Nuestro grupo podría ser tu vida. Michael Azerrad. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Michael Azerrad
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Зарубежная прикладная и научно-популярная литература
Год издания: 0
isbn: 9788418282102
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minority / They’re gonna be the majority / Gonna feel inferiority5». El disco era una cruda llamada a despertarse del sueño californiano; a pesar del clima perfecto y los estilos de vida pudientes, algo estaba amargando su juventud. Los Ángeles ya no era una utopía bañada por el sol: era una ciudad alienada y tóxica plagada de tensiones raciales y de clase, recesión y un aburrimiento asfixiante.

      Black Flag se convirtió cada vez más en un punto de encuentro de violencia y condena. «¡La violencia de Black Flag debe acabar!», proclamaba el título de un editorial. Por aquel entonces, el hype mediático estaba atrayendo a un público que buscaba la violencia activamente, aunque Black Flag tampoco hacía nada por evitarlo.

      —Black Flag jamás dijo: «Paz, amor y comprensión» —dice Rollins—. Si las cosas se salían de madre, nosotros decíamos: «Mira tú, las cosas se salen de madre». Éramos un grupo que jamás decía: «Rendíos o someteos». Uno de nuestros principales gritos de guerra era: «¡Qué coño! ¡A divertirse!». Ese era, literalmente, uno de nuestros eslóganes.

      Negándose a rendirse, el grupo realizó una serie hilarantemente provocativa de anuncios de radio para promover sus conciertos, humillando sin piedad al Departamento de Policía de Los Ángeles. En uno de ellos, un mafioso comenta al propietario del club Starwood que contratar a Black Flag ha sido un terrible error. «El jefe Gates dice que esto tendrá un elevado coste para toda la organización», dice el matón. «Y eso no nos gusta.» Un anuncio de un concierto en febrero de 1981 con Fear, Circle Jerks, China White y The Minutemen en el Stardust Ballroom arranca con una voz que dice: «Atención a todas las unidades, tenemos un gran disturbio en el Stardust Ballroom… El jefe Gates está hecho una furia», dice un poli mientras su compañero responde. «¿A qué diablos esperamos, pues? ¡Vayamos allí y demos una paliza a unos cuantos punk rockers de mierda!»

      A la larga, la violencia fue demasiado para la policía y la comunidad. Si Black Flag quería continuar tocando, tendría que hacerlo fuera de la ciudad. Pero entonces, solo unos pocos grupos de indie punk norteamericanos hacían giras nacionales; los grupos menores de los grandes sellos las hacían como ganchos publicitarios, algo que los grupos de sellos independientes no se podían permitir. Además, había pocas ciudades, aparte de Nueva York, Los Ángeles y Chicago, que tuvieran clubs que contrataran a grupos de punk rock. La solución era ir de gira con los mínimos gastos y tocar en todos los sitios que pudieran: desde el salón de actos de un sindicato al salón de la casa de alguien. No pedían ni adelantos ni alojamiento ni ninguno de los requisitos habituales. A pesar de todo, iban tirando.

      Ginn y Dukowski empezaron a recoger los números de teléfono impresos en diversos discos punk y llamaron para conseguir conciertos en ciudades remotas. La gente se mostraba dispuesta a ayudar; al fin y al cabo, era en beneficio de todos hacerlo. En concreto, pioneros del punk norteamericano como D.O.A de Vancouver, en la Columbia Británica, y Dead Kennedys de San Francisco compartieron lo que habían aprendido de gira.

      —Establecimos muchos contactos con esos grupos y compartíamos información —dice Ginn—. Cuando encontrábamos un sitio nuevo donde tocar, se lo decíamos. Les interesaba cualquier lugar donde poder tocar… Nos ayudábamos mutuamente en nuestras respectivas ciudades.

      Black Flag empezó a hacer salidas por la costa californiana para tocar en el Mabuhay Gardens de San Francisco; un total de siete salidas antes de aventurarse tan lejos como Chicago y Texas en el invierno de 1979-1980. Spot les acompañó como técnico de sonido y tour manager, un trabajo que desempeñaría, junto con el de ingeniero de sonido no oficial de SST, durante varios años. De la furgoneta Ford en la que viajaban, Spot afirma que era hedionda, «con todos encajonados con la ropa sucia y el equipo. Era incómodo».

      Fueran donde fueran, intentaban dar conciertos para todas las edades, aunque eso significara tocar dos repertorios, uno para los chicos y otro para los bebedores. Era una forma sencilla de asegurarse de que nadie quedaba excluido en sus conciertos. Pero por muy buenas intenciones que tuvieran, la reputación les precedía.

