Como consecuencia de esta defectuosa alimentación la nutrición general ha de resentirse á causa de la composición de una sangre pobre de elementos nutritivos, y todas las funciones orgánicas han de ser influidas desfavorablemente por este concepto.
Perturbada la nutrición, han de faltar necesariamente las energías musculares sanas, fisiológicas, que obligadas á producirse, lo hacen con debilidad ó si se llenan debidamente es á beneficio de agentes, de acción transitoria mal sana á la larga que sustituyen el defecto nutritivo.
Como quiera que al estómago se le impone bajo un régimen pobre un trabajo muy considerable, claro es que la fatiga del órgano sobreviene y con ella la necesidad tan sentida entre los jíbaros del uso de estimulantes, que al cabo determinan en la cavidad estomacal estados patológicos de que luego hablaremos.
Esto mismo, añadido á la influencia climatológica, dá lugar á las irregularidades en la función intestinal, función perezosa siempre, principalmente en las mujeres.
El hígado, el bazo y el páncreas, modifican su modo de funcionar. La sangre, por su calidad, afecta frecuentemente al músculo cardiaco; ésta importante víscera funciona mal, disminuyendo su fuerza y aumentando la frecuencia de sus contracciones, aminorándose la velocidad de la corriente sanguínea y la presión del líquido vital.
La función respiratoria, gracias á la gran cantidad de aire oxijenado que respira de ordinario el campesino, se verifica bien.
Los órganos de los sentidos no ofrecen particularidad digna de mencionarse.
Por lo que respecta á la función cerebral nos limitaremos á apreciarla con Gratiolet "por sus manifestaciones," de las que trataremos en lugar oportuno.
En cuanto á la función catamenial, siendo un hecho conocido que en la raza de color el flujo menstrual se presenta más temprano, debemos añadir que entre las campesinas es siempre temprana la época de de la aparición de aquél, tanto por la influencia del clima, cuanto por otras causas del órden moral que apuntaremos oportunamente.
La actividad genital y la fecundidad son notables en el grupo rural; entre ellos el número de hijos llega á veces á ser considerable; la esterilidad puede asegurarse que es una bien rara excepción en el campo.
La secreción láctea es abundante en las madres, si bien la leche se resiente de exceso de agua.
La duración de la vida no podemos fijarla; el Registro Civil, establecido hace poco más de un año, lucha aún con las dificultades de su instalación y los obstáculos propios del esparcimiento en que viven los campesinos. En los registros parroquiales los datos referentes á las edades no merecen entera confianza para justipreciar la vida media del campesino. Puede asegurarse, sin embargo, que el jíbaro que vive en regulares condiciones, llega á la vejez, y es un hecho evidente que su ancianidad es ménos achacosa, más fuerte de lo que podía esperarse.
Confírmase en Puerto Rico lo que ya ha sido sentado por los antropologistas, y es que la vida media en todas partes y para todas las razas es poco más ó ménos igual.
CONDICIONES PATOLÓGICAS.
Entre las diversas enfermedades que el hombre puede contraer, ¿hay algunas que sean exclusivas al campesino? No ciertamente; pero es innegable que el grupo rural se encuentra sometido á influencias distintas de las del grupo urbano, y por lo tanto sus aptitudes morbosas han de ser diferentes. El hombre, en general, es apto para contraer cualquier dolencia. Por lo que tiene de uniforme el organismo humano, ó mejor dicho, de idéntico en lo fundamental, en toda la especie, la morbosidad afecta por igual á todos los indivíduos; pero por cuanto cada persona, sin dejar de ser en lo fundamental idéntica á su congénere, es, no obstante, diferente en lo accidental, así como en cada familia existen rasgos diferenciales, y en las razas caractéres especiales que las distinguen entre sí, las condiciones de morbosidad son variables para el indivíduo, la familia y la raza.
