Pero la sorpresa llegó tan solo unos metros más hacia delante, hacia uno de los laterales de la hilera de nichos que se extendía, como un gran muro, hacia el sur del camposanto. No le extrañó ver la lápida de Armando Monteliú, sino el hueco libre que había junto a ella, una tumba reservada para, y leyó con gran asombro las letras escritas sobre el cemento, Catalina Prieto.
–Piedrita, piedrita lunar, dime quién es la más bonita del lugar— pregunto nada más despertarme, sentada frente a mi tocador, donde tengo mi piedra. Mi marido Francisco, mi Caudillísimo de España, me la regaló nada más recibirla de manos del director de la NASA, una vez los norteamericanos volvieron de su expedición a la luna. Fue hace mucho, en 1969, si no recuerdo mal. Francisco me dijo tómala, es para ti amor mío, me han asegurado que esta piedra lunar es mágica, mi amor, mi Carmen de mi alma, porque mi Francisco tenía sus efusiones cariñosas, no vayan a creerse, que él también tenía su corazoncito, aunque lo reservara para la intimidad. Me dijo también que cuando muriera la introdujera en su féretro, para que lo enterraran en el Valle de los Caídos con el pedrusco, pero en esto, digo, como pueden comprobar, sí que no le hice caso. Para entonces la piedra lunar llevaba seis años conmigo y me había acostumbrado a hablarle todos los días. Todos, porque confiaba en sus poderes sobrenaturales para darme salud y belleza. Sí, como las brujas de los cuentos para niños, solo que yo poseo una auténtica piedra de la luna. Una piedra lunar para mí sola. Mis amigas del Pacto de las viudas saben que solo yo puedo presumir de tener un objeto extraterrestre, un objeto que el dinero no puede comprar. Cuando Imelda la vio pude comprobar cómo en sus ojos titiló un hilillo de envidia mezclada con asombro. Me la pidió para exponerla un día en el marco incomparable de una de esas multitudinarias exposiciones que monta, pero yo me negué. Le dije que no quería que muchas miradas desgastaran el milagro de mi piedra. Rachele, Lucía, Mirjana y Eva entendieron mis razones a la primera, pero Imelda está cada vez más obsesionada con el Imeldismo, y quiere que todo sea imeldífico. Eva estuvo muy astuta, y le explicó que para que finalmente su corriente artística triunfara, debía dejar que decayera, que la historia la absorbiera, para que, con el transcurrir de los años, un día, volviera a florecer y volviera a ponerse de moda. Le dijo que solo así lograría que el Imeldismo la sobreviviera. Le gustó tanto la idea de Eva que abandonó su insistencia y me dejó tranquila con mi hermosa piedra lunar, que es pequeña, sí, pero que vino de la mismísima luna. Ahora estamos metidas en un ambicioso proyecto para crear la primera colonia humana estable en Marte y, por supuesto, en el contrato se recoge que los astronautas que subvencionamos deberán traernos una piedra marciana para cada una de las viudas del Pacto. De todos modos, yo sé que las piedras marcianas no tendrán el mismo efecto saludable que mi piedra lunar. Lo sé porque la luna es un espejo. Un espejo que se refleja en todos los mares y lagos y ríos de la Tierra. La luna es el espejo que está en el cielo para reflejar la belleza de nuestro planeta. Es por eso que tiene esas propiedades mágicas, extraterrestres. Mis compañeras del Pacto saben que me conservo tan bien gracias a mi piedra, y eso que me he sometido a muchas menos operaciones y trasplantes que ellas, aunque yo ya también tengo todos mis órganos vitales clonados, no vayan a creer que soy una descerebrada y que desaprovecho todos estos avances de la ciencia. Más vale prevenir que curar, que eso siempre lo decía Francisco cuando firmaba encarcelamientos, torturas y fusilamientos más que dudosos. Más vale prevenir… Mi Francisco siempre fue un sabio.
