[32] P. González Casanova, “Sociedad plural y desarrollo: el caso de México”, América Latina 4, vol. V (1962), pp. 31-51.
[33] A. D. Marroquín, “Economía de las zonas indígenas” (mimeo), México, 1956.
[34] P. González Casanova, “México: el ciclo de una revolución agraria”, Cuadernos Americanos [enero-febrero (1962)], pp. 7-29.
[35] P. González Casanova, La democracia en México: estructura política y desarrollo económico, México, Era, 1967.
[36] Id., “México: desarrollo, subdesarrollo”, Desarrollo económico [abril-septiembre (1963)].
Sociología de la explotación[1]
POSIBILIDADES
Hace diez años Henri Denis definía la economía política como una investigación que por la vía de la abstracción estudia “la naturaleza profunda de los sistemas económicos y de las leyes esenciales del desarrollo”[2]. Por el contrario, pensaba que “la sociología económica es un estudio comparativo sistemático de los hechos concretos que se relacionan a la vida de los hombres”[3].
En esa época era raro que un marxista acordara importancia científica a la sociología. El caso de Denis era más bien excepcional. La mayor parte consideraba que la sociología es una mera ideología burguesa, o destacaba el carácter esquemático de las técnicas sociológicas y las “graves consecuencias” que podía traer el uso de las leyes estadísticas. Esto ocurría incluso entre pensadores tan abiertos y finos como Gramsci, que al lado de la utilidad que tiene la “filología” para la precisión de los hechos particulares, reconocía la “utilidad práctica de identificar ciertas leyes de tendencia más generales, que corresponden en la política a las leyes estadísticas y de los grandes números”;[4] pero que consideraba que la sociología es “La filosofía de los no filósofos”.
Hoy no sólo ha sido aceptado el término, sino que muchas de sus técnicas representativas son usadas cada vez más en los círculos científicos socialistas. Pero por un hecho singular, el uso de estas técnicas ha estado aparejado, en los propios países socialistas, a una problemática con frecuencia semejante a la de la sociología empirista, mientras los problemas clásicos del marxismo siguen siendo objeto de estudios que emplean las técnicas, también clásicas, de la filología, la historia y la política para el análisis sistemático de los hechos particulares.[5] De cualquier forma, la posibilidad de una sociología de la explotación tiene hoy menos probabilidades de ser contemplada con escepticismo por los mismos sociólogos de los países socialistas que por los marxistas más cuidadosos de mantener las tradiciones técnicas de la escuela, y los problemas originales del marxismo.
En el terreno opuesto, el de la sociología empirista y neoliberal, las reservas frente a la posibilidad de una sociología de la explotación serían exactamente contrarias a las anteriores. Si para la mayoría de los marxistas ortodoxos lo que no es científico es la sociología, para la mayoría de los empiristas lo que no es científico es la noción de explotación. Las dudas de los sociólogos empiristas, como es fácil suponer, girarían en torno al supuesto de que la categoría explotación está íntimamente ligada a juicios de valor y a conceptos morales, que en su opinión nos sacan del mundo positivo y del terreno empírico, característicos de la ciencia. Las palabras de Marx, en el sentido de que no había considerado a los capitalistas y los propietarios como personas, sino como “personificación de categorías económicas”, y que “no podía hacer al individuo responsable de la existencia de relaciones de que él es socialmente criatura, aunque subjetivamente se considere por encima de ellas”[6] resultaron, como era de esperarse, insuficientes para acabar con el escepticismo positivista en sus distintas manifestaciones.
El problema de la posibilidad de una sociología de la explotación se plantea pues en dos frentes. Pero si la mejor forma de demostrar a los marxistas tradicionales y académicos la utilidad del estudio depende de la validez y congruencia del modelo teórico que se les presente, en el caso de los sociólogos empiristas y neoliberales parece necesario —ante todo— invalidar las objeciones que los llevan a rechazar la idea misma de un estudio científico de la explotación. Por ello, antes de plantear el problema de una sociología de la explotación, puede ser conveniente analizar otros conceptos análogos, que sí se usan en la sociología empirista y en la economía neoliberal, y que se hallan directamente relacionados a valores. Estamos seguros que el escepticismo de los empiristas no terminará a base de puros razonamientos; pero, quizá, el mostrar en su propio lenguaje algunas de las incongruencias más significativas en que incurren pueda contribuir a que consideren el marco teórico de una sociología de la explotación como un conjunto de hipótesis relativamente viables. Sus discípulos serán, sin duda, más sensibles al razonamiento.
DESIGUALDAD, DISIMETRÍA, DESARROLLO
En la mejor tradición científica liberal y empirista se manejan con lenguaje técnico y métodos sofisticados los conceptos de desigualdad, disimetría y desarrollo. El estudio de éstos no es solamente útil para destacar sus vínculos con un sistema de valores, sino para advertir las diferencias que estos valores tienen respecto de los característicos del concepto de explotación. Si el primer objetivo puede mostrar una vez más a los sociólogos empiristas que toda investigación científica del hombre está ligada a valores, incluida la que ellos practican, el segundo puede justificar el estudio específico del fenómeno de la explotación, en tanto que tiene características distintas.
I
El análisis de las desigualdades sociales es uno de los más frecuentes en la sociología y la ciencia política. Las investigaciones que implican un corte seccional de la población y se basan en encuestas, o las que toman un año censal y comparan las distribuciones de una variable en distintas naciones o provincias, constituyen las más frecuentes formas del análisis empirista de la sociedad contemporánea. Los investigadores de esta corriente han desarrollado esfuerzos notables para perfeccionar las técnicas correspondientes, sin pensar para nada que exista una imposibilidad científica, por tratarse de juicios de valor. Y sin embargo, no sólo se encuentra implícito —en el supuesto teórico del que parten— el valor de la igualdad de los hombres, sino que éste se transfiere a los procedimientos analíticos.
La medición de las desigualdades es inconcebible sin el trasfondo histórico no sólo de la sociedad de mercado, sino de la Revolución francesa y la Declaración de Independencia de Estados Unidos. Las ideas sobre la desigualdad necesaria rechazan la medición de la desigualdad: el esclavo como “ser no humano” de Aristóteles; los “individuos excepcionales como fuerza de la historia” de Spencer; los “superhombres necesarios” de Nietzsche, no son un estímulo particularmente vigoroso para analizar y medir las desigualdades sociales; todo lo contrario. Y si en ocasiones se les llega a medir, el resultado busca apoyo automático en variables biológicas.
Cuando las desigualdades se miden como fenómeno únicamente social están inexorablemente ligadas al valor de la igualdad, al rechazo de la desigualdad social como consecuencia del “pecado”, a la “denuncia de las desigualdades extremas” por los filósofos de la Ilustración, y a la idea de que el “hecho social” puede y debe cambiar en un sentido: de mayor igualdad o menor desigualdad, mediante