–Muerto, naturalmente –respondió sin vacilar–. Los vivos no nos importan ahora. No estamos hablando de ellos.
Me sobrepuse con rapidez. Al fin y al cabo, los difuntos eran protagonistas habituales de nuestras conversaciones.
–Bueno, ya sabes que sueño con ellos a menudo –me detuve sopesando qué debía añadir.
–¿Con tu abuela Úrsula, también? –preguntó con gesto inocente.
Una vez más fue a dar directamente en la diana. Maritxu conocía todos los detalles del mensaje que recibí de mi abuela. Lo había dejado claro en todas sus apariciones. “La protegida ha nacido en mi rama”, había dicho. La “protegida” era yo. Y siendo yo una rama de su árbol genealógico estaba destinada a salvarlo metafísicamente. Un destino demencial que, sin embargo, había terminado por comprender y aceptar.
–No, precisamente con mi abuela, no. Que es lo más extraño de todo.
Maritxu miró hacia el balcón como si pudiese observar a través de las cortinas el movimiento de la calle.
–De todas formas, tienes que estar muy segura de lo que vas a hacer... de lo contrario, no lo hagas –después se volvió–. Debes pedirle permiso a ella.
Sentí un ligero estremecimiento. Una cosa es hablar de muertos, y otra muy distinta hablar con ellos.
–Pero Maritxu, es que no viene, yo le llamo, pero no aparece. No entiendo que me reconozca como “la elegida” y luego me deje colgada. Necesito que me explique, que me asesore, que me dé instrucciones de lo que debo o lo que no debo hacer.
Respiró hondo, ya tenía preparado su diagnóstico.
–Entonces quizás debas plantearte aparcar el tema de momento.
Sabía que era muy sutil, pero no esperaba esa respuesta, no podía disimular mi contrariedad.
–Es que mañana mismo tengo una cita con...
No pude terminar la frase.
–Ella aparecerá –dijo.
Me quedé en silencio, pensativa. Maritxu movió la cabeza con cierto disgusto.
–Sé que no vas a hacerme caso. Pero ten cuidado. Tienes que estar siempre preparada para dejarlo todo.
No pude evitar un sobresalto.
–¿Qué es dejarlo todo?
Afortunadamente apareció su sonrisa.
–No seas dramática. Quiero decir abandonar el proyecto en el momento que las cosas se pongan mal.
Aquello tampoco era muy tranquilizador.
–¿Pero tú crees que se pueden poner mal?
Asintió moviendo la cabeza enérgicamente.
–Es posible –dijo– tienes que estar preparada.
Llegado ese punto me sentía totalmente desbordada por la situación.
–¡Por favor, Maritxu! Dime algo más concreto.
Apretó los labios con un gesto indiferente.
–No, no tengo nada que decirte. Ya lo descubrirás tú misma. Quizás es la experiencia que debas vivir.
Respiré algo aliviada. Era un resquicio, una salida de emergencia que me permitía continuar con un proyecto que llevaba tanto tiempo madurando. No respondí de inmediato, por eso ella continuó.
–¿Cuál es tu cita de mañana?
Agradecí su pregunta. Creí que era su manera de dar por terminada una secuencia tensa y poco agradable. Pero me equivocaba.
–Con Demetrio Araquistain, un fraile dominico que tiene en su poder un documento que relata la vida del padre de mi abuelo en Filipinas.
–¡Ah! ¿Un fraile?
–Sí. Me espera en Aránzazu. ¿Te extraña?
–¿Qué documento? ¿Un diario?
–Sí, algo así. A mi bisabuelo Cecilio Asparren le llamaban el Moro, vivió una experiencia horrible con una niña prostituta.
–Sí, una niña asesina. Recuerdo que me lo contaste –sacudió la cabeza–. Terrible –añadió–. Son historias que no ocurren por azar.
–¿Y qué tengo yo que ver con todo eso?
Maritxu se levantó y caminó hasta el centro de la habitación. No iba a responder a mi pregunta.
–Mira, acércate. Quería enseñarte ese espejo. Pero sobre todo recuerda lo que te voy a decir –me tomó de la mano. El tacto de su piel era suave y deslizante–. Los muertos no vienen porque tú les llames. Si tu abuela tiene que venir, vendrá. No les tengas miedo, o al menos no se lo muestres. Ellos no son “más” que tú porque estén muertos.
–Creo que lo entiendo. Por lo menos he aceptado que los espíritus existen, que se manifiestan, que pueden volver y avisarnos del futuro que nos espera...
Me observaba con una cierta impaciencia, como si esperase algo más de mí.
–Así es, aunque ya te ha costado creerlo.
–Sí –respondí cabizbaja– ¿puedo contarte algo muy raro que me ocurre a menudo?
Como otras veces, hizo revolotear sus manos en el aire.
–Claro que sí, a ver con qué me sorprendes esta vez.
No era necesario, pero le miré directamente a los ojos para que no dudara de mis palabras.
–Precisamente tiene que ver con los espejos. Qué casualidad que me hayas mostrado el tuyo.
–Las casualidades no existen.
–Tienes razón. Verás... No sé exactamente desde cuándo, pero muchas veces al mirarme en el espejo, se proyecta a mi lado el reflejo desvaído, no nítido –precisé– de una niña. Es una niña pequeña de unos tres o cuatro años, me observa en silencio y se queda pegada a mí. Entonces cierro los ojos y le digo: “¡Vete, vete!”. A los pocos segundos se va sin decir nada... desaparece.
Maritxu suspiró.
–No tienes que decirle que se vaya. Al contrario, debes consolarla... Es una proyección mental de tu psique. Esa niña eres tú misma de pequeña –volvió a hacer revolotear sus manos–. Hay muchos recuerdos y vivencias de tu infancia que necesitas asumir y recuperar. De eso es de lo que tendrías que escribir. Esa memoria del pasado que tu cerebro rechaza, es una fisura que “los aparecidos” utilizan para corporeizarse. No solo los que tú esperas o deseas, sino los indeseados también.
Me sentí humillada.
–Estoy preparada, Maritxu. No creas que les tengo miedo... digamos que solo respeto.
Me miró como si penetrara en mi mente.
–¿Estás segura?
Era una pregunta inquietante, pero mantuve su mirada. Solo existía una posible respuesta.
–Sí –dije sin darme tiempo a reflexionar.
Caminó unos pasos con una sonrisa en la comisura de los labios.
–Muy bien. Quiero enseñarte algo.
Sabía perfectamente que iba a ponerme una prueba, tal vez difícil de superar...
–¿Voy contigo?
Asintió indicándome con un gesto.
La seguí en silencio hasta la pequeña salita junto a la entrada donde ella recibía habitualmente.
–¿Has visto el nuevo tarot que me ha hecho Fournier? –dijo para diluir la tensión que flotaba en el aire.
–No, no lo he visto.