Historia secreta mapuche 2. Pedro Cayuqueo. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Pedro Cayuqueo
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Социология
Год издания: 0
isbn: 9789563247879
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familiar, la conversación en parlamento y la conversación en junta. La familiar es como la nuestra, llana, fácil, sin ceremonias, sin figuras, con interrupciones del o de los interlocutores, animada, vehemente según el tópico o las pasiones excitadas. La de parlamento está sujeta a ciertas reglas; es metódica, los interlocutores no pueden ni deben interrumpirse, es en forma de preguntas y respuestas. Tiene además un tono, un compás determinado, estribillos y actitudes académicas. Siempre tiene un carácter formal. Se la usa en los casos como el mío o cuando se reciben visitas de etiqueta. La conversación en junta es un acto muy solemne, muy parecida al Parlamento de un pueblo libre, a nuestro Congreso, por ejemplo. Se reúne la gente, se nombra un orador que expone y defiende contra uno, contra dos o más, ciertas proposiciones. Suele ser el cacique. El tono y las formas son semejantes a la conversación de parlamento, pero aquí se admiten los silbidos, los gritos, las burlas. Hay juntas muy ruidosas. Después de mucho hablar triunfa la mayoría. Debo señalar que el resultado de una junta siempre se sabe de antemano; el cacique principal tiene buen cuidado de catequizar con tiempo a los indios y capitanejos más influyentes de la tribu. Como diría fray Gerundio, en todas partes se cuecen habas (Mansilla, 1871:117-119).

      Tras sortear malos augurios y advertencias de las machi al cacique sobre lo peligroso de recibir al militar —“Mariano no quería sacrificarme ni que volviera sin echar pie a tierra en Leubucó”, comenta Mansilla—, finalmente es autorizado a ingresar a la mítica toldería.

      Lo rodean cientos de guerreros, en buen número armados con fusiles, y no pocos blancos vestidos a la “usanza india”. Se trata de cautivos, soldados desertores y gauchos que en aquella tierra de hombres libres encontraban comida y refugio. Hasta un negro divisa merodeando por ahí.

      Cumplida una “nueva, extensa y fatigosa” ceremonia de saludos protocolares, Mansilla se dirige por fin al toldo del cacique. Lo sorprende su hospitalidad.

      “Me preguntó qué quería hacer con mis caballos, si hacerlos cuidar con mi gente o que él me los haría cuidar. Preguntó además si mi gente había comido y habiéndole contestado que no llamó a su hijo y le ordenó en castellano que carneara lo más pronto una vaca gorda”, relata el coronel.

      Ambos se instalan en las afueras del toldo principal, en una ramada preparada para la ocasión.

      “Allí habían preparado asientos de cueros de carnero, negros, lanudos, grandes y aseados. Estaban colocados en dos filas y el espacio intermedio estaba barrido y regado. Una fila era para los recién llegados y otra para el dueño de casa y sus parientes. Todo estaba bien calculado para sentarse con comodidad con las piernas cruzadas a la turca”, cuenta Mansilla.

      Al frente suyo, el cacique. Este, si bien hablaba muy bien el castellano, hizo llamar un lenguaraz para hablar en mapuzugun. Comenzó el pentukun. Preguntas y respuestas sobre el viaje, los recibimientos, las dificultades en el camino.

      Llevaban varios minutos en ello cuando llegó la comida. La escena y el menú llaman su atención.

      Dentraron varios cautivos y cautivas trayendo grandes y cóncavos platos de madera, hechos por los mismos indios, rebosantes de carne cocida y caldo aderezado con cebolla, ají y harina de maíz. Estaba excelente, caliente, suculento y cocinado con visible esmero. Las cucharas eran de madera, de hierro, de plata, los tenedores lo mismo, los cuchillos, comunes. Yo no tardé en tomar confianza, estaba como en mi casa. Comía como un bárbaro. Tras el primer plato trajeron otro lleno de asado de vaca riquísimo. Me chupé los dedos con él. Después del asado nos sirvieron algarroba pisada, maíz tostado y molido a manera de postre: es bueno. Trajeron agua en vasos y jarros. Los indios no beben alcohol comiendo. Para ellos beber es un acto aparte (Mansilla, 1871:143).

      No tardaría el coronel en visitar el interior del toldo del gran jefe. Allí conoció a sus cinco esposas y seis hijos. Le maravilla saber que, de todas las teorías de Balzac sobre los lechos matrimoniales, los mapuche creen que la mejor para la conservación de la paz doméstica es la que aconseja cama separada.

