NUEVE: Las Cosas en su Profundidad
TRECE: No Puede Ser Cargada Estando Solos
CATORCE: El Viaje de la Resurrección
QUINCE: Dos Testigos de Jesús y Cristo
DIECISÉIS: Transformación y Contemplación
DIECISIETE: Más Allá de la Mera Teología: Dos Prácticas
PALABRAS FINALES: El Amor Después del Amor
APÉNDICES: Mapeando el Viaje del Alma a Dios
APÉNDICE I: Las Cuatro Visiones del Mundo
APÉNDICE II: El Patrón de la Transformación Espiritual
Antes de que Empecemos
En su autobiografía, Rocking Horse Catholic1, Caryll Houselander, la mística2 inglesa del siglo XX, describe cómo un viaje ordinario de subte en Londres se transformó en una visión que cambió su vida. Comparto la descripción de Houselander de esta llamativa experiencia porque claramente demuestra lo que estaré llamando El Misterio de Cristo, el morar de la Presencia Divina en todos y todo, desde el comienzo del tiempo como lo conocemos:
Estaba en un subte, un tren tumultuoso en el que todo tipo de personas se empujan, con trabajadores sentados y agarrados de las barandas, de todas descripciones, yendo a casa al final del día. De manera considerablemente repentina vi con mi mente, pero tan vívidamente como una gran pintura, a Cristo en todos ellos. Pero vi más que eso, no solo a Cristo en cada uno de ellos, viviendo en ellos, muriendo en ellos, regocijándose en ellos, lamentándose en ellos — sino que al estar Él en ellos, y al estar ellos acá, también todo el mundo estaba acá, en ese subte; no solo el mundo estaba en ese momento, no solo toda la gente de todos los países del mundo, sino toda esa gente que vivió en el pasado y toda la que vendrá.
Salí a la calle y caminé por mucho tiempo entre la multitud. Era lo mismo acá, en todos lados, en cada transeúnte, en todos lados: Cristo.
Por mucho tiempo fui perseguida por la concepción del Cristo humillado, el Cristo lisiado cojeando por Rusia, mendigando Su pan; el Cristo que, a través de las eras, podría regresar a la tierra incluso a los pecadores para ganar su compasión por Su necesidad. Ahora, en un destello de segundo, supe que este sueño es un hecho; no un sueño, no la fantasía o la leyenda de una persona devota, no la prerrogativa de los rusos, sino Cristo en el hombre…
Vi también la reverencia que todos deben tener por un pecador; en vez de condonar su pecado, que en realidad es su mayor pena, uno debe confortar al Cristo que sufre en él. Y esta reverencia debe ser pagada incluso a esos pecadores cuyas almas parecen estar muertas, porque es Cristo, quien es la vida del alma, que está muerto en ellos; ellos son Sus tumbas, y Cristo en la tumba es potencialmente el Cristo resucitado…
Cristo está en todos lados; en Él cada tipo de vida tiene un sentido y tiene una influencia en todos los otros tipos de vida. No es el pecador tonto como yo, corriendo por el mundo con reproches y sintiéndome magnánimo, sino quien más se acerca a ellos y les trae sanación; es la contemplación en su celda quien nunca los ha visto, pero en quien Cristo ayuna y ora —o puede ser una sirvienta en quien Cristo se hace sirviente otra vez, o un rey cuya corona de oro esconde una corona de espinas. La comprensión de nuestra unidad en Cristo es la única cura para la soledad humana. Para mí, también, es el único sentido supremo de la vida, lo único que da sentido y propósito a cada vida.
Algunos días después la “visión” se desvaneció. La gente lucía igual otra vez, ya estaba ese mismo shock de introspección para mí cada vez que me enfrentaba cara a cara con otro ser humano. Cristo estaba oculto otra vez; de cierto, a través de los años por venir, lo iba a buscar, y usualmente lo encontraría en otros – y aun más en mí misma- solo a través de un deliberado y ciego acto de fe.
La pregunta para mí —y para nosotros— es, ¿quién es este “Cristo” que vio Caryll Houselander permeándose e irradiándose desde todos sus queridos pasajeros? Para ella Cristo claramente no es solo Jesús de Nazaret sino algo mucho más inmenso, incluso cósmico, en significancia. Cómo es eso posible, y por qué importa, es materia de este libro. Una vez encontrada, creo que esta visión tiene el poder de alterar radicalmente lo que creemos, cómo vemos y nos relacionamos con otros, nuestro sentido de cuán grande puede ser Dios, y nuestro entendimiento de lo que nuestro Creador está haciendo en nuestro mundo. ¿Suena esto como a esperar demasiado? Mira otra vez las palabras que usa Houselander para capturar el querido alcance de lo que cambió para ella después de su visión:
En todos lados —Cristo
Comprensión de unidad
Reverencia
Todo tipo de vida tiene sentido
Toda vida tiene influencia en todos los demás tipos de vida
¿Quién no querría experimentar tales cosas? Y si la visión de Houselander nos parece exótica de alguna manera al día de hoy, ciertamente no lo sería para los primeros cristianos. La revelación del Cristo Resucitado como ubicuo y eterno estaba claramente afirmada en las Escrituras (Colosenses 1, Efesios 1, Juan 1, Hebreos 1) y en la iglesia primitiva, cuando la euforia de la fe cristiana todavía era creativa y expansiva. Sin embargo, en nuestro tiempo, este modo profundo de ver debe ser abordado como un proyecto de recuperación. Cuando la iglesia occidental se separó de la oriental en el Gran Cisma de 1054, gradualmente nos perdimos este entendimiento profundo de cómo Dios ha estado liberando y amando todo lo que hay. En su lugar, limitamos gradualmente la presencia divina al cuerpo único de Jesús, cuando quizás es tan ubicuo como la luz misma —e incircunscribible por límites humanos.
Podríamos decir que la puerta de la fe se cerró en el más amplio y hermoso entendimiento de lo que los primeros cristianos llamaron “la Manifestación”, la Epifanía, o más famosamente, la “Encarnación” —y también su forma final y completa, que todavía llamamos “la Resurrección”. Pero originalmente las iglesias orientales y ortodoxas tenían un entendimiento mucho más amplio de estos, una percepción que nosotros, iglesias