Profesores, tiranos y otros pinches chamacos. Francisco Hinojosa. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Francisco Hinojosa
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Языкознание
Год издания: 0
isbn: 9786078667741
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mi vida…

      Gavrila se despertó al cabo y se enfrentó con Fedor. Hubo una discusión interminable en la que ambos se reclamaban cosas poco claras, confidenciales. Hasta que se metieron los dos a la ducha.

      Al tiempo que nuestros compañeros se enjabonaban, el doctor Aldecoa continuó en el aula contigua con su relato: Madame Pipi hojeaba una revista de modas en el salón de té, que en sus épocas de esplendor fue centro de reunión de la aristocracia menos refinada del momento, pero aristocracia al fin. Con algo de Pergolesi (silbado por Aldecoa) de fondo musical entró Xavier Valmont (agitado).

      Y Xavier Valmont (el Ruso) asaltó el saloncito con el rostro descompuesto y a gritos llamó la atención de la Pipi (Tatiana):

      –¡Estamos sobregirados…!, perdón, está sobregirada, madame. La marquesa llegará a las cinco…, y usted sabe, tendremos que tocar el asunto.

      –Tranquilo, Xavier, cualquiera diría que eres tú el sobregirado. Mírate, parecería que te persigue un cazador…, así como tú persigues a los…, ¿lobos?, ¿o eran tigres?

      –Leones, madame, leones que la harían hacerse…

      Aldecoa se rio, y luego nosotros. Ya, silencio, nos pidió, el orden es inherente al experimento este. Ahórrense lo innecesario.

      –Ya, ya, arregla las cosas antes de que el estúpido de Piotr empiece a menear sus hilos. Tú sabes cómo…

      –Madame Pipi, la liga está a punto de romperse, no es posible estirarla tanto. Piotr ya es dueño de los maizales y las salamandras, es mejor darse cuenta de ello.

      –No he firmado nada.

      –Comprenda, madame, que no es necesario ya que firme nada, a estas alturas hasta sus decrépitos bueyes son propiedad de Piotr Ilich Perjotin. Usted actúa como si nunca hubiera pasado nada…

      –¡Ya basta, Xavier, ya basta! ¡Empiezas a enfadarme! Tú bien sabes que Piotr no puede hacer gran cosa si…, ¡carajo, tú sabes!

      –Madame Pipi, ¿le hablé acaso de la intervención de Fedor Tulpenov y de Gavrila Zúbkova?

      –Me mencionaste a los rusos esos, Xavier. Es algo que me tiene sin cuidado. Tú sabes que yo no le temo a cosas tan…, ¡bah!

      –No solo se los mencioné, madame. Le advertí que eran gente de cuidado. ¿Recuerda el atentado contra Charles Grillet en octubre del 89? Y se acordará también de la bomba en las Tullerías… Son ellos, madame Pipi, no se andan por las ramas.

      –¡Te he dicho que no me hables así, Xavier Valmont! “Andarse por las ramas” es un lugar común. Y tú sabes que nada me estalla tanto como los lugares comunes, Xavier Valmont.

      –Madame …, está bien, está bien, mis disculpas… Pero comprenda, el horno no está…

      Algo le gritó la Pipi a su subalterno acerca de su comportamiento y pasó a retirarse a sus habitaciones. Mientras sucedía todo esto, el Gordo y Rosario (Fedor y Gavrila) andaban de compras en París. Ella adquirió a buen precio unos zuecos violetas y él una pluma fuente de marca. En un plano francamente alegórico, Mauricio se abocó a representar la pluma fuente de Fedor. Quizás temió quedarse sin papel en el experimento del profesor de Tec. Aldecoa dubitó unos instantes y lo dejó ser pluma. Los tres, Fedor, Gavrila y la pluma, se fueron de bares por el rumbo de Montmartre.

      Entonces tuvimos que interrumpir la clase o cuento o experimento porque era hora de tomar la clase de Compu (Computación Avanzada), en la que muchos de nosotros ya andábamos avanzados y no queríamos retrasos.

