¡El mudo animal trataba de explicarle algo!
Shikha, de nuevo, lo miró particularmente, y de repente, Hassim, olvidándose de las preocupaciones, inmediatamente se sintió muy tranquilo y como si no estuviera en una tierra extranjera peligrosa, sino en su hogar. La camella se volteó y rápidamente se fue caminando hacia las montañas, moviendo las inusuales jorobas. Se alejó sin mirar hacia atrás. Hassim se le quedó mirando, y sin darse cuenta, hizo la señal para que la caravana la siguiera.
El camino trillado tomado por muchos de los caravaneros era por la llanura a lo largo del río. Ahí estaban los pueblos conocidos de Hassim, donde era posible conseguir comida, descansar y conocer las últimas noticias. Más adelante donde el río hacía una curva fuerte había un puente, el cual utilizaban todos los viajeros. ¿No fue de este puente que advirtió Shao? Puede ser que los chinos pensaran que el extranjero Hassim quisiera volar ese puente. Entonces, justo por este camino, los ejércitos chinos iban a perseguir la caravana.
Pero Shikha escogió otro camino; por los pasos montañeros. Por ahí, las caravanas comerciales nunca iban. Hassim no conocía este camino, pero cuando él ordenó a la caravana seguir a Shikha en dirección a la montaña, estaba inusualmente tranquilo y seguro de haber tomado el camino correcto.
Después de algunas horas, la caravana ya subía por la serpentina de la montaña. En una de las curvas, Hassim, como iba de último, miró hacia atrás. Abajo se abría la llanura que hacía poco habían abandonado. En ese lugar ya amanecía, y el conjunto de fogatas apagadas mostraba donde acampó el ejército de jinetes armados. El sol brillaba en sus cascos. Hassim dedujo que estos eran los perseguidores. Ya los caballos estaban listos y entonces los jinetes se lanzaron al galope, hacia el oeste, por el camino caravanero principal.
Rápidamente, Hassim se escondió tras un peñasco, cuidándose de que los chinos no vieran su pequeña silueta.
CAPITULO 15
Encuentro con el brujo
Los hermanos Peregudov, tensos, miraban hacia la oscuridad, sin importarles las picadas de los zancudos. Era obvio que la desagradable y extraña voz los había asustado mucho.
En ese momento, la negra neblina homogénea se puso en movimiento. Algo en ella se balanceo y a la luz, sin hacer ruido, apareció una figura oscura. El aparecido estaba vestido con una burda chaqueta acolchada y abierta, y sobre la cabeza un feo y grande sombrero de fieltro, terminado en punta, y cuya visera le oscurecía el rostro.
El primer pensamiento de Zakolov fue: ¿este es el famoso brujo? ¿Pero como supo mi nombre?
El desconocido se acercó, la sombra en la cara disminuyó y a la luz se mostró un rostro plano, con ojos rasgados y una sonrisa tímida.
No, pensó Tikhon, el brujo debe ser viejo y este, aunque está vestido extrañamente, es joven y sin barba. ¡Espera! A Tikhon le parecieron unos rasgos conocidos en el rostro kazajo. En alguna parte, él ya había visto esa sonrisa tímida, también, saliendo misteriosamente de la oscuridad.
– Soy yo, Murat. – se presentó el desconocido y sonrió más abiertamente.
– Murat?! – Tikhon reconoció al muchacho, el cual había encontrado hacía un año, en el patio del instituto. – Que estás haciendo aquí? —
– Yo vivo aquí, con mi abuelo. – Murat señaló hacia el lado donde estaba la choza.
– Ah, ¿tu abuelo es el brujo? – Tikhon preguntó, en voz baja.
– Que brujo nada. – se ofendió Murat. – Es un anciano sabio, ha vivido mucho, sabe mucho y a veces predice el futuro. Por eso es que la gente lo llama brujo. Pero entre nosotros, los kazajos, el nombre shaman se considera honorable. – Murat respiró hondo y agregó. – Es verdad que con frecuencia lo llaman brujo. —
– Predice el futuro? – preguntó, asombrado, Vlad.
