Todo aquello que nunca te dije. Miguel Aguerralde. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Miguel Aguerralde
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Языкознание
Год издания: 0
isbn: 9788412002935
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Blanca de punta a punta. De joven había acostumbrado mi cuerpo a realizar ese recorrido a buen ritmo dos o tres veces por semana pero ahora, ni joven ni buen ritmo eran términos que pudiera seguir utilizando. Rozando los cuarenta y sin haber hecho deporte en un par de lustros, bastante tenía con no vomitar los intestinos de camino a casa.

      Llegar a sacarme algún día esa foto, sudado pero satisfecho al pie del faro, resultaba un objetivo ambicioso pero bonito. Supondría haber conseguido alcanzar la meta: reencontrarme conmigo mismo.

      Esta noche, sin embargo, la silueta blanca de Pechiguera quedaba aún demasiado lejos y no tenía la más mínima posibilidad de alcanzarla. Ni mi organismo, ni mis piernas ni mi mente estaban todavía preparados. De manera que una vez alcancé la coqueta Playa del Pueblo, desierta y fresca a esa hora de la madrugada, tomé un desvío hacia el interior con intención de dar la vuelta y regresar a casa. Como llevaba rato encontrándome mal, demasiado cansado y con un fuerte dolor de cabeza quizá derivado del vino blanco de Uga que había acompañado mi maratoniana sesión de escritura, al llegar a la Plaza del Carmen decidí detenerme a recuperar el aliento antes de caer redondo y que tuvieran que ingresarme. Qué lejos estaba de aquel corredor que fui, tanto que empezaba a temer que no regresara. Todo hacía indicar que si quería sacarme una foto en Pechiguera más me valdría plantearme el viaje en coche.

      Me senté en un rincón del muro lateral que rodea la Iglesia del Carmen y me llevé la mano al pecho como para sujetar a mi corazón dentro mientras los pulmones se esforzaban, cual fuelles descontrolados, por recuperar un ritmo lógico de respiración. Debía recordar a un diplodocus moribundo en ese momento. Menos mal que no pasaba un alma por el centro de Playa Blanca a esa hora. Dejé caer mi cuerpo sobre las rodillas como una marioneta rota. Qué vergüenza, el corredor. Me faltaba el aliento hasta para volver a ponerme de pie.

      Convencido de que estaba solo, jamás se me hubiera ocurrido pensar que alguien pudiera estar observando. Qué interés podría haber en un señor de piel morada y ropa fluorescente consumiéndose acurrucado contra la pared exterior de la iglesia. Sin embargo, cuando un par de minutos después conseguí abrir los ojos, descubrí la presencia de una mujer que había cruzado la calle para interesarse por mi estado.

      —¿Te encuentras bien, tigre? —me preguntó. Yo levanté la mirada sobresaltado por tenerla tan cerca sin haber sido consciente de ello. Encontré a una mujer algo más joven que yo embutida en unas mallas deportivas negras con ribetes rosas. Tenía el pelo muy oscuro recortado en media melena, y unos ojos rasgados extrañamente misteriosos. Se había retirado uno de los auriculares con los que escuchaba música mientras trotaba, y por él se escapaba un murmullo agudo que no logré identificar.

      —Sí, descuida —le contesté—. Es que justo acabo de terminar mi entrenamiento y estaba descansando.

      —Claro, eso pensaba.

      La mujer me dedicó una sonrisa que jamás olvidaré, recuperó su auricular y asintió antes de continuar la carrera. Se alejó de mí en cuestión de segundos en dirección al muelle, pero su mirada de gata, su esbelta figura negra y aquella sonrisa furtiva acompañaron mis pasos, lentos, patéticos y vergonzosos, durante todo el camino de vuelta a casa. Un camino en el que no pude dejar de maldecirme por no haberle preguntado su nombre. Intenté calcular qué posibilidades tenía de volver a verla.

      Pocas.

      CAPÍTULO 16

      ¿Os habéis fijado en qué bonito amanece este mes de octubre? Parece que fue ayer cuando arrancamos el curso y ya cumplimos su tercera semana. ¿Acaso vamos demasiado deprisa? Momento de inaugurar el mes de las brujas con un poco de rock and roll. Aquí Ray Bandira, vuestro DJ residente en el IES Rafael Arozarena, os trae este himno de Queen, una canción con la que es imposible no venirse arriba. Que nadie nos pare, «Don’t stop me now!».

