Las mil cuestiones del día. Hugo Fontana. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Hugo Fontana
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Языкознание
Год издания: 0
isbn: 9789974822689
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vida a miles de parisinos, Thiers vuelve a instalarse en su puesto de mando. El llamado «festival de los miserables» había llegado rápidamente a su fin.

      En setiembre de 1870 Bakunin llega a Lyon con el fin de sublevar a algunas ciudades en vista del fracaso militar de Napoleón III, pero es detenido por el prefecto en el ayuntamiento. Apenas avisados los grupos obreros afines a la Internacional, varios piquetes se dirigen al edificio, liberan a Mijaíl y encierran al prefecto en su despacho. De Lyon debe partir hacia Marsella, pero en todo momento la policía está tras sus pasos y marcha entonces a Génova. De allí se dirige a Locarno, donde se ha instalado con Antonia y los dos hijos pequeños que han nacido entre tantos desplazamientos y mudanzas. Es habitual que la familia pase zozobras económicas mientras ocupa la segunda planta de una casa austera, despojada.

      Tras la derrota de la Comuna, se lleva a cabo una conferencia de la Internacional en Londres. Las posiciones de autoritarios y libertarios son cada vez más encontradas, y Marx publica una ­circular, ­Supuestas escisiones en la Internacional, dedicada a denigrar violentamente a Bakunin. La supuesta escisión es prácticamente un hecho y no tardará en cristalizar.

      Poder o no poder

      Durante los primeros meses del 72, Marx y Engels desarrollan una actividad frenética: escriben a uno y otro lugar pidiendo que se les envíe información sobre las actividades personales de Bakunin y sobre el funcionamiento de la Alianza Internacional de la Democracia Socialista. Engels hace llegar una carta a la sección madrileña de la AIT solicitando nombres, actividades y funciones de todo aquel militante sindical del que se sospeche pertenezca a la Alianza. Marx escribe a uno de sus allegados que Bakunin trabaja secretamente desde hace años para «minar la Internacional» y que está dispuesto a empujarlo «lo suficientemente lejos como para que arroje su máscara», y a continuación solicita que le acerquen algunos datos privados de Bakunin para hacerlos públicos. Con absoluta paciencia va armando un expediente que piensa dar a conocer en el cercano congreso de la AIT convocado para setiembre en La Haya.

      James Guillaume es el delegado bakuninista por la Federación del Jura, y él y otros libertarios deberán enfrentar las diatribas de Marx y los suyos apenas comienza el Congreso. A aquellos y a Bakunin se les acusa de pertenecer a una organización cuyos estatutos son contrarios a los de la Asociación; a Bakunin se le acusa además de quedarse con dinero que no le pertenece. Finalmente, una comisión nombrada para estudiar el caso decide la expulsión de Bakunin y de Guillaume de la AIT. Los anarquistas en bloque se levantan de la sesión y seis días más tarde se reúnen en Saint-Imier, en un congreso convocado por la Federación Jurásica. Elaboran un documento en defensa de sus compañeros, denunciando que en La Haya se ha verificado la supremacía de los jefes del Partido Comunista Alemán, y ponen especial énfasis en fijar tres puntos acerca de las actividades sindicales: «Primero, que la destrucción de todo poder político es el primer deber del proletariado; segundo, que toda la organización de un poder político pretendido provisional y revolucionario para traer esa destrucción no puede ser más que un engaño y sería tan peligroso para el proletariado como todos los gobiernos que existen hoy; y tercero, que rechazan todo compromiso para llegar a la realización de la Revolución Social, los proletarios de todos los países deben establecer, fuera de toda política burguesa, la solidaridad de la acción revolucionaria».

      La división es irrevocable y acompañará de allí en más toda la actividad política de estas dos tendencias. Para los anarquistas, las siguientes décadas, quizás hasta la Revolución española sesenta años más tarde, será un tiempo de organización y aglutinamiento, incluso de revisión de algunos principios teóricos prevalecientes hasta ese momento, y verán surgir las primeras bases de lo que luego se dará a conocer como anarcosindicalismo.

      Para Bakunin, Saint-Imier marca una de sus últimas apariciones públicas. Es que el cansancio del guerrero está tomando el tamaño de su propio cuerpo.