– En eso no hay nada sobrenatural. El entiende las leyes de la naturaleza y la esencia del ser humano, y sobre esta base, saca sus conclusiones. Eso asusta a la gente bruta, pero ustedes son inteligentes, ¿no? En la entonación se sintió lo retórico de la pregunta.
Los muchachos asintieron inseguros. Zakolov estaba convencido de que, en la vida normal, los brujos no existían. Pero aquí, en el medio de esta estepa salvaje, no había visto nada normal, hasta ahora.
– A propósito, el abuelo los invita a la casa. – dijo Murat. – Vine para eso. —
– ¿Nos invita?, ¿a nosotros? – asombrado y cauteloso, preguntó Vlad.
– Si, vamos. Aquí se los van a comer los zancudos. En la choza no hay. —
Los hermanos Peregudov se miraron inseguros.
– Vamos. – se animó Tikhon. Los insistentes insectos lo tenían fastidiado.
Sin apuro, los muchachos se levantaron y silenciosamente siguieron a Murat. Cuando abandonaron el cono de luz, la oscuridad era total. Los estudiantes iban mirando al suelo con atención, para no tropezarse en ese camino desconocido. Solo Murat caminaba seguro y rápido. De vez en cuando, él se detenía para esperarlos.
Cerca de la choza se detuvieron. Aquí no llegaba ninguna luz artificial, y solo el brillo de las estrellas y el comienzo de cuarto creciente, permitían diferenciar el contorno de los objetos. Cerca de la entrada de la choza, en una pequeña estufa parpadeaban unos carbones apagándose. Hacia un lado se veían las siluetas de dos camellos grandes. Si estaban parados sin moverse, Tikhon no podía notarlo.
– Llegamos. – dijo, deteniéndose, Murat.
A Zakolov le pareció que la determinación, con la cual los había invitado, desapareció. En ese momento, en alguna parte, lejos, en la estepa, se sintió un aullido lastimero. Los camellos voltearon las cabezas en dirección del aullido y se quedaron quietos.
– Que es eso? – Vlad se estremeció.
– La estepa. – Murat lo dijo como si estuviera hablando de alguien vivo. Volteó y miró hacia la oscuridad. Después se dirigió a la choza a grandes zancadas. – El abuelo espera. —
Murat apartó una gruesa cortina de fieltro, la cual cerraba la entrada de la choza y entró. Los muchachos lo siguieron y entraron uno por uno.
La choza estaba iluminada por una lámpara pequeña de kerosén. El piso de la entrada tenía un felpudo y el resto del lugar estaba cubierto por alfombras variadas. Al lado de la pared lejana, frente a la puerta, en almohadones estaba sentado el viejo con su barba canosa, triangular y terminada en punta. Estaba vestido con una bata ancha, con filigranas, pero de colores suaves, y con un gorro pequeño, algo maltratado. Algo en el amplio rostro le pareció extraño a Tikhon, pero mirarlo fijamente era incómodo.
– Abuelo, traje a los estudiantes. – avisó Murat.
– Salam aleikum. – y tres veces el anciano inclinó la cabeza.
– Buenas noches. – los muchachos respondieron con deferencia.
– Pasen, siéntense. – propuso Murat, mirando al anciano, y les mostró las almohadas, que estaban colocadas alrededor de una vasija plana tapada con un paño sencillo. – Este es mi abuelo, se llama Bekbulat. —
Murat se quitó los zapatos. Lo mismo hicieron los muchachos. Cuidadosamente se fueron caminando hacia la alfombra y se sentaron en las almohadas dispuestas en forma circular. Murat presentó a Tikhon y miró interrogativamente a los gemelos. Vlas y Stas dijeron sus nombres, mirando con aprehensión, al anciano. Tikhon resultó al lado del dueño de la choza. El observó la posición de las piernas del viejo kazajo y trató