      CAPÍTULO 17

      BLOG PERSONAL DE SERGIO ROMERO. Viernes 5 de octubre. Mañana.

      Siempre había pensado que escribir una novela radicada en la realidad me iba a resultar más sencillo que mis frustrados intentos en el terror, la fantasía o la ciencia ficción. Mi creatividad a veces se estanca más que una de esas pistolas de las ferias que de algún modo siempre acaban fallando. Sin embargo, la redacción de este blog me está costando más de lo esperado. Encontrar algo que merezca la pena contar, en la rutina del día a día, ha acabado resultando más difícil que idearlo como narrador. Sin duda a este blog le falta chispa, y no sé dónde la puedo encontrar.

      Esta mañana he buscado al profesor Santana en el recreo. Le he encontrado en su despacho, tecleando al ordenador a un ritmo frenético. Le pregunté si acaso él sí que había dado con la veta que animara su blog mientras que yo estaba haciendo algo mal o no había acertado con la perspectiva desde la que enfocar mi propio blog. No podía ser tan aburrido.

      —Son capítulos de transición —me dijo—. No debes angustiarte.

      Levanté mucho las cejas y me acomodé en la butaca frente a él.

      —¿También te ha pasado?

      —Claro. Los capítulos de transición son lo peor del mundo, pero escúchame: una narración no puede empezar en alto y mantenerse arriba todo el tiempo, agotarías al lector.

      Yo asentía mientras le escuchaba, tratando de tomar nota mental de todo lo que decía por pura vergüenza de no sacar mis cuadernos y empezar a tomar apuntes.

      —Visto así, tienes razón.

      El profesor me sonrió y se quitó las gafas para limpiarlas. Tenía la mirada cansada de quien duerme poco y lee mucho, y por una parte me alegré de verle de regreso a la escritura.

      —Un hilo argumental es como una cinta métrica. Imagínatelo así, repleto de marcas y de números, parecido al mapa de estaciones de un subterráneo —volvió a colocarse las gafas redondas, tan de Lennon, y dibujó en una hoja en sucio una especie de cremallera numerada—. Quizá los capítulos interesantes sean el tres o el cinco, seguramente tengas previsto un golpe de efecto en el ocho o el diez y por supuesto el quince será la traca que reviente el final de tu novela.

      El profesor rodeó los números que iba nombrando y después giró el papel hacia mí.

      —¿Y los demás?

      —Los demás son capítulos de transición, y son, como mínimo, igual de necesarios, ya que si deseas llegar del capítulo tres al cinco, necesitas un buen cuarto capítulo que haga creíble ese camino, que relaje o que mantenga la tensión, que alivie al lector al tiempo que lo prepara para lo siguiente por venir.

      —¿Entonces no pasa nada si algunos capítulos me quedan sosos o lentos?

      —Te diría que es necesario —me contestó, arrugando el papel y tirándolo a una papelera vestida con una bolsa de plástico azul—. Lo que no quita para que les dediques la misma atención y el mismo esmero que a los capítulos de mayor intensidad emocional. Créeme: si los capítulos o escenas de transición no están a la altura, la novela perderá interés y se derrumbará por sí sola.

      Guardé silencio unos segundos para meditar su explicación y al momento, casi sin querer, alcé la voz y abrí mucho las manos.

      —Pero estoy escribiendo un diario de mi día a día, no intensidad emocional ninguna, todo parece un capítulo de transición enorme.

      El profesor se echó a reír.

      —La idea de este blog es tuya —me contestó—. Deberías tomártelo con más calma.

      —¿Tú también estás escribiéndolo? —le pregunté, aunque sólo fuera por cambiar el sujeto de la conversación. No puedo negar que resultaba estimulante que un escritor consagrado se dejara aconsejar por un chaval atolondrado y sin idea como yo. Tenía que contárselo a mi madre.

      —Empecé el mismo día que hablamos de ello —me respondió con su característico tono calmado y reflexivo. Movió el ratón de su ordenador para desactivar la pantalla en reposo y me mostró las líneas apretadas del editor de textos—. Pero, igual que tú, todavía no he conseguido