Risd. ¡Oh señor Nava, vuestra merced es y así desconoce á sus servidores!
Alg. ¡Oh señor Risdeño, y á tal hora por aquí!
Risd. Señor, salimos á pasear un poco yo y mis compañeros por coger el aire.
Alg. Bien me paresce, mas ¿quién era el que huyó denántes?
Risd. Escalion, el criado de Flerinardo, que, como tiene tantos enemigos, no fiándose en nosotros, quiso acogerse á sus piés.
Alg. No me habien dicho eso á mí dél, pero cosas son que acontescen; vos, señor Risdeño, ¿tenés necesidad de nosotros?
Risd. Yo tengo de serviros, señor.
Alg. Pues á Dios, caballeros.
Risd. Con él vayais, señores.
Esc. ¡Ay, ay, desdichado, que cerca vienen, muerto soy! ¡Jesus, Jesus, confision! ¡oh, qué cortado voy, válame Dios, de la muerte! de cierto en los piés no me puedo tener, la muerte tengo ya tragada. ¡Oh desdichado de tí, Escalion, á qué te ha traido tu ventura! quiérome arrojar en esta mazmorra que aquí está abierta, pues ya mis piernas no tienen poder para más huir. Mas áun no asoman los enemigos, sin dubda á mis desventurados compañeros deben de estar destrozando, ¡oh desventurados de vosotros, y quán afortunado fué vuestro nascimiento, pues tan mal habréis logrado vuestra alegre juventud! Agora el diablo creo me hace á mí blasonar de las armas, y siendo más cobarde que una gallina, lo qual por un cabo es bueno, porque siquiera me tengan en algo; mas doy á la mala rabia tenida que por ella habeis de andar siempre la barba sobre el hombro, y estar obligado á que ninguno en toda la ciudad haga desafío que por compañero ó padrino no os convide, donde en diez años que en esto he andado, he sacado de barato este relativo, ó rascuñillo de veinte y cinco puntos que tengo de oreja á oreja, y tres veces apaleado, y quiera Dios que esta noche no quede la vida por las costillas. Mas ¿qué digo yo? si tras mí vinieran, ya hubieran llegado; sin duda por la otra calleja se fueron, y si esto es ansí, y mis compañeros quedaron libres, en el mundo no me conviene parar; mas, empero, buena escusa será llamar á Velmonte diciéndole que riñen los compañeros; buen consejo es, allá vuelvo, mas no sea el diablo que me engañe, mas todavía quiero ir, que allí pienso que está. ¡Hola, hola, señor Velmonte, que matan á nuestros compañeros, pese al mundo, que nosotros y vos enhoramala acá venistes esta noche!
Velm. ¡Oh mi señora Alpina! ¡á Dios quedeis, que voy á ver qué sea esto!
Alp. ¡Oh señor, no salgais, no os acaezca alguna desventura!
Velm. Dexadme, señora, que mal haria que viniéndome acompañar se viesen en algun peligro y no los favoreciese.
Alp. Pues á Dios vais, que en gran fatiga quedo; tomá, que se queda la rodela.
Velm. ¿Qué es esto, Escalion?
Esc. Andad, que allá lo veréis; echad mano, que así conviene muramos como hombres; échense esas lanzas en los pozos.
Velm. ¿No diréis qué es?
Esc. Treinta hombres, que bien lo decia yo ántes.
Risd. ¿Para quién, Velmonte, para quién?
Velm. ¿Que no estais todos muertos, que así me lo dixo Escalion?
Risd. Anda, calla, era nada, el alguacil y dos porquerones que van rondando, fuéronse en conociéndome.
Esc. ¡Oh pesar de la leche que mamé, y tal me decis! Dexadme, que yo haré á nada, que no me ponga otra vez á mí en alboroto.
Velm. Dexalde al cobarde, que no hayais miedo que mate moro.
Risd. Pues que si le vieras ir voceando, que parecia que ciento iban tras él.
