Las Ramonas. Ana Cabaleiro. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Ana Cabaleiro
Издательство: Bookwire
Серия: Qué nos contamos hoy
Жанр произведения: Языкознание
Год издания: 0
isbn: 9788417375379
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Saídres como un edificio portentoso de piedra, con la planta superior pintada de blanco, siempre destacando a lo lejos cada vez que se dirigía a la casa familiar para la visita semanal. Cae en la cuenta de que esa imagen encaja con el recuerdo, no con la realidad, y de que es muy posible que no haya vuelto a pisar la estación de O Castro desde el último día de colegio de octavo de EGB. De cerca la pared blanca es, en realidad, una piel leprosa, desconchada en lamparones de humedad y moho.

      Cierra los ojos y se centra en ese silencio tan característico de la naturaleza, construido a base de trinos de pájaros que no se dejan ver y de zumbidos de insectos hiperactivos y cantarines. Quiere hacerse con el aura de abandono que la rodea, pero solo siente dolor de cabeza, resaca, asco por lo que acaba de oír en la radio, ira irracional por todas esas noches de viernes que su marido no ha pasado en casa en los últimos dos meses. Monchita Silva la espera en el coche. La llevará a Saídres. No quiere ir. No quiere sentarse a la mesa de la abuela Ramona. Echa de menos la época en la que aún vivían en casa de tía Milita.

      II

      Así que la camarera introduce la llave en el contacto de su Audi A3 reluciente y el «Proud Mary» de Creedence Clearwater Revival empieza a sonar a un volumen excesivo. Mona se estremece con la irrupción de la música. El interior del vehículo atufa a todos los vapores de la cocina que el uniforme de trabajo de la camarera ha ido atrapando durante la jornada. Llevan unos buenos quince minutos esperando, y se da cuenta de que ha encendido el motor porque ha visto salir a Silvia por la puerta de servicio del hotel. Durante ese tiempo, Mona se había entretenido consultando Twitter en el móvil. Acaba de leer los versos de Celso Emilio en la cuenta de la concejala: eu xa te namorei, cando o amor era una folla branca. Cuando a lúa namoraba as outas cumes, eu xa te namoraba. Sempre, dende a neve dos tempos, eu, na túa ialma[1]. Ciento cincuenta y nueve caracteres que le centellean en la cabeza como relámpagos rabiosos.

      La hélice del Proud Mary va rodando, rodando y rodando por el río, entre acordes pegadizos en la voz de John Fogerty, pero justo cuando va a empezar a cantar fregué pilas de platos en Memphis, la camarera apaga el reproductor de CD y le corta la frase en seco. Silvia entra en el coche.

      —El tipo de las botas de vaquero pretendía que me quedara mientras se tomaba unas copas, porque, según él, oyó a una camarera hablar en un idioma local. He tenido que explicarle un par de cosas sobre el trabajo de intérprete.

      —¿Dijo un idioma local? ¿En serio?

      —En serio. ¡Como lo oyes!

      Silvia está frustrada, enfadada, tiene un cansancio infinito en la cara. La camarera arranca y conduce como una autómata. Ha estado de pie desde las seis de la mañana, ha doblado turno, dice que tiene una contractura en el hombro derecho de tanto hacer huevos revueltos a toda leche para las doscientas personas del bufé libre del desayuno, de servir otras tantas comidas y otras tantas cenas, con las consiguientes tareas de fregar platos, aspirar el comedor, cambiar manteles y cargar bandejas llenas de comida.

      Mona no está cansada. Lo que sí está es rabiosa. Si pudiera, daría rienda suelta a toda su rabia y golpearía el coche hasta destrozarlo. Lleva todo el día dándole vueltas al mensaje de correo electrónico de la abogada. Su marido le ha mandado la propuesta de inventario de los bienes comunes para un divorcio de mutuo acuerdo, tal y como habían acordado. Le ha dicho. No, no habían acordado nada, repite Mona para sí. Su marido desapareció del ahora mal llamado domicilio conyugal y solo se han comunicado a través de la abogada. Por tanto, no han tenido oportunidad de acordar nada.

      —¿El tipo ese de las botas de vaquero qué era? ¿Profesor?

