Profesores, tiranos y otros pinches chamacos. Francisco Hinojosa. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Francisco Hinojosa
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Языкознание
Год издания: 0
isbn: 9786078667741
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principal cártel del norte, usted sabe, ya se acercó a nosotros.

      –Y la banda de los Sacaojos…

      –Como ve, señor presidente, hay algo que usted y nosotros compartimos: sabemos que el tiempo apremia.

      La reunión que tuvo el presidente con tres de los ministros consentidos de su gabinete –además del abogado de la nación, el embajador del Vaticano y el empresario Zurita– fue larga y polémica.

      –He revisado los números –dijo el secretario de Hacienda– y la verdad no hay duda de que se trata de una propuesta seria…

      –Yo también he visto las cifras –continuó el canciller– y, aunque no las he analizado a detalle, sé que detrás de esta locura hay fundamentos económicos de peso. Sin embargo, señor presidente, el problema va más allá de esta cantidad impresionante de ceros… No hay antecedentes de una venta de esta magnitud en el mundo.

      –Sí la hay –intervino el ministro de Justicia–. Creo que México vendió una parte de su territorio a Estados Unidos.

      –Usted lo acaba de decir –se levantó el presidente, nervioso–: una parte, ¡no todo el país! Y eso fue hace como cuatro siglos, ¿o me equivoco?

      –Creo que la única solución sería hacer una consulta –se metió el secretario del Tesoro–. La única salida que pueda ser tomada después como democrática es que el pueblo decida si quiere pasar a otras manos.

      –Habla usted como si el país fuera una mercancía.

      –Hasta cierto punto –habló al fin Cocó Zurita, dueño de los ferrocarriles, el petróleo, dos embotelladoras y una imprenta, entre muchas otras empresas– todo es una mercancía. El dinero es capaz de convertir en artículos de consumo, ¿qué quiere?, la belleza, la bondad, la justicia, la democracia. Hasta el paraíso puede comprarse y, por supuesto, venderse. ¿O no es así, padre?

      –Dicho como lo dices, hijo –respondió el representante del Papa–, suena todo muy mercantil, muy terrenal. La iglesia nunca ha tenido una opinión consensuada acerca de la venta de cosas o naciones. Supongo que mi jefe papal no tendrá ningún inconveniente en que se realice la operación.

      –Bien, bien –dijo el presidente sin dejar de caminar de un lado al otro por la sala de juntas–. Pongamos que podemos vender el país… Pongamos que es lo mejor para nosotros, para el pueblo, para los honestos compradores, para la fe, para la bolsa de valores…

      –Recuerde que las oportunidades se escapan, señor presidente.

      –A eso voy: ¡esta es una oportunidad!, ¿o no lo ven así? Todos sabemos, por ejemplo, que dentro de los esquemas económicos actuales la deuda externa no la acabarían de pagar ni los bisnietos de nuestros bisnietos.

      –Sin contar –añadió el secretario de Hacienda– que desde las últimas cuatro décadas la deuda tiene una tendencia a incrementarse. Y el Banco Mundial no anda muy amistoso desde hace tiempo con nosotros… Por no hablar de nuestras reservas, si se les puede llamar reservas a los lingotes de oro que tenemos y a unos cuantos dólares, yenes, marcos, francos, reais y lempiras que guardamos en el Banco del País.

      –Es cierto que se trata de una oportunidad –volvió a meterse el secretario del Tesoro– pero, ¡por el amor de Dios!, consulte, haga un plebiscito, señor presidente, un referéndum, una auscultación, un algo que lo legitime.

