¿CÓMO PODEMOS COMENZAR SI AÚN NO TENEMOS UNA IDEA CLARA?
A VECES ME comentan: «Me encantaría escribir, pero no sé sobre qué…» «Tengo el tema, pero no sé cómo enfocarlo…» Incluso me han dicho: «Tengo tantas ganas de escribir y tantas ideas que no sé cual elegir primero».
Es normal que al principio nos parezca un mundo todo lo relacionado con la escritura. Si, además, es la primera vez que nos lo proponemos en serio, nos asaltan muchas dudas y podemos bloquearnos. Hablo en plural porque, al principio, yo compartí muchas de esas dudas y recuerdo que, cuando por fin me decidí a escribir, me empujaba más la ilusión de ver qué salía de allí que la certeza de poder hacerlo. Ahora, cuando en los cursos o en las conversaciones con amigos sale este tema, les propongo un sencillo ejercicio, potente, pero divertido: la tormenta de ideas.
LA TORMENTA DE IDEAS
La tormenta de ideas —también conocida como «lluvia de ideas» o brainstorm— es un recurso muy utilizado para proyectar las opciones y posibilidades con las que podemos contar. Resulta un magnífico medio para clarificar y priorizar, incluso para ordenar y descubrir nuestras ilusiones y deseos más recónditos. Puedes encontrarte con sorpresas como ideas que no se te hubieran ocurrido de otra forma.
Es un recurso que utilizo siempre que quiero conocer algo más de lo que, de forma consciente, me viene a la mente sobre algo concreto. Sirve prácticamente para todo. En cuanto a la escritura, es un medio sencillo de elegir temas sobre los que escribir, personajes, tipo de escenas, situaciones en los que queremos ver desenvolverse al protagonista, posibles localizaciones… o elegir qué es lo más que nos incentiva en ese momento para comenzar por ello.
¿Cuál es su secreto? Con frecuencia, nuestra mente se encuentra llena de cosas por hacer, responsabilidades, fechas límites, compromisos, tareas pendientes, horarios y plazos… todo mezclado. Nuestro «pequeño gran ordenador» no tiene inconveniente en introducir datos y datos, pero es posible que, entre tanta maraña, nuestro fiel archivador —¿recuerdas a nuestro diminuto amiguito?— se pierda buscando las mejores opciones a nuestras peticiones.
Recordemos que solemos tener una media de unos setenta y cinco mil pensamientos diarios, muchos de los cuales se repiten día tras día. Tras esa vorágine de actividad en la que todo se mezcla, buscar claridad para saber cómo actuar, con diversidad de opciones y variantes, e intentar decidirnos puede resultar agotador.
Nuestra mente automáticamente descarta las variables que nos resultan ridículas, contradictorias, fuera de contexto o que creemos imposible. Lo hace casi de forma inconsciente para nosotros. Nuestro juicio lógico a veces juega en nuestra contra pues, aunque nos ayuda a elegir lo que es viable o consecuente, no siempre escoge lo que nos gustaría.
Un recurso tan increíblemente poderoso y maravilloso en su función, en este caso nos limita, la mayoría de las veces con la intención de protegernos. Bloqueamos sin darnos cuenta aquello que para nosotros no es importante en ese momento, nos resulta excesivamente doloroso o subyugamos al prisma de nuestras creencias y criterios nuestro objetivo, hasta donde podemos y queremos llegar.
Sin embargo, nuestro cuerpo y nuestras emociones, que sí se conectan directamente con nuestro subconsciente, nos delatan: nos enfermamos, estamos incómodos, sentimos que nos falta algo… Las incongruencias entre lo que hacemos y lo que deseamos realmente se expresan con infelicidades.
Aquí es donde entraría en juego este ejercicio, fácil y rápido, para conocer aquellos elementos sobre los que nuestro subconsciente nos quiere hablar y que la mente consciente intenta enjuiciar. Debemos ser conscientes de que nuestros pensamientos no paran jamás, así que no podemos pretender conseguirlo a bocajarro. La tormenta de ideas nos ayuda a desbloquear estos límites. Entretiene a nuestra mente consciente con una tarea, dejando así libre al subconsciente y a tus pensamientos. Dejarte llevar por aquello que primero te viene a la mente, asociándolo libremente, ayudará a mantener los canales de imaginación activos, a que sean más fluidos y a agilizar el proceso de escribir.