      —En algunas ciudades, era como si la gente esperara a que nos presentáramos con un centenar de punks de Los Ángeles para destrozarles el local —explica Ginn—. No salíamos a destrozar el local de nadie. Nos limitábamos a tratar de tocar.

      Encadenando itinerarios formados por locales audaces que aceptaban su nuevo estilo de punk rock, grupos como Black Flag, D.O.A. y Dead Kennedys se convirtieron en los pioneros del circuito de giras del punk, abriendo un camino en toda Norteamérica que muchos grupos todavía siguen actualmente. Pero Black Flag era el grupo más agresivo y aventurero de todos.

      —Por aquel entonces, Black Flag era el grupo que ampliaba el tipo de público que acudía a ciertos locales —cuenta Jim Coffman, mánager de Mission of Burma—. Fue gracias a su diligencia, la diligencia de Chuck. Muchas veces oías: «Black Flag tocó allí». Y tú decías: «De acuerdo, entonces nosotros también tocaremos allí».

      En junio de 1980, meses después de que Reyes se largara, el grupo todavía no había encontrado un sustituto cuando solo faltaba una semana para iniciar la gira por la Costa Oeste. Entonces, Dukowski se topó con Dez Cadena (cuyo padre era Ozzie Cadena, el legendario productor/descubridor de talentos que había trabajado con prácticamente todas las grandes figuras del jazz desde los años 40 hasta los 60). El enjuto Cadena había ido a muchos conciertos de Black Flag, se sabía las letras de todas las canciones y se llevaba bien con todo el grupo. Cadena se quejó diciendo que jamás había cantado, pero, al más puro estilo Black Flag, Dukowski dijo que no importaba. Cadena accedió a realizar una prueba. «Era mi grupo preferido y esos tipos eran mis amigos», dijo Cadena, «de modo que no quería decepcionarles.»

      Cadena funcionó a las mil maravillas, y su aullido sincero y angustiado, chillando más que cantando, supuso un gran cambio respecto a los alaridos de Morris y Reyes, que se inspiraban en Johnny Rotten, y rápidamente se convirtió en un modelo para los grupos hardcore de toda la zona de South Bay y más allá. El grupo posiblemente alcanzó su cota máxima de popularidad con Cadena como cantante. En la víspera de una gira de dos meses por Estados Unidos, el 19 de junio de 1981, el grupo encabezó un concierto con todas las entradas vendidas junto a The Adolescents, D.O.A. y The Minutemen en el Santa Monica Civic Auditorium, con capacidad para tres mil quinientos espectadores. Una gesta que nadie jamás volvió a conseguir. Al ver todo ese alboroto y caos, una crítica del L.A. Times sobre el concierto se preguntaba: «¿Es todo esto una sana liberación de tensión u otro signo inquietante de la escalada de violencia en nuestra sociedad?». Y, claro está, era ambas cosas.

      Por otro lado, no todo el mundo pensaba que el slam dancing fuera una idea tan fantástica. «Para mí, es como los tipos que intentan intimidarte en la escuela», dijo Tommy Maloney, un chaval de quince años de Canoga Park al L.A. Times. «¿Quién los necesita? Los conciertos serían mucho más divertidos si encontraran otro lugar donde hacer el payaso.»

      La llegada de Cadena coincidió con el inicio de la época de continuas giras del grupo. Por desgracia, su inexperiencia como cantante, junto con el hecho de que fumaba mucho y que tenían unos altavoces de una potencia tristemente insuficiente, significaba que su voz se desmoronaba bajo una tensión constante. A la larga, todos coincidieron en que era preferible que, mientras buscaban a otro cantante, tocara la guitarra.

      Henry Garfield creció en el rico vecindario de Glover Park en Washington D. C., al igual que otra futura figura fundamental del indie rock, Ian MacKaye.

      —Corrió la voz de que había un chico con una metralleta en la calle W —recuerda MacKaye—. Así que fuimos a visitar a ese chico y nos encontramos a un nerd con gafas.

      Pero MacKaye pronto descubrió que el aspecto de Garfield era engañoso: su nuevo amigo asistía a la Academia Bullis, una escuela militar implacable para chicos problemáticos. Garfield, como concluyó MacKaye, «era un tipo duro». Además, Garfield había construido un puesto de tiro al blanco en su sótano, y pronto MacKaye y sus amigos se pasaban por allí y disparaban metralletas mientras escuchaban discos de los humoristas Cheech y Chong y admiraban las serpientes que Garfield tenía como mascotas.

      Garfield, que era hijo único, no procedía de una familia tan