Las mil cuestiones del día. Hugo Fontana. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Hugo Fontana
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Языкознание
Год издания: 0
isbn: 9789974822689
Скачать книгу

       a pesar del malvado que se encarniza sobre ti,

       echando todos los gritos indignados de la ley.

       A pesar de tu voz fatal y alta que te acusa,

       viendo resplandecer el ángel a través de la medusa.

       Tú estabas altiva, y parecías ajena a estos debates;

       pero, enclenques como todos los vivos de este mundo,

       nada los perturba más que dos almas unidas.

       Que el caos divino de las cosas estrelladas

       vea de pronto todo el fondo de un gran corazón inclemente

       y que un brillo sea visto en el seno de un resplandor.

      MIJAÍL BAKUNIN (1814-1876)

      La absoluta inquietud

      Miguel o Misha o Mishenka o Mijaíl Alexándrovich Bakunin, el mayor de once hermanos, nació en Torjok, provincia de Tver, Rusia, algunos dicen el 8, otros, el 11 de mayo de 1814. Su numerosa familia pertenecía a la nobleza rural, y su padre, agregado de la embajada rusa en Italia, se había doctorado en Filosofía en la ciudad de Florencia y había regresado a su patria a los 35 años de edad. Era la época de la Restauración y del Romanticismo, del Iluminismo y de Nicolás I, el zar que había prometido lograr la inmovilidad del mundo y el reinado ruso sobre todo tipo de pensamiento, y cuando Mijaíl, con 14 años, llega a San Petersburgo dando cumplimiento al deseo paterno de seguir la carrera militar, escribe a su familia: «Estoy aquí completamente solo. El eterno silencio, la eterna nostalgia son los compañeros de mi soledad... He descubierto por la experiencia que la perfecta soledad es el más idiota de los sofismas. El hombre está hecho para la sociedad».

      «Mi padre había sido bastante rico», contaría Bakunin mucho tiempo después, cuando intentó dictar unas inconclusas memorias meses antes de su fallecimiento. «Era, por decirlo con la expresión de entonces, dueño de mil almas masculinas, pues las mujeres no se contaban en la esclavitud del mismo modo que tampoco se las cuenta ahora en la libertad». El padre de Mijaíl, alguna vez librepensador y contrario al zar, escéptico y moderado luego, intentó modificar la situación de aquella multitud a sus órdenes, pero, «con la ayuda de la costumbre y el interés, se convirtió en un propietario tranquilo como muchos de sus vecinos, tranquilo y resignado a la esclavitud de aquellos cientos de seres humanos cuyo trabajo lo alimentaba». Y continúa: «Una de las principales causas del cambio que experimentó fue su matrimonio. Tenía cuarenta años y se enamoró locamente de una joven de dieciocho años, noble también, pero pobre, y se casó con ella».

      Bakunin manifestaría a lo largo de su vida una verdadera idolatría hacia su progenitor; no así hacia su madre, de quien dijo que era vanidosa y egoísta, y que no fue amada por ninguno de sus hijos. En una carta dirigida a su padre, Bakunin recuerda cariñosamente un paseo a la luz de la luna: «El cielo estaba claro y constelado de estrellas, caminábamos por el bosque de Mytnickoe y tú, con nuestra hermana Varinka, nos contabas la historia del sol, de la luna, de las nubes, del trueno, de los relámpagos...».

      Mijaíl llega en 1828 a la Academia de Artillería de San ­Petersburgo, y cinco años más tarde se gradúa de oficial. Pero una absoluta inquietud lo desborda. Se siente incompleto; confiesa a sus hermanas la necesidad de estudiar y desarrollar su intelecto, y pronto es objeto del castigo de sus superiores. Primero lo envían a Lituania, de donde regresa con la moral aun más baja. Desde adolescente se lo conoce por su colosal estatura, por su insaciable apetito, por su consumo incesante de tabaco, por su desmedida elocuencia, pero ahora se ha transformado en un ser huraño que no atiende los deberes del servicio militar y suele pasar días enteros tendido en una cama, cubierto apenas por una raída manta. En oportunidad de un viaje a la zona de Priamuchino, lugar de la estancia familiar, se recluye en casa de sus padres, da parte de enfermo y decide no regresar a su puesto en el ejército. A fines de 1835, las autoridades militares aceptan su dimisión. Está listo para viajar a Moscú.

