A los muertos y a los destruidos, a lo oscuro y lo desconocido, los puedes encontrar en el Oeste de la Tierra y del universo.
La naturaleza, la vida, la existencia, el alimento, la belleza, la armonía y la felicidad los puedes encontrar en el Centro de la Tierra y del universo.
Así fue creado todo para que estuviera ordenado y no faltara nada; todo marcado para que nadie se pierda y sepa dónde se mete.
Primero los cielos, luego la Tierra, luego las plantas, luego los animales y al final el hombre que se lo encuentra todo puesto, ordenado y dispuesto.
Todo lo demás es ignoto, más allá de estos pilares nadie sabe lo que se encuentra.
Pawahtún, el cargador del cosmos
Cuando no había nada más que oscuridad y empezaron a nacer las estrellas, todo se caía, todo se iba para abajo y se perdía en el fondo.
Nada se sostenía.
Luego todo se iba para arriba, nada lo contenía, y también se perdía.
Luego se iba para un lado y para el otro, y nada quedaba en su sitio.
Pero principalmente caía, eternamente caía.
Entonces apareció nuestro señor divino, Pawahtún, que dijo «esto no puede ser, voy a ponerle remedio».
Así que puso su espalda amplia y fuerte, como caparazón de tortuga, para que las estrellas no siguieran cayendo, y no solo en un haz de luz, sino en todos los lados y sentidos, como en el juego de la pelota, donde la pelota irradia para todos los lados posibles y no en un solo sentido.
Pawahtún, con caparazón de tortuga
De esta manera cargó sobre su espalda todo el universo y lo contuvo para que no se fuera para arriba, para abajo o para los lados.
Todo se puso en orden, ya nada caía ni se perdía, y así nació nuestra Tierra rodeada por grandes aguas, pero del cielo seguían cayendo piedras de fuego que acababan con todo lo que se encontraban.
Pawahtún vio lo que pasaba y dijo: «esto no puede ser, voy a ponerle remedio».
Entonces puso su gran espalda por todas las partes de nuestra tierra, y la sostuvo por todos lados, así la tierra no caía ni bajaba ni subía, y las grandes piedras de los cielos ya no se abatían sobre ella.
Damos las gracias a Pawahtún que así protege a la Tierra de la destrucción, y le hacemos sus ofrendas para que coma y esté contento, para que no se canse de cargar el universo, porque el día que se canse todo se vendrá abajo, se perderá en el fondo y todos nosotros moriremos.
Sabemos que ese día llegará, porque somos ingratos y olvidamos a quienes nos cuidan y nos hacen el bien, y ya no recordaremos a Pawahtún. Entonces él se cansará de cargarnos sobre su lomo, y sufriremos la caída eterna.
Lugar de señores divinos
Este es lugar de dioses, nosotros estamos aquí de prestado.
Somos creación de Itzamná, y alguno de nosotros puede tener esencia del cielo, pero la mayoría no somos más que reflejos que no servimos para nada.
Cuando se caiga el cielo sobre nosotros los dioses volverán a ocupar la Tierra, jóvenes y viejos, únicos y diversos, todos poderosos vendrán cuando ya no estemos nosotros, como estaban antes de que nos crearan y nos dieran este lugar como aposento.
Ellos no son muchos, pero son verdaderos, porque exprimieron al caos y lo pusieron en armonía para que todo fuera posible.
Nosotros somos muchos, pero no todos somos verdaderos, ni sabemos hacer otra cosa que comer y dormir.
Ellos vendrán y se quedarán, y nosotros nos iremos para siempre.
Caos, orden, caos
Cuando no teníamos cuerpo, cuando solo éramos sueños y pensamientos, ráfagas de aire y viento en las fauces y el vientre de la Gran Bestia del Caos, nos podíamos comparar con los señores divinos, porque al igual que ellos fuimos egoístas y poderosos, irascibles y violentos, y no queríamos que nada ni nadie nos hiciera sombra, y eso que solo éramos potencia de lo que pudimos ser, sueños y pensamientos de la Gran Bestia del Caos.
De ella salió todo, porque en ella estaba todo contenido.
Ella impregnó la nada con su presencia y la preñó.
La Gran Bestia del Caos se calmó tras preñar a la nada, y poco a poco todo fue tomando forma y estabilidad.
Luego todo se fue encadenando, y emergieron los señores de los cielos como las estrellas que vemos por la noche.
Algunos de ellos formaron nuestro mundo, y se hicieron responsables de su existencia.
El señor del sol y la señora de la luna dieron su fecundidad.
El señor del sol además creó los ciclos de los tiempos.
El señor de las aguas dio su fertilidad a los seres grandes y pequeños, plantas y animales, y más tarde a los hombres cuando dejaron de ser un sueño y se convirtieron en realidad.
El señor del viento esparció la vida y refrescó el ambiente para que todo creciera y progresara.
El señor de la muerte llegó al final para recordarnos que todo acaba tarde o temprano, y que tras muchas vidas y tiempo la Gran Bestia del Caos volverá para contenernos de nuevo en su vientre y en su pensamiento, porque solo somos eso, una ilusión, un sueño, y tarde o temprano todo volverá al caos inicial.
El señor de los cielos llegó cuando todo estaba hecho, para dominar sobre el resto de los dioses y ser el único en la veneración de los hombres, prometiendo salvación cuando llegara de nuevo el caos, a cambio de sumisión y sacrificio.
Del mismo inframundo
Antes todo era muerte, todo era oscuro.
Todo era inframundo, todo era Xibalbá.
Los señores divinos vivían en esa oscuridad de muerte.
Ahí vivían, comían y dormían, pero no salían.
Ahí jugaban a la pelota.
Ahí lloraban y allí reían.
No fueron los primeros, no lo creas.
Tardaron mucho en aparecer.
Estaban en lo oscuro, en donde están los muertos.
El mundo ya estaba antes de que ellos llegaran.
Las flores y los árboles ya estaban.
Las abejas y los alacranes ya estaban.
La ceiba y el arbusto ya estaban,
Las semillas y los frutos ya estaban.
El jaguar y la tortuga ya estaban.
Los monos que gritan ya estaban.
Los humanos, sus mujeres y sus hijos ya estaban.
Ellos salieron de su mundo oscuro y de muerte porque escucharon nuestros cantos y vieron nuestra alegría sembrando y jugando a la pelota.
Entonces salieron de su oscuridad y muerte y se vinieron para acá.
Solo a uno dejaron en su lugar para que vigilara que nadie entrara si no estaba muerto y oscuro.
Ellos nos querían echar de nuestro lugar y nos amenazaban.
Ellos decían que eran muy poderosos y que iban a acabar con nosotros si no les dejábamos nuestro lugar, porque los molestábamos con nuestros cantos, nuestra siembra y nuestro juego de pelota.
Pero no nos fuimos.
Movieron una montaña, pero no nos fuimos.
Hicieron un gran fuego, pero no nos fuimos.
Lanzaron