Asesino de sicarios. Adrián Emilio Núñez. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Adrián Emilio Núñez
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Языкознание
Год издания: 0
isbn: 9788417895945
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¿Dónde se había metido? Aquello era horrible, la vida se le iba a cada enojo de cualquiera de esos locos. Solo deseaba escapar de allí y jamás volver. Jamás. Se mudaría con su mamá y su hermana a otra ciudad. Sí. Esa era la solución, pero jamás se involucraría con cualquier cosa que tuviera que ver con las mafias.

      —¿Cómo se llama el policía?

      —Santiago, señor. Se llama Santiago —contestó Gerardo a toda prisa, procurando mostrarse lo más complaciente posible.

      Jordi hiló los cabos sueltos:

      «Entonces era Santiago, el mismo que muchos creían que había matado al Pochis y lo había tirado en el basurero. Ese pinche policía seguramente es un infiltrado del cártel contrario. La Policía Ministerial no puede ser tan pendeja y estar incumpliendo su tratado de no agresión. Pero, entre que son peras o manzanas, no resulta posible matarlo…, por desgracia; si no, rompería el pacto con la fiscalía; tampoco sería algo inteligente de mi parte, mis superiores no me lo perdonarían. Además, ¿qué tal si no mató al Pochis? Varios lo acusan, incluso varios policías ministeriales lo tachan de rebelde. Por el otro lado de la moneda, algunos otros lo describen como una persona que siempre busca hacer las cosas bien y socialmente correctas, es decir, policía mata a mafioso. Tal vez se trate de uno de esos cabrones con la moral elevada que le dice por las noches a su hijito que él atrapará a los malos y que lo cuidará. De cualquier forma, estaría cabrón saber cuál de las versiones es la correcta. Lo que solo da lugar a que yo, Ezequiel Velasco, tendré que hacer la chamba e investigar a este cabrón policía desde las entrañas».

      Ya varios de sus hombres habían identificado a Santiago y a su familia desde que sospecharon de él. Pero ahora resultaba el momento para que el mismísimo Jordi entrara al juego.

      Aquello lo emocionaba, las cosas se ponían cada vez mejor. El imbécil de Santiago quería jugar a ser el policía bueno, pues Jordi podía jugar a ser el mafioso malo.

      —Lo he decidido, matemos a este mocoso…

      Pero antes de continuar, se vio interrumpido por el llanto de Gerardo, quien pedía a lamentos su perdón al mismo tiempo que dedicaba plegarias a la Virgen.

      —¡Cállate, por el amor de Dios!

      —¿Lo mato ya? —sugirió la Roca.

      —¡No, idiota! ¡En mi casa no! —luego bajó el tono—. No quiero ensuciar la alfombra.

      Gerardo no podía creer lo que escuchaba. ¿Tal cual ganado? Esperando a que muriera en un lugar donde no ensuciara la alfombra de la sala de Jordi. Todo debía de tratarse de un sueño. Un sueño donde él comenzaba a gritar, pero no despertaba, así que chillaba más fuerte, más fuerte y cada vez más fuerte.

      —¡Maldita sea! ¡Chingada madre, mocoso! —Jordi tomó su rifle, apuntó a la cabeza y disparó—. ¡Puta madre! Lo que me obliga a hacer este mocoso pendejo. Ahora tendremos que hablar a los de limpieza para que laven mi alfombra y los muebles. Chingada madre, mocoso chillón, lo que me haces hacer. ¿Te das cuenta de lo que me haces hacer? —exclamó al cadáver del joven, que hasta hacía unos segundos pensaba que aquello era una pesadilla de la cual podría despertar si gritaba con fuerzas, que sentía mil emociones y aún emitía calor; sin embargo, dentro de poco estaría frío, como todos los muertos—. Ni pedo, cabrones —continuó Jordi—. Tenemos que ser contundentes, necesitamos dar un mensaje a todos los que trabajan para mí. Solo con miedo entienden esta bola de pendejos. Así que vamos a ir a casa del imbécil de Jenrics ahora mismo y vamos a matar a todos sus malditos seguidores. ¿Escucharon? ¡A todos! Quiero empezar de nuevo en aquella zona. Échense a todos los que estén ahí y me traen el cuerpo del cabrón del Jenrics, el de otros dos más y el de este pinche escapapolicías.

      —¿Para qué quieres los cuerpos, Jordi?

