Profesores, tiranos y otros pinches chamacos. Francisco Hinojosa. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Francisco Hinojosa
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Языкознание
Год издания: 0
isbn: 9786078667741
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sucedió, para fortuna de todos, que al Director le llegara un síncope que lo dejara parapléjico. La Junta quiso imponer a Lope, luego a don Robert Tapia, hasta que en un nuevo y sorpresivo sufragio obtuve yo la mayoría de votos.

      Mi primer acto de gobierno fue modificar los planes de estudio: ya no se impartirían materias especializadas. A aquellos maestros que decidieron enciclopedizarse a sí mismos para formar parte del nuevo cuerpo docente les di la bienvenida. Quienes optaron por el re clamo, la negativa y la resistencia fueron liquidados conforme lo marca la ley.

      Mi tarea, además de gobernar, fue impartir la Clase de Clases, como se llamó el curso de preparación de maestros enciclopedistas.

      Contraté a la tal Mashenka de Browninburgo para que me auxiliara en la preparación del profesorado, y otorgué a los alumnos un año sabático, que fue mal visto al principio por la Junta de Padres de Familia, pero que luego, en cuanto informé acerca de los beneficios de mi nuevo plan de estudios, fue apreciado con justicia: Chi va piano, va sano.

      A lo largo de ese año de preparación, las cartas de los estudiantes llenaron mi oficina. Tuve que recontratar a la dulce Catita, que había sido finiquitada generosamente, para que leyera las cartas, las contestara e hiciera la clasificación de las dudas, propuestas y preguntas de la primera generación de estudiantes enciclopedizados.

      A partir de esa clasificación elaboré los cursos que se ofrecerían durante el primer año. Había dos opciones:

      1) Se impartirían las clases simultáneamente, de tal manera que el alumno pudiera asistir a la que más le atrajera.

      2) O bien, el Colegio sería una gran aula a la que todos tuvieran acceso.

      Decidí lo primero, a pesar de las protestas de algunos que querían entrar a todas las clases.

      Con base en los deseos de conocimiento expresados por los pupilos en sus cartas armé las primeras materias de cátedra: Fabricación de Puros, Introducción a la Litografía, Orinología, Compostura de Excusados, Administración de Burdeles y Casas de Juego, ¿Es La guerra y la paz una novela rusa?, Psicoanálisis y Charlatanería, Mambo, Danzón y Chachachá, Montesquieu Hoy.

      Cinco

      A la inauguración de los cursos asistió el presidente de la república, tres secretarios de Estado, el director de la enciclopedia Mis Primeros Conocimientos y muchos de los empresarios cuyos hijos se habían inscrito en el Colegio.

      Fue una ceremonia sencilla: corte de listón, develación de placa conmemorativa, ágape con vino y canapés. Para declarar formalmente la iniciación de cursos, Huberto impartió una primera clase en el patio central: ¿Cómo Enviar y Recibir un Fax?, a la que asistió el presidente –¿gesto?, ¿ignorancia?, ¿necesidad de ampliar sus conocimientos?– como un alumno más (hizo tres preguntas, anotó en su libreta y pasó al frente cuando Huberto preguntó si alguien sabía accionar el start o el stop).

      Seis

      Durante los primeros meses no fue difícil gobernar y administrar el Colegio. Los problemas comenzaron cuando las aulas se saturaron y se convocó al primer mitin.

      El CENA (Consejo de Estudiantes No Admitidos) reclamó su derecho a enciclopedizarse. Las protestas fueron subiendo de tono, colapsaron la ciudad, llegaron al despacho del secretario de Educación, se coludieron con la prensa y se extendieron por todo el país.

      El presidente me envió un fax a mi casa (que para ese entonces ya compartía con la tal Mashenka): me decía “Tiene que hencontrar una solusión para que hesto no perturve a mi goviernos”. Le regresé el fax: “Mañana impartiré yo mismo una materia de cátedra sobre Ortografía al Enviar un Fax”.

      El presidente comprendió mi mensaje, fue al curso, tomó notas, hizo dos preguntas (acerca del uso de la erre y de la hache) y pasó al frente a encontrar los errores de la frase “pero Que zuerte a cido averte konosido”. Sacó un nada despreciable 6.5 de calificación: si bien respondió al azar, el conocimiento y las buenas decisiones de gobierno no son ajenas al sabio albur.

