Capítulo 2
La comunidad pentecostal
La comunidad pentecostal puede ser definida como una sociedad alternativa o como una contracultura en la que más que una protesta simbólica contra los poderes de este siglo —políticos, económicos, sociales e incluso religiosos— que ejercen dominio y violencia, se gesta una nueva humanidad que con su naturaleza inclusiva y con su práctica liberadora y concientizadora, desacomoda a los acomodados de este mundo que no ven con buenos ojos la fiesta de los pobres y de los oprimidos10.
En otras palabras, el solo hecho de que en las comunidades pentecostales los excluidos por el sistema predominante recuperen la capacidad de hablar públicamente mediante la oración, el canto, el testimonio y la predicación, ya constituye en sí misma una clara señal de que algo nuevo ha comenzado y de que se está forjando una nueva sociedad en la que desaparecen todas las diferencias que separan a los seres humanos11. La comunidad pentecostal se constituye así en una comunidad de resistencia activa en la que los fieles adquieren conciencia de su valor y dignidad como personas y en un movimiento de redención social que convierte a las víctimas del sistema predominante en misioneros, y a los desesperanzados del mundo en visionarios que miran más allá de la relatividades del tiempo presente.
El Dios Trino y Uno confesado, exaltado y anhelado en el culto, y que se presenta como Padre de todos en un mundo lleno de huérfanos de afecto solidario, como Señor que exige obediencia incondicional en una sociedad en la que los señores terrenales reclaman lealtad absoluta, y como Espíritu que empodera a los crucificados por el sistema y que forja mártires de la vida, crea una nueva sociedad que con su estructura interna en la que desaparecen todas las relaciones sociales asimétricas y con sus acciones públicas que afirman el derecho de los excluidos a existir en una sociedad que los expectora abusivamente, denuncia el carácter efímero de todos los reinos humanos. ¿Por qué es así? Porque el Espíritu Santo, cuando desciende sobre los desheredados del mundo que tienen a Dios como Padre y que reconocen a Jesús como Señor, iguala a todos los creyentes, los nivela en un marco histórico caracterizado por relaciones sociales asimétricas, los incluye en un medio que excluye injustamente a los pobres y a los indefensos, tratándolos como basura humana y como desecho social.
Pero eso no es todo, ya que, además de una democratización de la palabra y una recuperación de la ciudadanía, germinan nuevas formas de comunicación social y una propuesta teológica que tiene como eje transversal de su discurso oral o de su narrativa —expresado en la oración, el canto, el testimonio y la predicación— la afirmación de la dignidad de todos los seres humanos como creación de Dios. Mediante el canto, la oración, el testimonio y la predicación, hablan de un Dios que camina a su lado en todo tiempo y que peregrina con ellos en los vaivenes de la jornada cotidiana.
En tal sentido, se puede afirmar que en la comunidad pentecostal se da una democracia en el Espíritu y que ella es una señal visible de la comunidad del reino en la que todos son valorados y tratados como imagen de Dios cuya dignidad no se menoscaba, una comunidad en la que desaparecen todas las barreras que separan y dividen a los seres humanos, un signo visible de la novedad de vida que es el correlato de la irrupción del reino de Dios en la historia cotidiana de los seres humanos de carne y hueso.
Sin embargo, todo lo que se ha afirmado hasta este momento, ¿refleja lo que realmente ocurre en las comunidades pentecostales de este tiempo? ¿O forma parte de un pasado que sólo se preserva en la memoria histórica de un pueblo cuya crisis de identidad galopa entre el acomodo a la omnipresente aldea global contemporánea y el coqueteo irresponsable con los predicadores de la moderna religión de consumo que sueña con construir el reino de Dios en la tierra con su fórmula mágica «nómbralo-reclámalo» y con su eslogan «Dios nos ha llamado para ser cabeza y no cola»?
Más allá de esa preocupante crisis de identidad que cruza a todas las denominaciones, tanto del llamado pentecostalismo clásico como del pentecostalismo nacional o criollo, todavía subsisten dentro de estas iglesias sectores que no se han olvidado de su pasado radical y de su herencia contestataria, y que siendo una comunidad alternativa que ama y defiende la vida en sus marcos históricos temporales, todavía ven al cielo prometido como su hogar común, como el punto de reunión de todos los creyentes, y como el espacio de celebración de los redimidos de todo el mundo. Pero, se debe precisar que esto no significa que se han olvidado de que viven en marcos temporales concretos en los que deben proclamar con palabras y hechos todo el evangelio a todos los públicos humanos.
Y así, habiendo aterrizado en su campo de misión concreto y dando señales visibles de que no han sido secuestrados de la historia y de que su mente no ha sido taladrada con una religión escapista que infecta la conciencia colectiva y que los desmoviliza social y políticamente, no se avergüenzan de confesar públicamente que son peregrinos en esta tierra (1P 2.11) y que anhelan el momento en el que la nueva creación será una realidad concreta, porque esperan la ciudad que tiene fundamentos cuyo arquitecto y constructor es Dios (He 11.10), así como un cielo y una tierra nueva en el que mora la justicia (2P 3.13). ¿Es esto una estupidez colectiva, un instrumento de dominación que los descerebra paulatinamente o un discurso religioso trasnochado? No es así. Es más bien una afirmación de que las utopías humanas tienen límites precisos y de que el reino de Dios tiene como horizonte la transformación radical de todas las cosas.
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10 Aunque para otros observadores no pentecostales: «[...] la religiosidad pentecostal es un hecho cultural con toda su complejidad profano-religiosa. Son experiencias religiosas que brotan desde una experiencia de opresión, buscando, a través de gestos, música, alegría, manifestar su protesta social. Esta protesta social es casi siempre una protesta inconsciente. Es una protesta simbólica contra una sociedad hostil que no permite una plena realización humana, y ofrece solo la agobiante inseguridad social y económica» (Álvarez 1992: 90).
11 Juan Sepúlveda precisa que en el pentecostalismo todos son a la vez productores calificados y consumidores del discurso religioso. Por tanto, ofrece a los sencillos una experiencia religiosa en que pueden ser sujetos y no meros objetos. Y subraya, además, que el pentecostalismo ofrece un tipo de comunidad abierta, acogedora y participativa (Sepúlveda 1992: 86).
Capítulo 3
El discípulo pentecostal
Aunque no existen en la inmensa mayoría de las comunidades pentecostales programas finamente elaborados de formación cristiana o de discipulado para los nuevos convertidos y para los miembros, la transmisión de los contenidos básicos de la fe y la provisión diaria para el camino que se tiene que recorrer, se da en el diálogo de tú a tú entre los creyentes, durante las predicaciones en los cultos y en los espacios formales de enseñanza como la Escuela Dominical. La producción teológica colectiva se da en estos espacios. En tal sentido, se puede afirmar que los discípulos se forjan en el camino, dando testimonio del poder de Dios en acción en la historia cotidiana, escuchando y transmitiendo lo escuchado en la ruta que se camina día a día, encontrándose con su Señor en la lectura y meditación de la Palabra, dialogando con Dios en la oración personal y comunitaria, y cantando con gozo en medio del camino que se recorre cada día, aunque ese camino sea en ocasiones áspero, peligroso y violento.
Los discípulos se forjan en la misión y para la misión, porque desde el momento de su conversión, tienen una historia que contar, una biografía espiritual que compartir, un testimonio que comunicar, y se ven a sí mismos como misioneros de Dios cuya palabra debe discurrir por todas las avenidas del mundo12, ya que el fuego del Espíritu que arde en su corazón, les impulsa a compartir el evangelio