Su mecanismo es muy sencillo:
Ponemos como título el asunto sobre lo que queremos tratar —la tarea consciente— y, durante un momento determinado —un minuto o dos, no más, pues entonces saltaría nuestra parte consciente—, dejamos fluir todas las ideas que nos pasen por nuestra mente: las «pescamos» tan rápido como surgen, sin enjuiciarlas, reprimirlas, valorarlas o etiquetarlas.
Las vamos escribiendo, todas ellas, por muy disparatadas que parezcan —vía libre para el subconsciente—, y es seguro que nos llevaremos alguna sorpresa.
Una vez acabado el tiempo fijado, podemos leerlas y enumerarlas según el criterio que pongamos. Esto tiene relación con la mente divergente.
La mente divergente es aquella que permite, a partir de un elemento concreto, disparar muchas ideas al respecto. De esta forma, expandimos todas las posibilidades a realizar y observar sobre ese elemento.
Su contrario es la mente convergente. Es la que nos permite, a raíz de varias opciones, concretar y organizar todas las posibilidades en un punto común a trabajar o en una serie de prioridades a concretar.
Nuestros pensamientos van muy deprisa, más de lo que somos capaces de imaginar. Es frecuente que un simple cambio de humor se produzca, radicalmente, por un pensamiento que se ha cruzado en nuestro camino de forma fugaz. Si nos proponemos liberar nuestra mente por unos instantes y anotamos rápidamente todo aquello que nos viene a ella, sin juzgar, ni elegir, podemos obtener un amplio espectro de ideas: algunas bastantes alocadas, otras certeras y otras… ¡sorprendentes!
Entre ellas, habrán algunas que son verdaderos destellos de luz. Son ideas mágicas, objetivos deseados que están ahí, a la espera de la oportunidad para ser atendidos.
Lo bueno de la tormenta es que puede utilizarse con todo. Incluso realizarlo sin un motivo fijado —pues resulta un descanso, mentalmente hablando— alivia nuestros pensamientos. Además, es una estupenda ocasión de conectar directamente con nuestra «mente madre»: el subconsciente.
EL MAPA MENTAL
Otra forma de ver con claridad los objetivos es utilizando los mapas mentales. Constituyen un método de análisis sencillo que permiten utilizar al máximo las capacidades de la mente pues ofrecen una forma de desplegar, organizar y planificar la información, fácil, cómoda y divertida. El creador de esta idea es Tony Buzan, autor del best seller El libro de los mapas Mentales y Usted es más inteligente de lo que cree.
Resultan muy útiles para lograr un esquema breve y conciso de nuestro objetivo: por ejemplo, desarrollar un argumento, buscar personajes relacionados, seleccionar escenas o encontrar una planificación para un relato. A veces lo he utilizado para enlazar sinónimos y antónimos de una palabra. Aunque suelen hacerse con colores —más bien vivos y llamativos—, tienen un aspecto similar a esta imagen de abajo:
Desde una idea central elegida, vamos conectando diversos brazos, ramificaciones que nos llevan a diferentes ideas. A su vez, podemos diversificar estos en otras tantas ramas para especificar aún más, como elementos propios de cada una de ellas. Podemos incluso utilizar varios colores, diversas formas geométricas, líneas de diverso grosor…
Es más efectivo si ponemos en mayúsculas las palabras claves y en minúsculas el resto, y también si utilizamos curvas en lugar de rectas.
Esto ofrece una gran libertad de creación. Se forma así una especie de árbol en el que cada parte está directamente relacionada con el objetivo central, y al mismo tiempo, con sus particularidades específicas; un árbol que nos da una imagen clara y rápida de nuestro proyecto en conjunto.
Los mapas mentales sirven para todo: desde planificar un proyecto hasta proponer una lista de la compra; desde organizar una clase o un evento hasta esquematizar