      Pero este se tomó unos segundos antes de contestar. Parecía estar visualizando algo en su mente, algo verdaderamente siniestro. Su mirada se sumió en Gerardo y una sonrisa se empezó a dibujar en su rostro, mostrando todos sus dientes amarillos.

      —Le voy a dejar un regalito a aquel pendejo policía para que no se ande creyendo más inteligente que yo. Estoy seguro de que con esto se arrepentirá de reclutar gente en contra mía. Él y todos en esta puta ciudad tienen que tener muy claro que no se puede traicionar a Jordi ni al Cártel de la Línea.

      Remordimiento

      Viernes catorce de agosto a las seis y media de la tarde

      Camarógrafos y reporteros se amontonaban para escuchar la declaración oficial de los hechos. Para Daniela y Javi, este tipo de actos siempre resultaban un martirio. No les permitieron pasar hasta que el resto de los medios informativos ya habían entrado y la conferencia comenzado.

      Daniela era una mujer bajita, de un metro sesenta y cinco, así que se le dificultaba ver entre la multitud congregada en la pequeña sala de prensa.

      —Después de una ardua búsqueda de nuestro gran equipo de la Policía Ministerial —comenzó el fiscal general del Estado—, hemos capturado a los tres asesinos involucrados en los eventos ocurridos entre ayer por la noche y hoy por la madrugada, donde fueron asesinadas trece personas, de las cuales nueve eran menores de edad. Además, cuatro fueron colgados en las inmediaciones de las avenidas Guadalupe y Teófilo Borunda. Hay que resaltar que los asesinos son integrantes del Cártel del Pacífico…

      A un costado del fiscal, sobre una mesa, se mostraban varias armas largas, celulares y drogas y, junto a todo aquello, tres sujetos que habían sido detenidos justo unas horas antes. Los tres, menores de treinta años. Mantenían la mirada en el piso y las muñecas fuertemente esposadas. Pero en realidad ninguno había tocado antes un arma de ese calibre. Eran malandros, sí, sí, pero no asesinos. Se dedicaban a robos menores, bolsas, bicicletas, entre otras cosas. Hoy serían juzgados como sicarios pertenecientes a un poderoso cártel.

      El fiscal, un hombre maduro con ceño fruncido, espeso bigote y una panza protuberante, cedió la palabra a los medios después de haber revelado la identidad de los tres presuntos asesinos. Tenían claro a quién dársela y a quién no, pero aquello no impedía que todos levantaran la mano al mismo tiempo. Daniela se metió entre la gente para aproximarse.

      —Sí. Gracias por cederme la palabra. Manuel Torres, de Televisa Noticias —se presentó el pseudoperiodista comprado—. Entiendo que este es un gran golpe al Cártel del Pacífico. ¿De qué manera afectará esto al cártel en sus operaciones en este Estado?

      —Buena pregunta, Torres —contestó el fiscal—. Como dices, este fue un golpe duro que hará retroceder a este cártel de la entidad. Recordemos que son ellos los que tienen desgarrado el bienestar de nuestra ciudadanía…

      Daniela había dejado de escuchar aquellas estupideces, no creía ni una palabra. Eran las típicas declaraciones: «Nosotros nos arriesgamos por el pueblo, lo hacemos por su bienestar, gracias al gobernador». Mentiras.

      El fiscal volvió a ceder el turno a los medios. Se trataba de la oportunidad de Daniela. Se paró de puntitas y estiró su brazo lo más que pudo, pero nuevamente fue ignorada. No darían tiempo para muchas preguntas.

      Después de otro discurso triunfante, resultado de otro interrogante patético de otro periodista comprado, Daniela se adelantó y comenzó a hablar antes de que los medios intervinieran por tercera y última ocasión.

      —Hace algunas horas recibí de manera anónima una fotografía del lugar de los hechos. En ella se pueden apreciar los cuatro cuerpos colgados y, a un costado, un narcomensaje. También se ve a un policía intentando quitar la narcomanta, en la cual se pueden leer claramente dos nombres. El primero de ellos es Santiago Mendoza, y el segundo, la firma del autor de los hechos: Jordi.

      Después de un silencio absoluto, Daniela se permitió disfrutar del rostro de incredulidad del fiscal. El resto de reporteros y camarógrafos la miraban estupefactos. Daniela continuó:

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