Cincuenta kilómetros al noreste de La Serena, en el cerro La Higuera, otros yacimientos, abandonados al concluir la colonia, volvieron a ser explotados a partir de 1821, al aumentar el precio del cobre. Santa Gertrudis, de Vicente Zorrilla; Llauquita, de Gregoria Álvarez; San José, de Félix y Santiago Vicuña, y Esmeralda, Ají, Santa Ana, San Pablo, Primavera y Casas, de Pedro Pablo Muñoz —el célebre revolucionario de 1851 y 1859—, fueron las principales minas de dicho yacimiento. Varias de ellas contaban con sus propios establecimientos de fundición437. En la cercana caleta de Totoralillo, que fue habilitada como puerto menor para el servicio del yacimiento de La Higuera, Urmeneta y Errázuriz y Pedro Pablo Muñoz establecieron hornos de reverbero438. Sin embargo, parte de los minerales comenzaron más adelante a ser transportados a Totoralillo y embarcados para su fundición en Guayacán y en Lota.
Andacollo, que tanta fama había alcanzado por su producción aurífera, ofreció, asimismo, un considerable potencial cuprífero, con minerales de alta ley en yacimientos situados en los cordones montañosos que rodean al pueblo por el sur y el poniente. En el decenio de 1870 se explotaban 42 minas, muchas de ellas por pirquineros. Las de Hermosa y Guía Verde, entre otras, aprovechaban la abundancia de agua que en ellas surgía, en que estaba diluido el sulfato de cobre, para tratarlo con hierro y lograr la precipitación del metal439.
El mineral de Panulcillo, en el departamento de Ovalle, a unos 15 kilómetros al noreste de Tamaya, formado por grandes depósitos de bronces amarillos, comenzó a explotarse en 1848. En el decenio de 1880 se trabajaban solo cuatro minas. En sus proximidades se construyó un establecimiento de fundición, que en 1887 constaban de cuatro hornos de manga y cuatro de reverbero y producía ejes para la exportación440.
Tamaya, a unos 20 kilómetros al noroeste de Ovalle y en la margen norte del río Limarí, fue el yacimiento que le dio más fama a la provincia de Coquimbo como productora de cobre. Trabajadas muchas de sus vetas desde la colonia, al comenzar el siglo XIX tenía allí varias pertenencias Bernardo del Solar Lecaros. Mariano Ariztía Astaburuaga, dueño de la mina de plata Guías, en Arqueros, y de las haciendas de Sotaquí y Guallillinga, se radicó en Santiago en 1830, y dejó como administrador de sus intereses a su cuñado José Tomás de Urmeneta. Este denunció en 1833 la mina de cobre Mollacas, en el cerro Tamaya, que estaba abandonada. A poco de iniciar las faenas, dio con una veta de minerales de alta ley, lo cual le permitió el financiamiento de nuevas obras en otra mina que había denunciado en 1834. Los trabajos, indispensables para desaguarla, continuaron durante casi 18 años, sin que se conozca la forma en que logró afrontar los costos. Finalmente, en octubre de 1852 dio con el gran alcance que le aseguró la fama al mineral y la riqueza a su dueño441. Urmeneta pudo adquirir entonces algunas minas de propiedad de la familia Ariztía, de Calixto Guerrero y de Ramón Lecaros, lo que, además de permitirle el reconocimiento de una enorme extensión del cerro, le facilitó la extracción del mineral y la ventilación de las labores442. También tuvieron faenas en el cerro de Tamaya la testamentaría de Ramón Lecaros, Bernardo Solar Vicuña, Juan Francisco Rivas y Antonio Herreros443. Dos placillas, que llegaron a sumar entre 10 mil y 12 mil habitantes, son buenas muestras de la importancia que adquirió el yacimiento.
