La India es un país muy espiritual, pero al igual que en casi todo Oriente, la mujer está muy por debajo del hombre, y solo las mujeres de las más altas castas y jerarquías pueden llevar una vida más o menos digna, y aspirar a evolucionar en su próxima vida al género masculino, siempre y cuando hayan llevado una vida digna, pura, sumisa y casi perfecta, siempre dispuesta a morir en la pira funeraria de su marido, demostrando su virtud de haber pertenecido a un solo hombre.
Nacer mujer en la India, y en buena parte de Oriente, no es la mejor elección para venir a ser feliz en este mundo.
Después de involucionar de hombre a mujer, el descenso involutivo se va haciendo casta tras casta, primero como hombre, y, si no se mejora, luego como mujer, y así sucesivamente hasta llegar al estado animal.
Renacer como vaca es una oportunidad de volver a ascender, pero si no se aprovecha la oportunidad, se va descendiendo cada vez más y más, pasando por todos los animales domésticos y de granja, perdiendo cada vez más las facultades mentales y espirituales, pero nunca el alma, que es la que se encarna siempre.
De esta manera se puede llegar a ser rata, animal salvaje e insecto, siempre con alma, pero cada vez más tonto y más salvaje, hasta perder la consciencia llegando a ser piedra o polvo, vibrando todavía, pero con muy pocas oportunidades para mejorar espiritualmente.
Se puede renacer en árbol o flor, en cereal o en ave, en pez o en lagarto, dentro de un mismo territorio e incluso cercano a la misma familia, y un santón puede intuir si el mono, el perro o el elefante fue un pariente cercano en una vida anterior, y que en su vida presente está pagando por sus pecados.
Con todo, el alma nunca se pierde y siempre hay la oportunidad de volver a evolucionar y recuperar la condición humana para aspirar a la liberación y al Nirvana si a través de un buen darma se purifica el karma y los pecados y errores son perdonados.
Cuando se evoluciona se puede elegir el lugar, la familia y la prosperidad de la próxima vida.
Cuando se involuciona cada vez hay menos posibilidades de elección, e incluso en ciertos estados puede ser nula.
El estilo budista chino
Curiosamente, la llegada del budismo a China no elevó la espiritualidad, sino que aumentó el número de dioses, creencias y supersticiones en buena parte de Asia, dejando el tema de la reencarnación de lado, ya que las condiciones de vida del gigante asiático no animaban a la población a volver a este valle de lágrimas de ninguna manera, ni peor ni mejor. Muchos chinos preferían las habitaciones celestiales o el terrible infierno a pasar hambrunas, guerras, terremotos, inundaciones, enfermedades y todo tipo de calamidades.
Solo en algunas partes del Imperio se adoptó la idea de la reencarnación, en lugares como lo que hoy es Camboya, Malasia, Corea y Vietnam, donde ya existía, y persiste, una fuerte tradición con respecto a los familiares fallecidos.
Buda chino de Avalokiteshvara
En muchos casos se prefería que el familiar muerto se convirtiera en fantasma protector del pueblo o de la familia, y solo si el familiar insistía mucho en regresar a esta vida se llevaban a cabo las ceremonias pertinentes para que volviera a la familia en un próximo alumbramiento, tatuando al muerto para que al volver mostrara esa misma señal en el recién nacido.
De esta manera muchos niños eran considerados abuelos o padres, y se les trataba como tales.
En nuestro mundo occidental no es nada raro que un niño de tres o cuatro años le diga a su madre “cuando yo era tu padre no te trataba tan mal”, o “perdóname por haber sido duro contigo cuando era tu abuela”, y suele causarnos gracia, porque pensamos que nuestro hijo o nuestra hija tiene demasiada imaginación, y no lo relacionamos con una posible reencarnación para nada.
