Que no les dé flojera llegar al salón de clases antes del entrenamiento y "hablar" con él, con el espacio. Él les contará todo, cómo interpretar la escena, cómo realizar el espectáculo. ¡Es verdad!
¡Principiamos! ¡Principiamos!
Acostumbro observar a los actores que llegan temprano al entrenamiento. ¿A qué vienen? ¿Por disposición de las autoridades de la escuela o del teatro, o por un afán personal, a veces inconsciente, de hacer una actividad mágica? ¿Qué esperan del entrenamiento? Para mí éste es un acto metafísico. Si el actor, al llegar al entrenamiento no aspira a la transición de una realidad a otra, será inútil para él, será simple pérdida de tiempo. Incluso diría que en este caso el entrenamiento, además de nocivo, sería más bien un adiestramiento.
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Considero importante el hecho de que los actores comiencen las clases de manera independiente, y no bajo la supervisión de la maestra, el maestro o el director de escena. Nadie los está forzando, todo debe ser hecho porque uno quiere hacerlo. Es de vital importancia que el actor tome su propia decisión para comenzar, y no por órdenes del jefe de la terminal de ferrocarriles: "¡Principiamos! ¡Principiamos!"
No tengo la intención de despertar a los actores después de una noche feliz. Si convoco a la clase de entrenamiento a las 10, sé que los actores se reunirán antes de esta hora y dedicarán unos 20 minutos a desentumecerse, a su preparación individual para el encuentro con el maestro y para su entrenamiento. Alguien se estirará en el piso, otro pronunciará sonidos extraños junto a la pared, alguno se parará de cabeza sin respirar. Los actores llaman "liberación" a este desentumecimiento individual. Pero entender la liberación solamente como relajación no es suficiente. K. S. Stanislavski escribe detalladamente acerca del tema en El trabajo del actor sobre sí mismo. La liberación es interior. Ésta es justamente la meta de todas las religiones, de todas las épocas y pueblos y de todos los entrenamientos. Aquí hay un significado más elevado y no simplemente un descanso para los músculos y la mente. Todos los ejercicios antes del entrenamiento deben liberar internamente al actor para que luego él pueda acumular, llenarse. El actor debe estar listo para la acumulación.
La liberación es la preparación de su "campo" para la siembra, para que germine la semilla. Es la preparación del vacío para rellenarlo.
Por supuesto que el camino a la liberación es un asunto personal. No hay una lista de ejercicios que convenga a todos los actores. Conociéndose a sí mismo, el actor seleccionará los ejercicios que favorezcan su liberación. Es como la religión: de repente comprendes que eres católico o budista. Eso te pertenece. Es tu rezo, tu conversación. En ese "campo" escuchas respuestas. Por eso, al sacar esos ejercicios del contexto de la clase teatral, pongo en manos del actor la "transición" ritual. Es su decisión, su asunto, su elección.
Me gusta que no haya ejercicios parecidos, que cada quien haga aquellos ejercicios y utilice el sistema que le ayude a prepararse para la migración del territorio de la vida al territorio del arte. Me gusta observar cómo el actor afina su instrumento, igual que los músicos de una orquesta afinan los suyos antes de iniciar un concierto. La afinación es una hermosa, maravillosa música para mí. Aún no hay ni cadencia ni ritmo definido, ni una melodía armoniosa. Posteriormente todo esto confluirá en una unidad, que se moverá según una sola ley, siguiendo las mismas reglas. Todos estarán juntos, pero cada uno trabajará por sí mismo. Así, de la unión de diferencias, paulatinamente nacerá un ensamble. Pero eso ya será una música completamente distinta.
¡Principiamos! ¡Principiamos!
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Un momento. Quiero decir algo más. No lleguen corriendo al entrenamiento en el último minuto. Salgan tranquilamente de su casa, organicen su trayecto sin ajetreo. Caminen por la calle un poco más lento de lo normal. Dejen de ser esclavos de las prisas. Esto es importante. La experiencia de la vida en la calle ayuda poco a nuestra vida en el escenario. Hay que desconectarla. Utilicen el camino al teatro o a la escuela como un entrenamiento especial, un entrenamiento de renuncia a los reflejos e instintos cotidianos de la persona común que lucha por una mejor vida. ¡No la escuchen! ¡No participen! ¡No vean! ¡No luchen! ¡Escuchen la voz de un pájaro en los rechinidos de los carros, vean la sonrisa feliz de un niño, asegúrense de realizar una acción cortés!
He observado que el actor, al llegar a la clase, por regla trae consigo la agresividad de la calle. El pedagogo debe observar esto y ayudar al actor a liberarse de ella. La calle es más fuerte que el actor. Hay muchos contratiempos y el actor los percibe como ofensas personales. Al abrirse paso a través de obstáculos, cada uno de nosotros destruye su protección energética. Rompe su personalidad. Se destruye a sí mismo. De ahí surge su carga agresiva, su "ser insultable, ultrajable". El actor que llega al entrenamiento ni siquiera lo nota, pero esta carga existe y está presente.
Lo mismo le ocurre al pedagogo que llega corriendo a su clase en el último minuto, saltando del autobús y entrando al salón de clases. Tengan en cuenta que la carga negativa del docente es mucho más activa y nociva para todo el grupo y para el bien común. Es lo que primero se debe eliminar, suprimir; es necesario quitar todo lo pernicioso que se quedó grabado como si fuera un disco. Les aseguro que hacer esto para el pedagogo solo es mucho más difícil que para el actor rodeado de un grupo de amigos. Por eso, no entren al salón, no comiencen la clase hasta que no se aseguren de que "la capa de la calle" haya sido eliminada. Es mejor llegar más tarde que llevar una "bacteria".
¿Qué purifica mejor? Si en el camino encuentra una iglesia vacía, entre en ella y quédese allí por unos 10 minutos. En caso de que haya mucha gente en la iglesia, entonces puede caminar junto al agua: un río, un lago; simplemente, sea el primero en llegar a la clase.
La calle y el teatro, la frontera y su cruce siempre representan estrés. Los sucesos que le acontecen a un actor en su personaje son también momentos para atravesar la frontera. He observado algo: la mayoría de los actores interpretan de forma agresiva las cosas que les suceden a sus personajes sobre el escenario. Sólo hay agresión. Es el resultado de una continua y cotidiana afrenta que el actor experimenta en la vida y, sobre todo, en la calle. Hay que eliminar esto del escenario. ¿De qué manera? Muy simple: entrenamiento en la calle. Y por último, antes de abrir la puerta-frontera, la puerta del teatro, de la escuela, pregúntense: ¿a qué vine aquí?
Apuntes del cuaderno
Mandamientos de la escuela japonesa de esgrima:
1 Modestia en la vida cotidiana, limpieza.
2 Yo soy el mejor esgrimista del mundo.
3 Para mí este combate es el último.
Males de los esgrimistas:
1 El deseo de triunfar.
2 Utilizar trucos técnicos.
3 Demostrar todo lo que aprendiste, lo que conoces, lo que sabes hacer.
4 El deseo de tener un rol pasivo.
5 El deseo de librarse de todas las enfermedades.
Yo soy el mejor actor del mundo, este espectáculo es el último para