      La que pregunta es la camarera. Silvia contesta, desde el asiento de atrás, que sí, que es catedrático de una universidad de Texas, que en realidad es una de las estrellas invitadas del Congreso. Mona ni se molesta en entrar en la conversación. Acababan de salir del hotel y de dar la vuelta en la rotonda para subir por delante del tanatorio de Montouto hacia Compostela. La noche clara empieza a estrellarse mientras ellas transitan por el final de una jornada agotadora y miserable. Su marido no ha incluido el piso en el inventario de bienes comunes porque lo compró él de soltero, decía la abogada en el informe. Pero todo lo que compró ella por su cuenta con el dinero que había ganado de vender las fotos en ARCO era común porque, según argüía la letrada, eran aportaciones de ella al matrimonio estando ya casados y en régimen de gananciales. Es decir, el piso era de él, pero el estudio de fotografía, todas sus cámaras, focos y demás aparatos de trabajo, amén del coche que compró ella, eran de los dos. Se tasarían y tendrían que repartirse entre ambos el valor. También eran de los dos las cuentas bancarias, aunque ella no tenía ni idea de cuánto dinero había en la de él, que nada decía la abogada al respecto. En la suya, lo sabía de sobra, ni cien euros. En la común, que era para gastos corrientes, quedaban exactamente 17,65 euros. El muy cabrón llevaba más de dos meses sin ingresar la parte que le correspondía.

      —Es que los tipos raros no fallan en los congresos de profesores, en las cosas de universidades y eso. En los actos chulos, como la pasarela de bodas o el salón erótico del mes de mayo, la gente es mucho más normal.

      A Mona casi se le escapa una carcajada al oírla. No recuerda cómo se llama, puede que Laura o Paula, quizá Isaura. Llevan los tres días de congreso compartiendo viaje de vuelta con ella, una chica muy joven, de unos dieciocho recién cumplidos.

      —¿Y trabajas desde hace mucho en el Paraíso, Rosaura?

      Eso, Rosaura se llama.

      —Pues, empecé hace casi dos años de temporal en bodas y celebraciones especiales, y en junio me hicieron contrato para el refuerzo de verano en el bufé. Después ya me quedé para cubrir las vacaciones de la chica de la cafetería y he reenganchado con la temporada del Imserso y de los congresos.

      Dejan atrás Os Tilos. Silvia le sigue la conversación por cortesía, se le nota la desgana en la voz.

      —Parece un trabajo duro. Hoy tienes cara de estar muy cansada.

      Silvia es intérprete freelance. Mona llevaba más de cuatro años sin coincidir con ella, desde que había dejado de hacer trabajos fotográficos para congresos y jornadas, desde la venta de su primera obra en ARCO y de otras tres después a particulares, un poco a remolque de la feria. Ahora tendría que volver a hacer congresos, bodas y catálogos de mueblerías cutres. Suspiraba porque le cayese un reportaje decente para alguna revista gastronómica con un mínimo de categoría.

      —La verdad, son unos negreros de lo peor, en un turno normal hacemos entre diez y doce horas seguidas, pero es de los pocos sitios donde aún pagan puntualmente a fin de mes.

      De la voz de Rosaura también se trasluce un cansancio infinito. Mona la observa desde el asiento de acompañante y ve su perfil de adolescente esclavizada. Siente lástima. Se la imagina a los treinta, totalmente maltratada por la vida. Es viernes, cerca de medianoche, y comprende que Rosaura se meterá en la cama hecha polvo. Mona recuerda qué hacía ella un viernes a esa edad y piensa que la pobre infeliz que lleva al lado, conduciendo un Audi A3 reluciente, no tiene la menor posibilidad de llegar a contarse nunca entre las elegidas. Ni por dios ni por el diablo. Cobrará a fin de mes, eso sí. Ella no. Ahora está en un momento de desesperación absoluta. Lleva tres días trabajando por debajo de la mismísima precariedad. Echa cuentas y no le sale la hora ni a cinco euros. Está segura de que la agencia que le ha pagado el encargo cobra más. Pero no está para montar un lío. El mensaje de la abogada de su marido incluye algo más que el informe con el inventario de los bienes comunes: una invitación formal para que abandone el piso, dado que no es bien común, en el plazo de quince días. No puede seguir pensando en el maldito correo de la abogada. Le falta el aire por momentos.

      —Ha sido un placer, Rosaura. Muchísimas gracias por acercarme a casa estos días. Que haya suerte con esos planes, a ver si te cogen el año que viene en el máster.

      Ya están en la calle del Hórreo, ante el portal de Silvia. Mona no sabe de qué máster hablan, no cree que Rosaura, con cara de adolescente y coche caro y relimpio, esté en disposición