Profesores, tiranos y otros pinches chamacos. Francisco Hinojosa. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Francisco Hinojosa
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Языкознание
Год издания: 0
isbn: 9786078667741
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por sus siglas) fue puesto en marcha, la población del país dejó sus haberes y deberes, y se puso a aprender nuevas cosas: Tarot, Malabarismo, Cultivo Orgánico de Verdolagas, Reproducción de los Erizos de Mar, Tortura a Indigentes, Robo de Comercios, Cómo Prologar un Libro de Fernando Savater. Etcétera, etcétera, etcétera: hubo quien quiso aprender Ingeniería de Cajas Negras o Cuidado de Bebés por las Noches.

      Nueve

      Fueron veinticuatro años. Primero como maestro, luego como director del Colegio, después como rector de la universidad y más tarde como ministro de Educación y presidente de la república: viví la transformación de un pueblo. Y puedo decir y decirme que estoy contento: mucha gente ya sabe lo que anhelaba saber, y otra está muy cerca de conseguirlo. El NUPLAES, que más tarde se transformó en el SINAEN (Sistema Nacional de Enciclopedización), fue un modelo de enseñanza que adoptaron varios países con éxito similar.

      Falta aún mucho por recorrer para lograr una sociedad equilibrada, justa, dinámica: muy solicitado el curso Técnicas de Plagio frente a la poca demanda de la materia Cómo Administrar el Tiempo Durante el Secuestro. Mucha cátedra sobre la Crianza de Vacunos contra la escasez de pastizales en el país. Jóvenes con sed de ¿Es el Grafiti un Arte? y pocos muros disponibles. Dos libros de Savater en prensa ante los más de quinientos posibles prologuistas. Etcétera.

      Diez

      Un día tuve que abandonar el país.

      Me llenó de alegría percibir el alto nivel de conocimientos que tenían los egresados de Cuándo dar un Golpe de Estado y Cómo Desterrar a un Dictador.

      En la limusina que me llevó a la frontera tuve la oportunidad de dar mi última enseñanza: Quandoque bonus dormitat Homerus: aunque a Quinto lo indigne, creo que yo también merezco el dulce sueño que tuvo Homero en su momento.

      Estar en la lista de los diez hombres más buscados por el Tribunal de Justicia de Luxemburgo no me impidió dormir con placer mi última siesta.

      LA VIDA EN EL CAMPUS.

      MANUSCRITO ENCONTRADO EN UN ARCHIVERO

      para Guillermo Sheridan

      En Rectoría se anda diciendo que los profesores están desmejorados y que va a haber despidos y nuevas contrataciones. El secretario particular del rector casi no sale de su oficina: se la pasa al teléfono con el abogado, el jefe de Recursos Humanos y el director de Matemáticas. Se ve que están coludidos y que forman grupito.

      Como secretaria sindicalizada, con 28 años de antigüedad y con reconocimientos por mi asiduidad y buen desempeño laboral, la cosa no me tiene mayormente preocupada. Por el contrario, el asunto de los despidos me divierte porque curiosa soy, para decirlo de una vez.

      Y es que casi siempre me ha dado por escuchar las conversaciones de mi patrón, que es el jefe de Recursos Materiales y Abasto: el contador Velarde: hombre de prestigio como proveedor y padre de dos distinguidos muchachos: estudiante de geografía, el mayorcito, y boxeador, el que nació con fórceps.

      Por ejemplo: hace poco mi jefe se vio con la profesora Lupita, que es muy decana y querida en el campus, y le platicó la situación de Rectoría. Yo hice como que no me interesaba la cosa y terminé enterándome de todo, que a la vez se lo puse en bandeja a Charito, a Monchis y al tal Irrigoyti Eyzaguirre, quienes acabaron haciendo del chisme cosa pública, como se dice.

      Me gusta revolver las aguas porque algo han de llevar de verdad, según tengo entendido. El rumoreo y la verdad poco equidistan, según dice el lingüista Canek.

      En Rectoría no manda el rector, un hombre firme y de formación científica. Dicen que es íntegro y no mal intencionado. Siempre saluda a quienes somos sus subalternos y se viste todos los días con camisas de cuadritos. No tiene una presencia elegante pero tampoco repulsiva. No es del todo chaparro y su esposa es una güerita que toma clases de alemán y de artes plásticas.

