Antología portorriqueña: Prosa y verso. Manuel Fernández Juncos. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Manuel Fernández Juncos
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Языкознание
Год издания: 0
isbn: 4057664149435
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de este agente de malos negocios se me presentó un maestro de escuela, que venía á quejarse del Alcalde y del Ayuntamiento. Á este infeliz cargado de familia le debían ocho meses de sueldo. Al principio encontró quien le prestara dinero al tres por ciento de interés mensual; pasado algún tiempo, otro sujeto se lo facilitó al de un real al mes por cada peso, y últimamente á ningún precio se lo querían dar. Acosado por el hambre fué á ver al Alcalde, y éste, que llevaba cobrados hasta el día todos sus sueldos, le contestó, como otras veces: "No hay dinero: veremos si se cobra algo."

      —Lo que aquí no hay es justicia, y lo que se cobra es para pagar á otros y no á mí; replicó desesperado el mísero profesor.

      Por esta contestación le suspendieron de empleo y sueldo, y se le formó causa por desacato á la Autoridad.

      Esta vez, por más que escudriñaba en el interior de aquel hombre, nada vi que no estuviera de acuerdo con sus palabras, y se quedaba corto al hacer relación de las miserias y humillaciones que había sufrido. Debía á la caridad de una buena alma la pequeña suma que necesitó para venir á la Capital, y temía que, cuando me hablaba, estuviera espirando uno de sus hijos pequeños, que había dejado enfermo. Desde que salió de mi despacho el maestro no pude estar tranquilo, y no hacía más que discurrir sobre el castigo que iba á aplicar al Alcalde.

      Recibí después hombres importantes que todo lo enredaban: empresarios de obras que pretendían hacer la felicidad del país enriqueciéndolo, después de enriquecerse ellos: Abastecedores de carne que iban á facilitar este artículo casi de balde á los pueblos, después de haber comprado las reses á los criadores en un cincuenta por ciento menos de su valor, y haber duplicado éste al vender la carne: Contratistas de alumbrado que nunca alumbraba: defensores, sin peligro, de la Religión, de la Justicia ó de la Caridad, con su correspondiente tanto por ciento de ganancia: protectores de Alcaldes, de viudas honestas, de huérfanas jóvenes y bonitas, de maestras completas é incompletas, de padres y madres con hijos y sin ellos.

      Tantos y tan variados tipos recibí, que no me es posible recordarlos, y aburrido ya, iba á retirarme á descansar, cuando llegó la hora del despacho.

      —Gracias á Dios,—pensé. Ahora sí que voy á hacer algo provechoso.

      El empleado que venía á la firma entró con una carga de mamotretos capaz de asustar á cualquiera, y mucho más al que acababa de pasar una gran parte del día de un modo tan poco divertido.

      —Antes que otra cosa, le dije, deseo ver el expediente formado al profesor de instrucción primaria del pueblo de.... F.

      —Aquí está..

      —¿Por qué se le encausa, y qué resulta?

      —Ese maestro se presentó reclamando el importe de algunos sueldos que le adeudan los fondos municipales. El Alcalde le contestó que no había dinero en caja; que cuando se cobrara se repartiría, como otras veces, entre unos cuantos (aludía á la Autoridad) la cantidad que ingresara en los fondos, y amenazó al Alcalde con que se quejaría al Gobernador. Todo esto pasó en presencia de testigos que son: el secretario, el escribiente y el depositario de fondos municipales.

      El informe del Alcalde presenta al sumariado como falto de respeto á la Autoridad, díscolo y de mala conducta. Debo añadir también que el Señor N. N., por cuyo conducto recibí esta mañana el expediente, confirma cuanto dice el Alcalde.

      —¡Basta! dije encolerizado, pegando fuertemente con la mano sobre la mesa; basta de....

      —Cándido: ¡por Dios! ¿te has vuelto loco?

      Era mi pobre mujer, que gritaba asustada, porque había recibido en el hombro el puñetazo que, soñando, creía yo haber dado en la mesa del General. Con unos paños de árnica, y más aun con la risa que le produjo la relación de mi sueño, se le pasó pronto el dolor; pero no las ganas de reir, y rie á menudo y me pregunta si todavía deseo ser Capitán General.

      —Y vd. le dije, ¿qué responde á esa pregunta, y qué piensa de su sueño?

      —Á la pregunta de mi mujer nada contesté. Nos reimos á duo, y pare vd. de contar. En cuanto á lo demás, le confieso que me sucede lo mismo que cuando sueño que se me ha muerto un hijo. Veo, cuando despierto, que todo es falso, que mi hijo vive y está bueno; pero siento dolor al recordar que le vi amortajado. Del mismo modo me aflige el recordar lo que vi, por más que fuera soñando, y no me parece cosa tan fácil el gobernar pueblos, mientras los gobernantes no tengan el don de leer en el interior y saber de este modo lo que piensa cada uno.

      —Tiene vd. razón, compadre: el gobernar debe de ser cosa muy difícil, é imposible el hacerlo bien al que carece de ciertas condiciones. El don de leer en el interior de los hombres se alcanza con el hábito de manejar negocios, y sólo en sueños se adquiere de repente. La honradez, la rectitud de miras, la ilustración suficiente, la firmeza, la prudencia y la abnegación que libran del maléfico influjo de las pasiones, son cualidades, naturales ó adquiridas, que necesita tener el gobernante.

      Eso es lo que yo pienso. No hay que envidiar al que manda, porque, teniendo conciencia, debe sufrir mucho y á menudo. Es preferible á gobernar y no hacerlo bien, ser el último de los gobernados.

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