He de confesar, sin embargo, que de mis compañeras del Pacto yo fui la primera en ponerme pechos y vagina nuevas, que para eso digo yo que hemos invertido tanto dinero en propiciar avances médicos y científicos y en cargarnos todas aquellas estúpidas leyes del siglo pasado que prohibían la clonación. Además, junto con Eva y Rachele, yo era la más vieja, la más deteriorada por el tiempo. Quería que los hombres me desearan. Necesitaba ver el deseo en los ojos de algún hombre. Conste que mi Francisco fue siempre un buen marido, pero todo el mundo sabe que era, que era… digamos que un poco flojo. Cumplidor solo a su manera. Hay que entenderlo. Tanta guerra y tanto muerto en sus manos agotarían a cualquiera, que gobernar España siempre ha sido tarea compleja y agotadora. Y mi Francisco cumplió siempre con España, aunque conmigo y en la cama cumpliera un poco menos. Gobernar ahora sí que es fácil. Que nos lo digan a nosotras. Hemos colocado gobiernos en casi todos los países que nos importan y buenos amigos al frente de la economía, que, a fin de cuentas, somos nosotras. Vamos alternando, en función de nuestros intereses, periodos de bonanza con periodos de crisis. Es el único camino que hemos encontrado para salvar a nuestro planeta. Además, había demasiada gente, una espantosa presión demográfica, gente consumiendo, gente contaminando, gente comiéndose las reservas del planeta. Había que poner remedio a todo este desmán. Y por eso en el Pacto decidimos empezar por China. Por eso y porque los chinos, en sí mismos, no nos gustan. Tienen todas esas costumbres diferentes y son tan distintos que no entran por el aro. Según nuestros últimos datos ya los chinos casi no son fértiles. Menos mal. Nuestro tabaco transgénico está funcionando a la perfección. Fue la solución elegida, porque el Gobierno chino es muy fuerte y era demasiado peligroso meterse con ellos. Ahora hay un nuevo equilibrio, aunque no hayan desechado esa prehistórica idea del comunismo. Ellos son así y quizá por eso tienen los ojos rasgados, para mirar siempre desconfiadamente, como de reojo. Ahora nuestra pandemia de infertilidad los está poniendo en su sitio, que el orden es siempre muy bonito y no sobra en ningún lugar.
Decía que me habría encantado que Francisco pudiera verme ahora. Con mi alma intacta, pero con estos pechos hermosos y esta vagina que saliva al instante y que recibe al amante con alegría a veces tan desproporcionada que siento algo de vergüenza. Soy otra, pero soy la misma. Si no lo viera jamás lo habría creído. Nuestros laboratorios de clonación de órganos y nuestros hospitales son verdaderos milagros de la ciencia y la tecnología.
Pero siempre me acuerdo de ti, Paco, enterrado en tu panteón del Valle de los Caídos. Espero que te haya gustado el sistema de calefacción que hice instalar allí solo para que en el invierno no pasaras frío ni te dolieran los huesos. Los dos sabemos que el Escorial es gélido en enero. Aunque tenga esta vida tan nueva, ya ves que no te olvido, y eso a pesar de mis regeneraciones cerebrales anuales. No te he contado, cariño, lo último en medicina, una sustancia química que utiliza como principio el aloe vera y que resulta que ralentiza el envejecimiento del cerebro. La panacea. Tenemos a muchos científicos trabajando en este asunto. Pero, en fin, que no quería hablarte de estas cosas que a ti ya ni te van ni te vienen sino excusarme un poco por no ponerte la piedra lunar en la tumba. Compréndeme. Y también quería darte las gracias por haber sido tu esposa. Fui feliz, aunque ahora lo sea más. Mucho más. Además, si no hubiera sido tu esposa jamás habría podido formar parte del Pacto de las viudas, así que, si necesitas algo, házmelo saber. Y por favor, no me recrimines que no visite tu tumba asiduamente. Ya sabes que hace mucho tiempo que no resido en España ni que me paso por Galicia, que allí siempre llueve y está ese tiempo gris ceniciento. Me da pereza volar desde Nueva York a Madrid, cada vez más, y eso a pesar de que nuestros aviones tardan menos de tres horas. Ahora estamos intentando que los nuevos reactores contaminen menos, porque no sé si sabes que el agujero de ozono no ha parado de crecer. Por cierto, voy a dejarte ya, voy a llamar a Eva para saber cuándo es la próxima reunión del Pacto. Será un cónclave importantísimo, porque nos van a actualizar la información sobre la construcción de Villa Viudas, al sur de Marte. En estos momentos es lo que más nos tiene preocupadas. Hay que darse prisa, porque, aunque hemos ralentizado la inexorable destrucción de la Tierra, los estragos del cambio climático y la lluvia ácida son irreversibles. Lentos, pero irreversibles. Adiós Francisco, quiero decir, hasta pronto, no me entiendas mal. Y piensa en mí de vez en cuando, que ahora tienes todo el tiempo del mundo, piensa en tu Carmen, querido. Bueno, ahora tengo que dejarte, que ya llegó mi helicóptero.
Danilo Porter se atragantó con la sorpresa, allí, en medio del cementerio de Rijalbo, contemplando la futura tumba de Catalina Prieto, la mujer con la que había hablado hace unos días. De pronto se sorprendió pensando en fantasmas.
El viento empezó a soplar con más fuerza, repentino. Vio, a lo lejos, el mar. Un mar que hasta hace un momento era solo azul, un azul solo hasta donde alcanzaba la vista, pero que ahora se teñía con las letras blancas que le escribía en el lomo la súbita ventolera. Corrió hacia el coche para buscar