Esc. Quiero volverme y decir que no los hallé; mas ¿qué rodelas y espadas son éstas? sin duda algunos huyendo de la justicia, como acontece, las arrojaron en este portal para volver por ellas; de molde me vienen, que diré que dexo á sus dueños mal heridos. ¡Oh, descreo de la hórrida barba de Caron, y cómo por tener piés los demas se escaparon, que ellos conoscieran quién es Escalion!
Velm. ¿Qué es esto, Escalion? ¿qué rodelas y espadas son ésas?
Esc. ¿Qué ha de ser, pese al mundo? mis cosas que no pueden dexar de ser.
Risd. Cuéntanos, Escalion, por tu fe, lo que ha pasado.
Esc. Habeis de saber que, como fuese tras el alguacil como vistes allá abaxo, salieron docena y media de hombres á mí, y como yo iba enojado, por la ganzúa y tinacetas del buen ladron, no hice dellos más caso que si uno ó dos fueran; pues doy tras ellos tan denodadamente, que al primero maté y el segundo no habló más; los otros, por presto que quise ir á ellos, con miedo de mis regurosos golpes, tomaron las de villadiego, que fué parte para les dar la vida; yo por guardar mi costumbre, que es gozar del despojo de los vencidos, les tomé las armas que veis.
Risd. ¿Es posible eso, Escalion?
Esc. Posible, por vida del turco, andad comigo; vellos heys que no bullen pié ni mano con dos heridas terribles, que Héctor ni áun su hijo Astianax, el que Ulíxes despeñó de una torre, no las hicieran.
Risd. Dalo al demonio, vámonos á la posada, no nos echen á todos la culpa.
Esc. ¿Qué echar culpa? ¿no estoy yo aquí? que sabida la verdad, el mismo Corregidor dirá que vayan con los muchos, porque tomar de mí la enmienda sería echar á perder el reino todo.
Velm. Vámonos, por vuestra vida, Escalion, que todavía es bueno ponernos en salvo.
Esc. Sea así, pues lo quereis.
Risd. Decidme, Escalion, por vuestra fe, ¿cómo nos dexastes denántes quando el alguacil?
Esc. Ya no más; sabed que yo, con la música, estaba un poco dormido, y despertando á deshora, semejóseme que treinta hombres nos iban á matar, y porque no me hallasen de sobresalto, desviéme para echar mano y ponerme como convenia, y así ansí, acordándome de Velmonte, fuíle á llamar porque todavía hiciera su parte.
Risd. Agora bien está, aquí nos podemos despartir y cada uno á su posada se vaya á dormir lo que de la noche queda; en lo de los muertos nadie hable palabra, que no sabiéndose el matador todavía no tenemos peligro, lo que si se sabe es al contrario.
Velm. Sea pues; señores, por este suceso se pierde la colacion, mas otro dia se vendrá, señor Carduel, yo serviré las mercedes.
Card. Servicio y pequeño. Señor, Dios os guie.
CENA TERCERA DEL PRIMER ACTO.
En que Flerinardo se levanta y pide á su criado Velmonte de vestir, pasando con él muchas razones sobre el amor; viene Selvago á le visitar. Flerinardo cuenta un sueño que dice haber esa noche tenido, despues de lo qual Velmonte dice lo que á todos esta noche con la música ha acontecido. Luégo Selvago y Flerinardo se van cabalgando á ruar. Entre tanto Escalion va á pedir cuenta á una mujer que tiene en el lugar público, sobre lo qual riñen y pone él manos en ella, siendo luégo por un otro rufian, llamado Hetorino, apartados. Introdúcense:
FLERINARDO. — VELMONTE. — SELVAGO. — ESCALION. — RISDEÑO. — LESBIA. — HETORINO.
Fler. ¿Mozos, mozos?
Velm. Señor.
Fler. ¿Es de dia?
Velm. Más acertado fuera preguntar si era hora de comer.
Fler.