      Mientras tanto, a cada paso que da, deja sus huellas. Natalia Beer, amiga de una de sus hermanas, le escribe a esta confesándole su deslumbramiento: «Y es que el corazón y la mente de Mijaíl son laberintos en los que cuesta encontrar el hilo conductor, y las chispas que de vez en cuando brillan en él (pues tiene el corazón y la cabeza llenos de fuego), sin que te des cuenta también te abrasan el corazón y la mente. Dirás, querida amiga, esta chica ha perdido la calma, ¡se ha enamorado de él!; lo primero es desde luego cierto, lo reconozco, pero lo segundo, ya sabes, ¿es posible?... Sí, Mijaíl es uno de esos seres por los que una mujer que tenga corazón está dispuesta a sacrificarlo todo».

      Sentimentalistas a la alemana

      En Moscú, Bakunin se enrola de inmediato en algunos círculos filosóficos que tratan de analizar el devenir humano escapando de la censura y el oscurantismo zarista. Kant y Hegel serán sus primeras lecturas, y al segundo adherirá con entusiasmo, como bien corresponde a su tiempo y entorno. En la ciudad conoce a Nikolai Stankevich, un apasionado de la filosofía alemana de ­Fitche, Schelling y Hegel, y junto a Vissarion Belinski y otros jóvenes forman un grupo de estudios tan germinal como azaroso. «Noche y día no veía otra cosa que las categorías de Hegel», escribirá luego, fascinado por la noción de armonía del autor de la Fenomenología del espíritu. «Ordinariamente, se llama real a todo ente, a cada ser finito, y así se comete un error. Solo es real el ser en el que se encuentra la plenitud de la razón, de la idea, de la verdad, y todo lo demás no es más que apariencia y mentira». Pero aun embriagado del misticismo que había bebido en fuente paterna, otra obra deslumbra al joven Bakunin: el Fausto de Goethe; «la rebelión de lo desconocido, de lo natural, de lo popular, de lo inédito, contra la dominación de lo racionalizado, legalizado o centralizado», según afirma el historiador Demetrio Velasco. Y es que ese muchacho gigantesco ya sueña y se deleita con algunas figuras fuera de todo códice, como el mismísimo diablo, ese maldito irreverente capaz de enfrentarse con una lógica contra la que, con el paso de los años, Mijaíl luchará tanto teórica como prácticamente.

      Para ese entonces, a nadie resulta fácil convivir con él, en particular si, entre idas y venidas, entre estancias en Moscú o en el solar de Priamuchino, los amigos conocen a sus bellísimas hermanas. En la primavera de 1838, y tras unas semanas en que Belinski pasa en casa de los Bakunin, algunos incidentes con Alexandra y Tatiana provocan una feroz disputa entre los dos jóvenes, que meses más tarde terminará por distanciarlos definitivamente. Nada feliz fue el intercambio de misivas, de breves reconciliaciones, de encendidas rupturas. «Mijaíl, te has ganado fama de mendigante y de vivir a expensas del prójimo», le escribe Belinski, recriminándolo por una acusación que ya se ha hecho popular en Moscú y que lo acompañará por el resto de su vida. «¿Por qué es así? Por dos motivos. En primer lugar, tú pides prestado fácilmente, a la ligera. [Y] Tú... no moverías ni el meñique para ganar dinero; la sociedad no conoce tu trabajo a pesar de que no has hecho más que hablar de él y pregonarlo por todas partes».

      Pero no solo esa es la impresión que Mijaíl va dejando tras su sombra. Pronto se da a conocer también por el fervor conque pregona y explica sus constantes lecturas; fervor, según la mayoría de los testimonios, tan arrollador como poco didáctico. «Para él no hay sujetos. ¡Maravillosa naturaleza!», exclama uno de sus condiscípulos en carta a Stankevich. «Quizá no sería lo fuerte que es si no tuviera esos defectos. Resulta imposible amarle desde el fondo del corazón, pero suscita en todos nosotros la sorpresa, el aprecio y la cooperación. ¿Qué acabará haciendo? Dios quiera que vaya a parar rápidamente a Berlín, y que allí llegue a un círculo de actividades bien definido; de lo contrario, el eterno trabajo interior lo matará. Sus discordias consigo mismo y con el universo son cada día más violentas».

      En la primavera de 1840, Bakunin conoce a Alexander