Asesino de sicarios. Adrián Emilio Núñez. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Adrián Emilio Núñez
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Языкознание
Год издания: 0
isbn: 9788417895945
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la Roca apareció por sorpresa. Al parecer, después de que traicionaran a Jordi, la Roca u otro matón iban y daban rondines para vigilar a sus burros, como ellos les decían.

      «Eso es el Jenrics, un burro, y nosotros quedamos… ¿en burritos?», pensó Gerardo.

      De inmediato Jenrics ofreció algo de droga a la Roca, pero él estaba bien adiestrado y no consumía nada, a menos que el jefe lo permitiera. Mientras tanto, eran horas de trabajo. Sin embargo, la Roca parecía el más allegado a Jordi y desobedecía de vez en cuando, así que le prendieron un foco para fumar algo de crack.

      Gerardo observaba, callaba y procuraba ser cauteloso.

      —¡Ey! Pinche Pavel —dijo Gerardo—. Préstame tu moto para darme una vuelta.

      —Nel, ni madres. Ni has de saber manejarla.

      —Sé más que tú, pendejo.

      —Ta´ bueno, güey, pero la quiero intacta —amenazó Pavel—. Y te quiero en cinco minutos aquí. Si no, voy y te busco.

      Gerardo prendió la moto y, efectivamente, no se sentía como si tuviera un gran motor. Se quedó un tiempo acelerándola para montar faramalla. Pero en realidad pretendía ganar tiempo en espera de que la Roca saliera.

      Por fin se retiró y se subió a una troca RAM de modelo mucho más viejo que la de Jordi. Parecía que les gustaban a aquellos mafiosos. Gerardo comenzó a seguirlo lo más imperceptible posible. Mantenía una distancia considerable para que no pudiera reconocerlo. Mientras avanzaba por una avenida, la Roca hizo una parada en una tienda de autoservicio. Actuaba bastante normal. Compró algunas cosas e inclusive dio propina al niño que empacaba. Regresó a su troca, arrancó y Gerardo realizó lo mismo, tomando su distancia.

      En la guarida del Jenrics, Pavel estaba loco porque Gerardo no regresaba. Seguro que quería su moto de vuelta, pero para Gerardo era más importante saber a dónde lo llevaría la Roca. No podía desaprovechar esa oportunidad de oro.

      Después de tanto rodeo, la Roca llegó a una colonia bastante buena para las posibilidades de Gera. Paró en una casa común de dos pisos y color crema. Parecía la de cualquier familia. Ahí se encontraban la RAM negra de Jordi y otras trocas más. La Roca bajó y entró, cargando todas las cosas que había comprado. Gerardo sacó su celular e intentó acercarse lo más que pudo para enviar la dirección a Santiago. Sonaba música banda dentro. «Típica de narcos», pensó. Además, se oían las risas de varios hombres.

      Sigiloso, se escabulló entre las trocas para obtener mejor ubicación. Estaba nervioso. Internet iba lento. Por fin logró abrir la aplicación. Ahora tenía que cargarse. Entre más tiempo permaneciera ahí, mayor riesgo sufría de ser descubierto. Después de un rato se cargó y, finalmente, la envió.

      Pero Gerardo era curioso. Deseaba indagar más. Jamás había escuchado que la curiosidad mató al gato. Se asomó por una de las ventanas, pero no se veía nada, las cortinas permanecían cerradas. Alucó por otra a un costado de la casa. Ahí estaban varios hombres, entre ellos Jordi. Discutían. Seguramente el lugar funcionaría como el centro de reunión de esos sujetos.

      Era momento de regresar, ya había enviado la ubicación y, además, se había dado el lujo de poner en riesgo su seguridad para confirmar que Jordi se hallaba ahí. Se dirigió presuroso a la moto de Pavel. Trepó en ella y, justo antes de encenderla, sintió que lo tomaban por detrás.

      —¡Ey, Jordi! —gritó la Roca desde afuera de la casa, mientras traía consigo a un muy espantado Gerardo—. Mira lo que me acabo de encontrar afuera. El muy pendejo me venía siguiendo —luego se permitió dirigirse hacia Gerardo—: ¿Crees que no me di cuenta?