      Observador, no tarda en comparar el orden, la limpieza y la sabia distribución de los espacios en la toldería con los ranchos sucios y hacinados de los gauchos argentinos. “Y no obstante, decimos que el gaucho es un hombre civilizado”, reflexiona irónico. Y luego dispara:

      En el rancho del gaucho falta todo. El marido, la mujer, los hijos, los allegados viven todos juntos y duermen revueltos. Se sientan en el suelo, en duros pedazos de palo, no usan tenedores, ni cucharas ni platos y se come con el mismo cuchillo con que se mata al prójimo. Rara vez hacen puchero porque no tienen olla. Y cuando lo hacen beben el caldo en ella, pasándosela unos a otros. Me parte el alma tener que decirlo, pero para sacar de su ignorancia a nuestra orgullosa civilización hay que obligarla a entablar comparaciones (Mansilla, 1871:198).

      Y, ya que estamos hoy en tiempos de luchas de género y cambios de paradigmas societales, imposible no destacar los apuntes de Mansilla sobre el rol de la mujer mapuche.

      La casada es como la mujer inglesa, “se casa para dejar de ser libre”, a diferencia de la mujer francesa, que “se casa para ser libre”, anota en su diario.

      Es así como la mujer mapuche casada depende de su marido para todo. Y “para todo debe pedir permiso”. Le debe obediencia, respeto y servicio hasta el último de sus días. Y basta una simple sospecha para que pueda caer en desgracia, subraya.

      No sucede lo mismo con la mujer mapuche soltera, comenta. Ellas gozan de la más completa libertad, subraya Mansilla. Atentas las lectoras con el siguiente párrafo:

      La mujer soltera se entrega al hombre de su predilección. El que quiere puede penetrar un toldo de noche, acercarse a la cama de la china que le gusta y hablarle. Ni el padre, ni la madre, ni los hermanos le dicen una palabra. No es asunto de ellos, sino de la china. Ella es dueña de su voluntad y de su cuerpo, puede hacer de él lo que quiera. Si cede no se deshonra, no es criticada, ni mal mirada. Al contrario, es una prueba de que algo vale. De otra manera no la habrían solicitado. Como se ve la mujer soltera es libre como los pájaros para los placeres del amor entre los indios. Sale cuando quiere, va donde quiere, habla con quien quiere, hace lo que quiere. Pero no confundir con licencia o libertinaje. Solo diré que, como en todas partes del mundo, la mujer tiene el instinto de saber que el pudor aumenta el misterio del amor (Mansilla, 1871:202-203).

      Volvamos ahora con el principal objetivo del viaje del coronel Mansilla, en teoría la firma de un tratado de paz con los bravos jefes rankülche.

      ¿Sospecharán ellos que el real objetivo del gobierno argentino es avanzar hacia el sur la frontera y abrir paso al ferrocarril por sus tierras? Sigan leyendo y lo sabrán.

      Aquel no era el primer contacto del jefe Panguitruz con Mansilla. Meses antes, por carta, le había enviado el ofrecimiento —habitual en esos años— de ser compadres.

      “Mi futura ahijada era una chinita como de siete años, hija de cristiana. Más predominaba en ella el tipo español que el araucano. La senté en mis rodillas y la acaricié, no era huraña”, cuenta Mansilla.

      Ser “compadres” para los mapuche implicaba no solo el cambio de nombre del ahijado al tomar el de su padrino. También trataba principalmente de confianzas y lealtades que se debían honrar hasta la muerte.

      Era —cuenta Mansilla— traspasar un hijo (o una hija) del dominio del padre al padrino, quedando obligado este último a tratarlo como hijo propio, a socorrerlo, educarlo y encaminarlo para la vida. Hablamos de un verdadero voto solemne.

      Pues bien, fue tras conocer a su futura ahijada en la toldería del gran jefe que comenzaron las tratativas más políticas entre Mansilla y Panguitruz. Los preparativos de la gran junta.

      Yo, hermano, quiero la paz porque sé trabajar y ya tengo bastante para mi familia. Si me he tardado tanto en aceptar lo que usted me proponía ha sido porque tenía muchas voluntades que consultar. En esta tierra el que gobierna no es como entre los cristianos. Allí manda el que manda y todos obedecen. Aquí hay que arreglarse