      En realidad, su secretario particular es quien da las órdenes y toma las decisiones allá, en Rectoría. El doctor Guzmán acuerda con todos los directores, los jefes, los coordinadores, la entrenadora del equipo de natación y el abogado sin que el rector se preocupe por lo que decidan o proyecten o anden implementando a sus espaldas.

      Es él quien maneja a los miembros de la Junta de Gobierno, el que cena con los líderes estudiantiles, el diseñador de los programas de cómputo y el que decide los menús. Juega ajedrez como ninguno y, dicen, anda de amoríos con la estadista Raquel Minesota, que la verdad parece modelo o actriz o cantante, y que es muy emérita.

      Por su parte, el rector es el encargado de hacer (o tratar de hacer) las paces entre las bandas de académicos, de pasear a los visitantes distinguidos que nos honran con su presencia, de saludar con amabilidad a los subalternos y de sacar a bailar a su esposa en el baile de fin de cursos. No tendría para él otro calificativo que el de “estupendo”. Todo un ser humano educado: suele dar consejos a los estudiantes, trabajadores, catedráticos, maestritos e investigadores, como la profesora Lupita, que es una adoración.

      En cambio, no podría decir lo mismo del doctor Guzmán. No niego que sea chistoso e inteligente, qué va. Pero tiene algo de ladronzuelo o de amable falso que me molesta. Me inhibe por guapo o qué sé yo: por reputado oceanógrafo o por ególatra.

      En general, así es mi universidad. Y de alguna manera me siento orgullosa de ella: la defiendo contra la crítica de políticos y periodistas vendidos y me da mucho que pensar. Aunque suene cursi, como dicho por Charito, para mí es una segunda casa.

      Como no quiero estar de un solo lado en este relato, he de decir que en efecto los maestros ya caminaban a pasos lentos cuando empecé a correr la voz de los despidos y las nuevas contrataciones. Por ejemplo: el químico Figueroa se las ingeniaba con una teoría, de su invención, poco atenida a los planes de estudio: decía que el zinc o el mercurio, ya no me acuerdo, podía curar las cataratas o el glaucoma. Y como el teólogo Camino se lo creyó, el lío fue a parar al hospital y luego a los tribunales, antes de aterrizar en el Vaticano.

      Otro ejemplo: la señorita Uranga se puso un día a llorar, enfrente de sus discípulos, porque había tenido un legrado doloroso o algo por el estilo. O el caso del licenciado Sahagún, que quiso sobrepasarse con Alejandrita Mireles: aunque no prosperó la demanda se armaron las discusiones en la Comisión de Derechos Humanos y Acoso Sexual: llegó incluso a oídos de la Comisión Universitaria de Amnistía. El zootecnista Tirado, por su parte, se estampó con su coche contra el muro sur del gimnasio oeste. Cuentan que había ingerido drogas: aunque la verdad se le ve muy decente y empecinado.

      Y así: hay muchas más historias que podría platicarles de los catedráticos, los maestritos y los investigadores. El hecho es que desde hace un buen tiempo todos andan medio adormilados. Como si las materias les valieran un quinto.

      Para el alumnado, las autoridades y nosotros los administrativos, los académicos de pronto empezaron a rebasar los límites a los que nos tenían habituados. Con decirles que hasta la decana Lupita enloqueció un día en la cafetería, junto al cajero automático. Al parecer su saldo no correspondía con sus cuentas: hizo un numerito vergonzoso y le dio un ataque de asma o epilepsia: no lo tengo muy claro. El chofer de la secretaria del rector tuvo que darle respiración de boca a boca.

      Además, el problema de las pandillas de académicos ha llegado ya a límites nunca antes vistos. La que comanda el químico Figueroa, Los Tucanes, es la más temida, y no solo por ser la más perniciosa, sino porque funciona como sociedad secreta. Uno nunca sabe quién ha sido reclutado. Con decirles que he llegado a dudar de mi jefe y del tal Irrigoyti Eyzaguirre, pues hacen cosas extrañas: acuerdan por las noches en el baño sauna del gimnasio este. No lo he comprobado, pero la gente lo comenta.

      Entre las fechorías de Los Tucanes, por mencionar las dos más famosas, se cuenta que el viejito de Etimologías Grecolatinas, el maestro Orestes García, empezó un día a vomitar sangre porque lo habían envenenado. Charito y Monchis juran que le administraron una sustancia, preparada en el laboratorio de Física, en la comida de fin de cursos. Aunque