      –¿Quiere algo más que la opinión de mi gabinete, del sector empresarial, representado aquí por Cocó, de la iglesia, cuyo aval me acaba de dar monseñor, de los documentos que los compradores han presentado acerca de la guerrilla, el comercio, los líderes del país, el sector popular? ¿Quiere algo más contundente? ¿Un plebiscito, un referéndum? ¡Bah!, esas son cosas del pasado. O del futuro. El pueblo, como pueblo, no debe opinar sobre asuntos que no le conciernen. Hay que saber dirigir la voluntad de un pueblo. Hay que saber cómo darle lo que merece. Quizás ya sea hora de que nuevas manos y nuevas cabezas y nuevos liderazgos conduzcan a la nación por caminos más modernos… Por ejemplo: yo mismo he estado tentado muchas veces a proponer que se rediseñe nuestra bandera…, y la verdad: no me he atrevido siquiera a mandar una iniciativa al Honorable Congreso por temor a pasar por liberal o posmoderno. El porvenir del pueblo está en nuestras manos. Más ahora que nunca, cuando podemos transferir la soberanía sin que la soberanía se entere del movimiento, ¿comprenden?

      –Me da gusto que en estos precisos momentos, cuando es necesario tomar las decisiones más acertadas, esté usted tan lúcido, señor presidente.

      –Tan capaz…

      –Tan seguro…

      –Tan irrefutable…

      –Tan presidente, señor presidente…

      –Es que el tiempo apremia.

      Dimitri Dosamantes y José Asunción Mercado estaban seguros de que tendrían que volver a pasar por todas las instancias de rigor antes de conseguir una nueva cita con el Ejecutivo. Revisaron –con todo su equipo de consultores, el buró de abogados, los banqueros y los socios capitalistas– la propuesta de compra, y concluyeron, luego de dos largas jornadas de intenso trabajo, que estaban en lo razonable, lo justo y lo correcto. No se les había escapado ningún detalle.

      Ante su sorpresa, al tercer día recibieron una llamada al centro de negocios que habían instalado para sus propósitos: era el secretario particular del presidente: los esperaba en la Casa Floral –sede de la residencia del conductor de la nación– el miércoles a las 7:15 de la mañana: para hablar de negocios: para pactar: para compra-vender lo que fuere pertinente dado el caso de que la decisión pudiera tomarse y para cerrar la operación si Fortuna lo avalaba.

      La propuesta de agenda del secretario incluía los siguientes puntos:

      •Registro de participantes de ambos equipos.

      •Imposición de gafete.

      •Palabras de bienvenida a cargo del presidente-presunto-vendedor y de los copresidentes-presuntos-compradores.

      •Corte del listón por parte de Su Graciosa Majestad Yolanda III, reina del carnaval.

      •Mesas de discusión y negociación en temas sustantivos: gobierno, educación, trabajo, salud, hacienda y deportes.

      •Receso amenizado por el cantautor José Raphael José.

      •Conferencia magistral de Cocó Zurita.

      •Buffet frío, mimosas y pastelitos.

      •Siesta.

      •Firma de acuerdos.

      •Firma de cheques.

      •Traspaso de banda.

      •Himno.

      •Vino de honor.

      El martes, al menos para Dimitri, el tiempo dejó de apremiar. Llevó a sus hijos al parque, se subió con ellos a la montaña rusa, comió una hamburguesa con papas fritas, los invitó al cine, se empacó él solo una bolsa familiar de palomitas y les contó, más tarde, un cuento antes de que se durmieran. El cuento de un lobo que quería ser el rey de los unicornios.

      Por la noche, con la grata compañía de Thelma Esther, su amante, en el hotel Green & Rose Inn, cenó caviar con galletitas, vodka helado y pastel de zanahoria. Le comentó de paso acerca de la transacción que se traía entre manos.

      –¿De qué país me estás hablando?

      –Ya lo verás, ya lo verás. Está divino.

      José Asunción, por el contrario, renunció por un día al mundo material y se puso a soñar con los ojos abiertos: se veía a sí mismo pastoreando todas las ovejas del país, haciendo mítines en los que aclamaban sus sabias palabras, apadrinando a un niño huérfano, inau gurando hospitales, escuelas, bancos y teleféricos, cantando en la televisión, socorriendo a un damnificado, etcétera. Soñó despierto con tal intensidad que a las dos horas cayó profundamente dormido.

      Su