China es muy grande, y el Imperio ha cambiado de tamaño y de fronteras muchas veces en los últimos dos mil años, además de haber impuesto la religión de Confucio y haber prohibido y perseguido oficialmente cualquier otra religión, tanto, que algunos de los dioses que se veneraban a escondidas del estado perdieron sus nombres, o sus devotos los olvidaron convenientemente con el tiempo, dando lugar a más de un Buda, porque a cualquier dios le llamaban de la misma manera dándole atribuciones búdicas, aunque físicamente no se pareciera en nada al Buda original, llegando a contar con hasta diez mil budas que tenían toda clase de poderes, como el de reencarnar, dar vida eterna o resucitar a los muertos.
Se puede decir que también la reencarnación se practicaba en secreto y como un fenómeno más del capricho de los dioses, que como una creencia normativa al estilo hindú.
Más que en la reencarnación, se creía en una especie de vida eterna o milenaria, en la cual el muerto podía resucitar a esta misma vida sin dejar de ser nunca él mismo, con su memoria intacta y su conciencia lúcida, tras haber permanecido enterrado, escondido en un sitio sagrado o incrustado en una pintura o en una estatua. De esta forma se reencarnaba sin haber pasado realmente por el trauma de la muerte, pero con el defecto de que al hacerlo también se recuperaba la mortalidad y los problemas que se pueden tener en este mundo físico.
El Zen, más allá del budismo, no le daba importancia a la reencarnación, y si bien la aceptaba como cualquier fenómeno físico y espiritual, la veía innecesaria porque la propuesta del Zen es la iluminación independientemente de cómo se viva esta vida, y supone que cualquier ser puede alcanzar la liberación espiritual en cualquier momento, porque la iluminación es como un despertar cualquiera, como abrir los ojos, como ver lo que no se veía y entender de pronto, como si se abriera una puerta mágica, lo que hasta ese momento no se entendía, es decir, alcanzar la lucidez; mientras que en el sincretismo del Budismo Zen, la lucidez era una carga difícil y pesada de llevar en esta vida, y la reencarnación era indispensable para evolucionar, crecer interiormente y alcanzar la liberación espiritual.
Por su parte el taoísmo podía aceptar perfectamente el fenómeno de la reencarnación, ya que una vida no es suficiente para aprender física, mental, anímica y espiritualmente lo que se debe aprender, pero tampoco tenía mucha importancia, porque al final todo se convertía en nada, y las propuestas religiosas y humanas eran simples ilusiones innecesarias.
El estilo tibetano
Se puede decir que el budismo tibetano es el único que ha mantenido una visión positiva de la reencarnación, eludiendo el sistema de premios y castigos, y apostando por el perdón y la ceremonia luctuosa en la que se reza y se pide que la próxima encarnación del difunto sea próspera y feliz, y que su paso por el más allá sea lo menos traumático posible.
En el libro tibetano de los muertos o Bardo Thodol, se relata que muchas muertes son traumáticas y dolorosas, a destiempo y sin que la persona haya completado su cometido en esta vida, con lo que su estancia en el más allá es breve, pero nada agradable, y muchas veces vuelven casi de inmediato (nueve meses en el más allá pueden ser solo un abrir y cerrar de ojos para las almas), generalmente dentro de la misma familia, y pueden hacerlo varias veces hasta que cumplen su cometido.
De una muerte inesperada, traumática o incompleta pueden desprenderse tanto fantasmas protectores o almas en pena que no saben dónde están ni hacia dónde ir, y que molestan a los vivos o intentan ayudarlos.
Otras almas se quedan a la espera de un familiar o persona querida para guiarla en el más allá cuando le llegue la hora de su muerte, incluso si han renacido, porque las almas elevadas pueden existir en varios cuerpos a la vez, lo mismo que pueden existir conscientemente en el más allá al tiempo que viven físicamente en este mundo.
El budismo tibetano comparte muchas creencias sobre la reencarnación con el budismo hindú, pero en el orden social ambas sociedades son muy distintas y, por lo tanto, su visión de la evolución espiritual suele ser distinta en varios aspectos, por ejemplo, para el budismo tibetano no hay dioses, ninguno, y el Nirvana es para