      La Roca lo arrastró hasta la sala, donde se situaban Jordi y cuatro hombres más, todos matones y mayores de treinta años. Quizás el más joven tendría la edad de Jenrics. Vestían bastante similar: jeans de mezclilla, tenis o botas, polos; tres de ellos, a pesar de ser de noche, traían cachucha. Cada uno cargaba con un arma larga. Jordi era el mayor. Lucía igual que ellos, con la excepción de que calzaba sus horribles botas de piel de armadillo, color rosa fosforescente.

      —¡Mira, mira, nomás! —empezó a decir Jordi mientras caminaba alrededor de él, como un león que saborea a su presa—. ¿A quién tenemos aquí? Nada más y nada menos que al famoso escapapolicías. ¿Qué chingados hacías persiguiendo a la Roca?

      —Lo caché haciendo algo en su celular —se adelantó este, mientras le entregaba el teléfono a Jordi.

      —Muy bien, jovencito, por favor, desbloquéamelo —exigió Jordi con el tono amable que solía usar justo antes de arremeter contra alguien.

      Gerardo, que permanecía hincado y rodeado por los matones, escribió la contraseña de desbloqueo, a sabiendas de que le podía costar bastante caro. Pero no tenía otra alternativa. Temblaba mientras lo hacía. Luego devolvió el celular a Jordi, quien accedió a las últimas llamadas.

      —Última llamada… Mamá a las 11:34 a. m. —con tono sereno—. ¿Para qué le hablaste a esas horas?

      —Fui al mercado y le pregunté si quería tomate o tomatillo.

      —Ajá, muy bien. Veamos entonces. Último mensaje. —Jordi navegó en el móvil.

      Gerardo observaba su rostro, quería saber a través de sus expresiones si encontraba algo que lo delatase. El resto de los presentes permanecían callados, rodeando al joven, amenazantes con sus cuernos de chivo. Gera jamás había visto uno solo y esos hombres los portaban.

      —Último mensaje… a las 3:12 p. m., Andrés, «¿ónde tas, wey? Voy por ti» —Jordi leía en voz alta—. Bien. Nada sospechoso aún. Comprobemos tu WhatsApp.

      Evidentemente, se había hecho a la tecnología a pesar de su edad.

      Gerardo tembló al escuchar aquello y Jordi lo notó. Esbozó una pequeña sonrisa.

      —Último WhatsApp, hoy a las 11:41, p. m. Contacto…, hermana… Ubicación. Aquí es donde vivo. —Echó una mirada cargada de furia a Gerardo, quien no paraba de temblar del miedo.

      Jordi logró calmarse antes de continuar:

      —¿Sabes algo, escapapolicías? Pa´ mí que puro pedo eso de que te escapaste de un policía. Pa´ mí que el pinche poli te dejó escapar con la condición de que fueras su informante.

      Gerardo guardaba silencio. Teniendo la evidencia, parecía fácil deducir aquello.

      —Pa´ mí que este no es el número de tu hermanita. ¿O ustedes qué creen? —preguntó al resto—. ¿Le hacemos una llamada?

      Gerardo levantó el rostro, abriendo los ojos como platos en solicitud de piedad.

      —¡Empieza a hablar, pinche mocoso! —le gritó Jordi con todas sus fuerzas, mientras escupía al abrir la boca.

      —Está bien, jefe, por favor, perdóneme. Le diré todo.

      —¡Pues habla ya! —Jordi se había vuelto por la AK-47 recargada sobre su sofá favorito y le apuntó directo a la cara.

      —Sí, efectivamente, usted es muy inteligente, jefe. El poli me dejó escapar con la condición de que yo le informara, pero le juro por la Virgencita que no le he dicho nada más que esto.

      —Sabes que la traición a mi persona o mi organización se paga con la muerte, chamaco pendejo. Tú mismo ahogaste a un hijo de la chingada, ¿y aun así no aprendiste?

      —Deberíamos matarlo, Jordi, así daríamos un mensaje —opinó la Roca.

      —¡Por favor, no! ¡Puedo hacer lo que sea! ¡Por favor! —rogó Gerardo.

      —¿Que no ves que ya matamos a uno enfrente de ellos y no funcionó, imbécil? —contestó Jordi—. Además, este mocoso fue reclutado por el imbécil de Jenrics. Ese cabrón también merece ser castigado.

      —¿Entonces los mato a los dos? —La Roca apuntó con su arma a Gerardo.

      —¡Que