Al día siguiente Elsie estuvo a las 07:30 horas en punto en el comedor para desayunar con Joan. Luego ella le indicó la esquina donde paraba el bus cada cuarto de hora, el que la depositaría de regreso en el mismo sitio. En cuanto al arribo al centro de la ciudad, había estudiado en el primitivo mapa que le había confeccionado su hermano la ruta para dirigirse desde el paradero final hasta su trabajo. Hizo el camino de ida sin novedad alguna y llegó a sus nuevas actividades a la hora que se le había indicado. Fue recibida por la jefa de costura, quien le asignó un lugar dentro del taller interior que tenía la tienda y le mostró el vestido sobre el cual quería que trabajara, dándole las indicaciones del caso. Elsie entendió sin problemas las instrucciones que se le habían dado y puso manos a la obra. Al poco rato llegó la dueña, quien se dirigió al lugar donde laboraba y le dio la bienvenida. Elsie pensó que ya todo estaba en su sitio y que se había subido a ese nuevo tren con mucha mayor facilidad de lo que ella había esperado, por lo que se comprometió consigo misma a escribirle esa misma noche otra carta a su madre dándole detalles. Pensó que la escritura no solo le haría bien a Mary, sino que le daría gozo a ella misma pues el solo hecho de estampar en un papel la orientación positiva que habían tomado las cosas le produciría una gran satisfacción personal. Pasado el mediodía, junto a las otras personas que laboraban en el taller, se dirigió a un lugar cercano donde se podía almorzar bien y a un precio razonable.
Al terminar ese primer día, Mrs. Lange la citó a su oficina para consultarle qué le había parecido su nueva experiencia laboral. Elsie le respondió que todo había sido muy grato, que el trabajo que se le había confiado constituía un buen desafío para ella, que sus compañeras la habían recibido en forma afectuosa y que estaba muy agradecida por la oportunidad que le había dado. La dueña del negocio le contestó que ella pensaba que todo iría bien y que si tenía cualquier dificultad no dudara en consultarla, pues comprendía la incertidumbre que le provocaba ese abrupto cambio de vida. Antes de despedirse le recordó que los días domingos eran días laborables, pero que le otorgaba la dispensa necesaria para que fuera a la iglesia a los oficios de la mañana y luego podía participar brevemente en la reunión social que se organizaba en el salón parroquial. Esto último resultó una sorpresa inesperada y grata, y se dijo para sí que no le adelantaría nada a su hermano con el objeto de darle una sorpresa el domingo próximo, lo que efectivamente acaeció. Cuando Daniel vio a su hermana en el oficio temió lo peor, imaginando que había sido despedida y que por ello estaba allí. De inmediato se sentó a su lado y en voz baja le consultó:
–¿Qué ha pasado? ¿Qué has hecho mal?
Ella, con la mejor de sus sonrisas, le contó lo que había pasado y que además participaría en el acto social posterior, recalcándole que todo eso no había sido petición suya, sino iniciativa de la dueña del negocio, por lo cual no tenía nada que reprocharle. Daniel le tomó la mano y se la apretó con fuerza en una señal tácita de cariño. Es decir, Elsie quedó oficialmente incorporada a la iglesia y allí tendría al menos un esparcimiento semanal y un lugar donde conocer gente local.
Al finalizar su tercer año, Daniel nuevamente fue aprobado con excelentes calificaciones y otra vez logró el segundo lugar de su clase, hecho que, si bien no produjo sorpresa, consiguió que todos los que lo conocían nuevamente lo felicitaran cálidamente, lo que fue especialmente notorio de parte de Elizabeth y sus padres. El almuerzo dominguero posterior a la entrega de notas fue óptimo y hubo un despliegue de palabras afectuosas que el muchacho valoró en todo lo que ellas significaban. En cuanto a su actividad veraniega, el mismo día que terminó las clases se fue al local de Mr. Lodge, quien lo estaba esperando. La verdad de los hechos es que el hombre de negocios había pensado varias veces en la alternativa de que Daniel se quedara a trabajar para siempre con él, pues si bien su hijo era un tipo decente y laborioso, este muchacho era de una seriedad, inteligencia y sentido de la responsabilidad poco habituales, y podría convertirse en una especie de socio-asesor que su hijo necesitaría tener cerca al instante en que tuviera que hacerse cargo del establecimiento. Imaginaba que una sociedad entre Daniel y Albert le daría un nuevo impulso a su actividad y podría ser una especie de empujón de modernidad que él ya no estaba en condiciones de intentar. Pero conocía perfectamente los planes de Daniel, por lo cual ni siquiera mencionó el asunto. Pero en lo inmediato se comprometió para sus adentros en que al final de ese verano le expresaría a Daniel lo que realmente pensaba de él y le agradecería por su conducta y trabajo, y como muestra de reconocimiento le daría una suma de dinero importante a título de gratificación final que fuera demostrativa en forma práctica del afecto que se le había creado por ese chiquillo. Este, por su parte, empezó a preparar desde el momento mismo en que terminó su tercer año todos los papeles y antecedentes que se requerirían para postular a una de las becas que otorgaba el Instituto Minero, postulación que debía entregar a la mitad de su cuarto año. Por otra parte, debía recordar a Charlie su compromiso de ayudarlo, para lo cual le escribió una carta a la que el religioso respondió dándole la seguridad que honraría su oferta. Sabía, asimismo, que debía usar en su favor la autoridad que Eric tenía en la ciudad y el prestigio del padre de Elizabeth, quien como eminente médico gozaba del reconocimiento de las elites de la región y le había ofrecido su ayuda. Pero, cavilaba, los antecedentes definitivos para el otorgamiento de la beca se relacionan con su desempeño escolar, por lo que se prometió asimismo que ese último año sería mejor que los otros.
En cuanto a su relación con Elizabeth, su corazón estaba dulcemente lleno, pues cada día la quería y la admiraba más. Se sentía absolutamente enamorado de ella y se percataba de que la niña correspondía sus sentimientos en cantidad e intensidad. Los encuentros de los domingos en casa de sus padres después de almuerzo eran esperados por Daniel durante toda la semana. Los dejaban solos en el salón, sin perturbarlos, y muchas veces incluso salían en la tarde fuera de la casa, dejándolos tranquilamente sentados en un cómodo sofá. La madre no decía nada, pero aquello no era muy de su agrado. Dicha soledad, lógicamente, daba paso a que poco a poco se fueran incrementando las muestras de cariño recíprocas y los besos y caricias eran cada domingo más apasionados y expresivos. Se daban cuenta de que habían avanzado muy lejos en sus caricias y que la totalidad del cuerpo de uno, no era ajeno al conocimiento del otro. Él normalmente desabrochaba su sostén, lo que hacía que sus senos quedaran libres, para que él los acariciara, besándolos y chupándolos suavemente, lo que a ella le satisfacía a plenitud y hacía que salieran de su boca expresiones que denotaban la intensidad del gozo. Daniel notó que si aplicaba un poco de presión con sus dientes sobre esos pezones, eso le creaba a Elizabeth una sensación especialísima