—¡Agente! Esos comentarios son inapropiados.
El exmarine, ahora agente del FBI, dio dos pasos rápidos hacia su jefe como si fuera a golpearle. Sin embargo, cogió un caramelo y con él apuntó a su jefe.
—Eres político, Mac, igual que el presidente. Él ni siquiera los llama yihadistas islámicos, se refiere a ellos como yihadistas, de forma genérica. Como si hubiera yihadistas evangélicos por ahí. Está jugando a la política. Teme ofender a los musulmanes. Yo no. Mi trabajo es pararlos. Y eso es lo que pretendo hacer. —Apuntó a Scott con el caramelo—. Y usted, juez, tiene que subirse al carro. Tiene que entender quién es esta gente, quién es Mustafá, antes de que la gente muera. Nos odian, juez, y todavía no han acabado con nosotros.
—¿Cuándo acabarán con nosotros?
—Cuando estemos todos muertos.
—Un poco dramático, ¿no crees?
—Es la cruda verdad, juez. Mire la crisis de inmigrantes sirios. Un millón de musulmanes entrando en Alemania, Austria, Eslovenia… nunca serán alemanes, austríacos ni eslovenos. Nunca se integrarán. Siempre serán musulmanes. Y un día se alzarán contra los germanos y los austríacos y los eslovenos. Un día los matarán.
—¿Cómo sabes que ocurrirá eso?
—París. Francia deja entrar a los musulmanes y los musulmanes matan a los franceses. ¿Por qué? Porque el país en el que nacieron bombardeó a los musulmanes del Estado Islámico en Siria.
—Esto es Dallas. El cinturón bíblico. Seguramente has arrestado a la mitad de los musulmanes que viven aquí.
—Para nada. En Dallas viven ciento cincuenta mil musulmanes.
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