      Al terminar la clase, los del CENA, que estaban esperando a que terminara la cátedra, lanzaron sus consignas contra él (“No seas transa, danos enseñanza”, “No seas regio, queremos el Colegio”, “Te apena, te apena, que no tengamos clases los del CENA”).

      El pobre recibió un botellazo en el cráneo, que yo mismo le suturé, y se fue a platicar conmigo a mi oficina. Le expuse lo siguiente: “La sociedad reclama enseñanza”. Me dijo: “Llo hamo la edukasión”. “Demuéstrelo”. “Husted pida”. “Deme la Universidad”. “Ez Sulla”. “¿Con presupuesto?”. “Husted pida”.

      Al día siguiente mandé a la dulce Catita con todas mis peticiones: éticas, humanas, materiales y financieras.

      Siete

      El mismo día que me dieron la Universidad, Mashenka se suicidó. Yo no estaba del todo seguro acerca de sus motivos. De cualquier manera le hice la autopsia. Dados mis conocimientos en Anatomía, Criminalística y Teoría del Suicidio, descubrí que la trayectoria de la bala que le segó la vida indicaba otra cosa: homicidio.

      Al día siguiente yo mismo impartí la materia Descubriendo al Asesino, al cabo de la cual recluté a noventa investigadores para que me ayudaran a llegar hasta el culpable.

      Ciento veinte horas más tarde, un grupo de cinco alumnos se presentó en mi oficina con un individuo de aspecto enfermizo, gorra de beisbolista y chicle bomba. Me explicaron, paso a paso, todas las pistas que siguieron hasta dar con el homicida. Pensé: Se non è vero, è ben trovato. Sin embargo, pronto deseché las dudas: asesino confeso, esposado y cabizbajo, dijo que amaba a Mashenka y que, al no ser correspondido, “me deshice de ella”. Había sido jefe de meseros en la universidad de Browninburgo. Lo remití al Ministerio Público para que se procediera conforme la ley.

      La tristeza por la pérdida de Mashenka se vio compensada por la satisfacción que me dio la respuesta inmediata de los pupilos a mis enseñanzas.

      Enterada la prensa del homicidio y su pronta solución a través de mi cátedra, le hicieron una difusión excesiva al acontecimiento, entrevistaron a los detectives, al criminal y al procurador de Justicia, que así se expresó: “Habremos de lograr más logros si la ciudadanía logra organizarse. Este es un claro ejemplo de lo logrado”. “¿Y sus propios logros?”, le preguntó con ironía un reportero del semanario La cantaleta. “Nuestros logros son los logros de todos. Lo que logremos juntos logrará acabar con el crimen”.

      Me llamó el presidente para felicitarme. Le dije que lo menos que esperaba de él era un pésame. “¿Thenía una rrelasion hamorosa con la oxiza?”, me preguntó. “Era mi amante, ¿qué no ha leído los periódicos?”. Se disculpó de inmediato y me ofreció el Ministerio de Educación: “El paiz lo nesecitta”.

      Lo dudé al principio: la enciclopedia y la política, a mi claro entender, equidistan. Fiur y Huberto se encargaron de convencerme: “El país te necesita”.

      Ocho

      Nombré a la dulce Catita rectora de la Universidad y me puse a trabajar en pos de una educación digna para el país.

      Mi primera iniciativa de ley –aprobada por mayoría contundente en las cámaras baja y alta, conformadas ambas por alumnos y exalumnos míos– fue suprimir la enseñanza especializada e implementar –término que aprendí a esgrimir con soltura– la enciclopedización de la sociedad.

      El presidente me apoyó al principio, aunque me advirtió que habría mítines, resistencia, marchas y mucha presión. El procurador me dijo que el país no estaba aún preparado para eso, que habría huelgas de hambre, boteo, manifestaciones e inestabilidad. Lo convencí con una frase de Luis XV: Après nous, le déluge.

      No hubo tal: ni inconformes ni diluvio anticipado. Para sorpresa del ejecutivo y su gabinete,