Todos los antropologistas convienen en que ciertas razas están más predispuestas que otras á adquirir un estado morboso dado; y que indivíduos de la misma raza adquieren aptitudes que les hacen indemnes para ciertas enfermedades á que otros pagan tributo. Sin ir más lejos, todo el mundo sabe que la edad es bastante para modificar las aptitudes patológicas; no se padecen en la infancia, las enfermedades que en la edad adulta y en la vejez; en cuanto al sexo, las diferencias morbosas son aún más notables.
Pero de todas las causas capaces de ocasionar aptitudes distintas para adquirir las enfermedades, ninguna tan digna de atención como el medio, que si es acción modificadora importante, también puede constituir un elemento perturbador del organismo.
Sabido es que la ciencia mesológica es de gran importancia en la Sociología; pero no lo es ménos cuando se trata de patología humana; la Geografía médica, por ejemplo, estudiando la influencia morbosa ejercida por los agentes meteorológicos sobre el hombre, la influencia del clima, etc., nos dá la clave de muchos hechos que observamos.
El hombre no puede llamarse cosmopolita, en el sentido de poder habitar impunemente para su salud este ó aquel lugar del globo; es sabido que el negro no prospera sacándole de los trópicos, y si hemos de atenernos á las observaciones de los higienistas americanos, si por acaso resiste físicamente al frio, es en menoscabo de su inteligencia; en la provincia de Maine parece que se encuentra 1 loco por cada 14 negros; estadística horriblemente dolorosa, que demuestra que en las regiones del Norte no puede prosperar esta raza.
Las mismas enfermedades tienen sus estaciones y hasta sus países; algunas no salen de ciertos límites, como, por ejemplo, la fiebre amarilla que no se ha observado más allá de los 928 metros de altura, ni el cretinismo á más de 1000 metros. Otras no se conocen en algunas regiones. El paludismo, por ejemplo, tan común en nuestra Isla, no se encuentra en el cabo de Nueva Esperanza.
Las mismas relaciones mútuas de los hombres entre sí, modifican la patología de una región, y en este particular conviene señalar el hecho de la desastrosa influencia que ejerce la raza blanca sobre las razas inferiores cuyo país invade. Todo el que se dedique á estudiar estas cuestiones de patología étnica, sabe que en las islas Sandwich, en Nueva Zelandia, en las Marquesas, en toda la Polinesia, tanto en la oriental como en la occidental, la presencia del europeo ha sido seguida de una despoblación notablemente rápida, hecho que nos hace recordar la cuestión del número de habitantes que, según los primitivos historiadores, tenía Puerto Rico en la época del descubrimiento. Posible es que existiese aquí tan crecido número de indígenas, y fundamos nuestra creencia en los ejemplos análogos que nos ofrece la historia contemporánea.
El capitán Cook en 1778 encontró en la Nueva Zelandia 400.000 maorís; el año 1858 no quedaban sino 56.049; Porter en 1813 encontró 19.000 guerreros en las Marquesas, y en 1858 M. Jouan sólo halló 2.500; Forster calcula en 20.000 almas la población de Taïti, y en 1857 la estadística oficial sólo arroja 7.212. Estas elocuentes cifras de hechos ocurridos en nuestros dias dan apoyo á dicha opinión.
Puerto Rico pudo ser despoblado en tan poco tiempo, no obstante ser numerosísima su población indígena. Ya ántes hemos enumerado rápidamente multitud de causas que lo explican; pero además de ellas existe esa extraña influencia de que hablamos, ejercida por la raza blanca, influencia que se traduce por una mayor mortalidad y por el descenso de la natalidad que llevan al aniquilamiento la raza inferior.
Despréndese de todo cuanto llevamos dicho, que la morbosidad en la especie humana es variable según numerosas causas; por lo que se refiere al campesino borinqueño nos habremos de ocupar de las entidades morbosas que lo afectan actualmente desde la niñez, consagrándole atención preferente á las que de un modo general actúan sobre el total del grupo que estudiamos.
Hay en esta cuestión involucrada otra