      Pero al día siguiente (sábado) nos vimos en casa del profesor Aldecoa para continuar cuanto antes el famoso experimento que nos tenía tan desubicados y tan esperandosos.

      La casa del doctor Aldecoa era un bungalow agradable y poco suntuario. Nos moríamos de la risa al ver su colección de botellas vacías. Era en verdad graciosa. Pero, después de desayunar (jugo de mandarina, fruta rellena y un caldo supercaliente de pescado o de embutidos o de borrego), él se propuso disciplinarnos y lo logró de inmediato. Y así volvimos a la clase o la historia o el cuento o el experimento del gran doctor experimentado y experimental.

      A Gavrila le bajó ese día y se puso fatal: llore y llore y reclamadosa con su Fedor, que ya se vomitaba. Sin embargo, se sentía muy orgullosa de sus zuecos nuevos. Luego a Fedor le entró el deseo y se pusieron a hacer el amor. Fantásticamente, palabra, nos dejaron aturdidos con tanta fruición y entusiasmo que le pusieron al llamado “acto amoroso”. Por su parte la Pipi (Tatiana) andaba con jaqueca: según supusimos por sus quejumbrosidades. Entonces entré yo, a la sazón llamado Tomasi Papini, un florentino agiotista.

      –Es tu decisión.

      –Es la decisión de madame, mi admirado Tomasi.

      –Yo no me ando con cuentos en eso de las deudas… Me conoces, Xavier Valmont, tú sabes de lo que soy capaz.

      –Te equivocas, querido Tomasi Papini, quien sabe de riesgos y venganzas es la propia Pipi… Yo soy un humilde mensajero, un puerco negociador. Ella sabe lo que hace, espero que quede claro.

      –¿Amenaza, Xavier?

      –Discrepancia y apartitud, pura simulación, sugerencia.

      –Da lo mismo, estimado imbécil, me da lo mismo. Discrepa, si quieres, toma distancia, si decides, pero, querido Xavier, ¿a quién quieres coludir en negociaciones disparejas? Habla, intelectual de pacotilla, habla, genio de las finanzas de quien te paga y mantiene, habla-bla-bla, pedazo de estiércol, carroña, piraña, ponzoña.

      Valmont andaba encolerizado, caliente. Tomasi (yo), en cambio, se tomaba las cosas con serenidad, bien manejada en su interior (como yo había sido usurero en otro momento de mi francamente hermosa vida no me costó mucho trabajo el papel). Había decidido ser más diplomático con el enemigo, negociar…

      En ese momento oímos la detonación en la recámara de visitas del bungalow del profesor Aldecoa. La Pipi yacía en el piso con un agujero de proyectil en el pecho y otro de punzocortante en un hombro. Sangraba a chorros. Fedor, de pie, sostenía el revólver y observaba el cadáver con la mirada típica del asesino profesional. Gavrila empuñaba la daga coasesina con la vista perdida en la punta (de la daga).

      Algo iba a hacer o a decir Mauricio (que había dejado ya de ser pluma) pero el doctor Aldecoa le ordenó que silencio, no te metas en un mundo que no te corresponde, ¿quién te ha llamado? El respeto a los demás no es un respeto de más. Luego dijo algo acerca de la no intervención como paradigma del experimento, y asunto arreglado, nos remetimos a la historia, ya más conscientes de nuestro papel no interventor en los negocios ajenos. “La sensación del Otro”, como diría el profesor de Tex He (Textos Helénicos).

      Rompieron el hielo el Gordo y Rosario: la narración continuaba porque así era (la narración).

      –Vamos, amor –dijo Gavrila, y salieron ambos del bungalow.

      –Nuestro destino es hacer historia, es escribir unas cuantas páginas de esta repugnante historia…

      –Te amo, Fedor. Eres un hombre de tu siglo, independiente, tenaz. Te amo, vida mía. Mi sino es quererte, nuestro sino es matar… La vida nos impone tantas cosas, mi Fedor, tantas cosas, cariño…

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