué diferente de nuestras viviendas superpobladas y estrechas del East End!

      Sus ojos se iluminaron. Continuó:

      —Podríamos construir una ciudad aquí dentro... Imagínese una hilera de preciosas casitas en la estantería vacía que hay junto a esa ventana. Y, además, tiendas, una escuela, una biblioteca, el ayuntamiento y otros edificios... ¿Cómo llamar a esta ciudad? Ah, ya lo sé: ¡Holmestead!

      Me contagié de su entusiasmo:

      —¡Brillante idea, Basil! Y lo más importante, podríamos subir a los pisos superiores todas las veces que quisiéramos para escuchar las lecciones de nuestro querido Holmes.

      —Exacto —dijo después mi compañero, sonriendo—. En la próxima asamblea municipal deberíamos proponerlo.

      Cuando lo hicieron, las cuarenta y cuatro familias de la comunidad estuvieron de acuerdo.

      Basil trabajó personalmente en los planos de la ciudad. Todas las noches, cuadrillas de carpinteros y albañiles se dirigían hacia Baker Street y trabajaban a un ritmo frenético. Apenas dos semanas después estuvimos en condiciones de mudarnos.

      Holmestead era una ciudad modelo y los ratones de todo Londres venían a visitarla llenos de admiración.

      Basil y yo compartíamos un apartamento exterior, de modo que podíamos ver a nuestros visitantes antes de que entrasen, justamente como hacía el señor Holmes.

      Basil iba a menudo a escuchar a su maestro y pronto me pareció que no existía misterio que no pudiese resolver. Los ratones emprendían largos viajes para venir a consultarle: venían incluso desde Francia, atravesando el Canal de la Mancha solo para verlo.

      Por rico o pobre que fuese, todo aquel que necesitase ayuda siempre encontraba acogida en casa de Basil.

      El ratón detective detuvo a tal número de peligrosos criminales que los delincuentes temblaban con solo oír su nombre.

      Pero apenas pasado un mes desde que nos trasladamos a Baker Street, dio comienzo el caso más extraño de la carrera de Basil: ¡Angela y Agatha, las hijas gemelas de nuestros vecinos, desaparecieron sin dejar rastro!

      2

      ¿Dónde están las gemelas?

      Era ya noche cerrada cuando los padres de las niñas vinieron a nuestro apartamento para pedir ayuda a Basil. No pudimos atenderlos porque estábamos arriba, en casa de Holmes.

      Estábamos escondidos en nuestro rinconcito preferido, escuchando con profundo interés y admiración.

      El señor Holmes le estaba explicando al doctor Watson la resolución de un robo de joyas que tenía en vilo a Scotland Yard.

      Basil había sacado su libreta de bolsillo (bolsillo de ratón, por supuesto) y anotaba cada palabra.

      —¡Es un genio absoluto! —susurró Basil—. ¡Qué cerebro! Este hombre llegará a ser una leyenda: su fama alcanzará los rincones más remotos de la Tierra.

      —También usted es ya una especie de leyenda —añadí yo.

      —Quizá, Dawson, pero tengo mucho que aprender. ¡Y qué honor más grande hacerlo de Sherlock Holmes!

      A lo que repliqué:

      —¡Y qué honor para ser el ayudante del Sherlock Holmes de los ratones!

      Basil sonrió con la modestia que le caracterizaba y siguió tomando apuntes.

      Una hora más tarde, el señor Holmes sacó su violín del estuche, le cambió la cuerda al mi y arrojó la vieja a la papelera.

      Después levantó el arco y ejecutó un fragmento de Paganini. Éramos todo oídos, tocaba tan magníficamente que era imposible no emocionarse.

      —¡Bravo! —chilló Basil, extasiado ante el talento de su mentor.

      Luego oímos una pieza de Mendelssohn