      Un trabajo bien acabado

      —Perdóname, hermano, estoy enfermo. El médico me ha recomendado que tome estricnina para los dolores de la espalda. Mira, esa caja es la que tiene esa porquería. ¿Qué crees? ¿Me servirán de algo estas pastillas?

      —Dámelas, voy a echarlas al fuego... Así te sentirás mejor —le contesta el visitante—. ¿No te avergüenza a tu edad creer todavía en la medicina?

      —Tienes toda la razón —dice Mijaíl resoplando—. Creo que lo mejor es que cada enfermedad siga su curso, y que luego abandone el cuerpo para irse al diablo.

      Se levanta con dificultad y pone la cafetera sobre el fuego.

      —Verás qué delicia. Para ser bueno, el café debe ser negro como la noche, ardiente como el infierno y dulce como el amor.

      En octubre del 73, Mijaíl se despide de sus compañeros del Jura con una carta en la que les agradece tanta lealtad: «Por mi cuna y por mi posición personal, aunque no sin dudas por mis simpatías y tendencias, no soy más que un burgués y, como tal, no podría hacer entre ustedes otra cosa que propaganda teórica. Pues bien, estoy convencido de que el tiempo de los grandes discursos teóricos, impresos o hablados, ha terminado».

      Pero le falta aún otra aventura. En agosto se propone participar en un levantamiento popular en Bolonia que ha planeado con sus amigos italianos, pero todo sale mal y para poder abandonar la ciudad sin caer en manos de la policía, debe afeitarse y escapar disfrazado de cura.

      Deprimido, desde Lugano, su nuevo lugar de residencia adonde se ha trasladado con Antonia y sus ahora tres hijos —Carluccio, el mayor, Sofía y Marushka—, escribe al geógrafo y amigo Eliseo Reclus, preocupado por la involución de los procesos revolucionarios, por la renovada fuerza de los gobiernos francés y alemán, del papa y sus jesuitas. «Por lo que a mí respecta, querido amigo, me he sentido demasiado viejo, demasiado enfermo, demasiado cansado y, hay que decirlo, demasiado decepcionado desde muchos puntos de vista, como para sentir deseos y fuerza para seguir en esta obra. Me he retirado decididamente de la lucha y pasaré el resto de mis días en una contemplación, no ociosa, sino, por el contrario, muy activa intelectualmente, y que espero que no deje de producir algo útil».

      Durante un año emprende un proyecto agrícola, por lo que se endeuda hasta cifras imposibles. Pero no es un buen agricultor y los frutales no crecen, y los granos se queman por el exceso de fertilizantes conque los abona generosamente. Las enfermedades se multiplican en su cuerpo: sufre de la próstata, de la vejiga, tiene asma, hay días en que ni siquiera puede caminar. Debe algo o mucho a todo el mundo, y al fin decide partir para Berna, a casa de su compañero Adolph Vogt, adonde no lo alcancen sus acreedores. Antonia se irá a Nápoles con su familia que ha llegado desde Rusia, y con todos los manuscritos de su esposo. Esperan reencontrarse ante el volcán en cuanto sea posible.

      «Cuando ya has repicado las campanas, baja del campanario», gustaba decir a Mijaíl. A mediados de junio del 76, cuando llega a Berna, su salud está totalmente deteriorada. Vogt, médico, intenta por todos los medios ofrecer las condiciones que permitan algún tipo de mejoría, pero poco a poco el coloso se derrumba. Los amigos lo rodean, lo visitan a diario. Vogt dispone a una persona para que lo cuide las veinticuatro horas. El viernes 30, Bakunin pierde el conocimiento, aunque cada tanto logra despertar y reconoce a sus acompañantes.

      «No necesito nada. He acabado bien mi trabajo», dice en uno de sus últimos momentos de lucidez.

      El primer sábado de julio, a las once y cincuenta y seis, respira por última vez.

      El trono de todas las Rusias

      Es Proudhon el primero en cuestionar el modelo centralista de los comunistas que venía siendo desarrollado por Marx y Engels, en particular desde el Manifiesto de 1848. El francés pone particular interés en aclarar su posición con respecto a la subordinación del individuo a la colectividad y a la concentración del poder que se desprende de la llamada dictadura de las masas. Bakunin es acaso más radical cuando escribe que detesta