En 1848 el inglés Robert Allison llegó a Chile, acompañado de 20 trabajadores especializados, para alzar, por cuenta de la Compañía Sud-Americana y de México, un establecimiento de fundición en la Herradura, inmediatamente al sur del puerto de Coquimbo. Por diferencias con sus mandantes, Allison constituyó, junto a José Tomás de Urmeneta, Matías Cousiño, Bernardo del Solar, Javier Zañartu y Jerónimo Urmeneta la Compañía Chilena de Fundiciones, sociedad anónima que, con un capital de 500 mil pesos, construyó hornos en Guayacán —en el sector norte de la bahía de la Herradura—, Tongoy y Totoralillo, y un camino de 65 kilómetros que unió Tamaya con el último puerto nombrado. La empresa, sin embargo, no prosperó por la crisis económica de 1857, que, además, acarreó la liquidación de la planta de la Herradura de la Compañía Sud-Americana y de México444. José Tomás de Urmeneta, entonces, junto a su yerno Maximiano Errázuriz Valdivieso, enfrentó la quiebra renegociando con su habilitador y agente, Guillermo Gibbs y Cía., una deuda de 600 mil pesos, y formó en 1858 la fundición de Guayacán445. Hacia 1870 el establecimiento, en que trabajaban 400 operarios chilenos e ingleses, tenía 15 hornos de reverbero y 18 de calcina, más dos hornos refinadores, que “respiran solo por tres gigantescas chimeneas”, herrería, maestranza y fábrica de ladrillos446. En Guayacán se utilizó el sistema Napier de fundición, tecnología de la cual poco se sabe. Con ser el establecimiento de fundición más moderno del país durante el decenio de 1860, no incorporó nuevos adelantos en el siguiente, como el horno de soplete, en que el mineral se fundía merced a una corriente de aire artificial muy fuerte —en un procedimiento similar al del convertidor Bessemer en la elaboración del acero—, y que tenía la ventaja de consumir muy poco combustible447. Es posible que esto obedeciera a la necesidad de emplear coke en ese horno, el cual no se producía por entonces a partir del carbón nacional448. Como continuara siendo una traba de magnitud la conducción del cobre en ejes y en minerales a Tongoy y la llevada de carbón y madera al yacimiento, en 1860 Urmeneta decidió construir un ferrocarril entre ambos puntos, que inició su funcionamiento siete años después449. Gracias a la construcción del ferrocarril de La Serena a Coquimbo fue posible transportar minerales de yacimientos cercanos a Guayacán, que también recibía ejes y minerales de Atacama y de Bolivia450.
Hacia el sur de la provincia se explotaron otros yacimientos de cobre, como el mineral de los Sapos, a unos 10 kilómetros al norte de Combarbalá y, en las proximidades de Chalinga, las minas de Llamuco y Las Tazas, de los hermanos Bruno y Vicente Larraín Aguirre. Al sur del río Choapa, que servía entonces de límite a las provincias de Coquimbo y Aconcagua, la minería del cobre mostró una notable actividad. Numerosos yacimientos llevaron en Petorca a la instalación de las fundiciones de San Agustín, de la familia Gatica, y de Limáhuida y Las Cañas, de la familia Montes Solar. En el departamento de La Ligua, por su parte, Vicuña Mackenna anotó la existencia en 1858 de 65 minas de cobre en explotación, la más rica de las cuales era la del cerro de la Ñipa, en tanto que operaban 10 establecimientos de fundición, faenas que contaban con más de mil 300 operarios451. Al sur de la cuesta del Melón, el yacimiento de las Guías alimentó con sus minerales a varios establecimientos de fundición, el principal de los cuales fue el creado por Pedro Félix Vicuña Aguirre, el padre del historiador, quien, habilitado por Hemenway, adquiría buena parte de la producción del valle de La Ligua e incluso tenía proveedores en el valle de Aconcagua452. En este valle los principales centros productores fueron Catemu, con las célebres minas de El Manantial, del minero huasquino José Santos García Sierra, quien compró la hacienda Vichiculén para servirse de sus bosques de espino para leña, y Patagua —adquirida esta por Pedro Félix Vicuña—, y que llegó a tener 41 hornos de reverbero; el Salado, de propiedad de la familia Caldera; Coimas y Llaillay. Cabe agregar que Agustín Vial Santelices, que había comprado Vichiculén en 1822, entregó la administración del predio a Manuel Rengifo, quien se dedicó a la fundición de cobre, sellando las barras con el nombre del fundo para evitar adulteraciones453. En Catemu inició sus actividades en la zona central el conocido empresario José Manuel Cea. Este en 1835 instaló