El papel del pedagogo en el entrenamiento no es el menos importante y por eso, antes que nada, me presento. Soy un profesional del teatro. No sé hacer otra cosa. Y no quiero. Es la verdad. Desde la infancia me persigue el sentimiento de vergüenza cuando me dedico a un asunto que no sea el mío. Siento que se me va a acercar alguien, me tocará el hombro y me preguntará con severidad: "¿A qué te dedicas?" Justamente son las preguntas del tipo ¿qué sabes?, ¿quién eres?, ¿cuáles son tus habilidades?, las que durante la mayor parte de mi vida me forzaron a estudiar mi profesión y a cambiar constantemente mis ideas sobre ella y sobre mí. He comprendido que jamás me libraré de estas preguntas, que me persiguen no sólo a mí, sino a cualquiera que haya decidido unir su destino al teatro y a la pedagogía. La pedagogía teatral es la profesión de los artistas, de los profesionales del teatro. Al trabajar en el teatro siempre sentía que no hay momento más trágico en la vida del artista que cuando vas creando a ciegas, cuando las chispas de la inspiración son cada vez menos frecuentes, cuando las dudas se convierten en permanentes compañeras de viaje. Y lo sentí con mayor agudeza cuando comencé a ocuparme de la pedagogía. Sólo cuando comienzas a enseñar, realmente empiezas a percibir la falta de conocimientos. Comprendí que en la escuela las preguntas sobre el arte teatral surgen diariamente y exigen respuestas; que temerlas o aparentar que todo está claro significa ir directamente al diletantismo, es decir, a la muerte artística. Fue entonces cuando se me reveló el único camino para permanecer vivo en la profesión: aprender yo y enseñar a otros. No conozco otro camino.
Hay que conservar los conocimientos de cada profesión; eso me enseñaron mis maravillosos maestros Yuri Malkóvskii (alumno directo de K. Stanislavski), Oleg Kudryashov, Mijaíl Butkevich y Anatoli Vasiliev, todos ellos alumnos de María Knebel, quien, a su vez, fue la excelsa alumna de Stanislavski. Tengo miles de alumnos y un equipo de maestros; son alumnos de toda mi confianza. Todos nosotros somos ramas de un mismo árbol pedagógico. Una misma escuela. "Todo lo que aprendieron de mí, lo que lograron por ustedes mismos, todo hay que reunirlo por migajas y entregarlo a otros", es lo que dejo por testamento a mis alumnos. ¡Es imposible que sea de otra manera! Tengo cientos de hojas con anotaciones. ¿Debo tirarlas? ¿Dejar que desaparezcan junto conmigo? Es estúpido. Son mis ejercicios, los ejercicios de mis maestros y de los maestros de mis maestros. No puedo hacerlo. Son cientos. ¿Cómo se fueron creando? ¿A qué llevaron? Están reunidos y escritos sobre cajetillas de cigarros y programas teatrales. Ahora pueden ser útiles a mis alumnos, a otros pedagogos, a todos aquellos que quieren dedicarse profesionalmente al teatro, a aquellos que no saben, pero que quieren aprender "cómo se hace". Así, si Dios quiere y sin temor a equivocarnos, cada día será un nuevo comienzo.
Empecé a anotar estos ejercicios hace 25 años, cuando todavía estaba en Rusia. Luego continué en Suecia, Alemania, Suiza, Islandia, Eslovaquia, Italia, Bali, Rumania, Noruega, Dinamarca, España, Hungría, Austria, Montenegro, Bangladesh, Chipre, Francia, Ucrania, Inglaterra, Polonia, Canadá, Croacia, República Checa, Irlanda, Estonia, México, Brasil, Estados Unidos, Filipinas, Kazajistán, Cuba, Colombia, India, Letonia, China, Grecia, Corea, Indonesia, en todas partes donde trabajaba. De esta manera se armó este libro de ejercicios, el cual aún no está terminado y seguiré escribiendo hasta el último de mis días. Éste es el legado de mis maestros. Éste es mi legado. Por eso este libro se convirtió en mi libro fundamental. Es importante que cada uno tenga su libro. El libro siempre ayudará en el momento de dudas. Quiero que ustedes también tengan su libro. No importa si está publicado o son simples anotaciones en un cuaderno. Todos los ejercicios los he anotado sobre una mitad de la página, la otra mitad la dejo para que trabajen con el contenido, hagan sus anotaciones, completen y desarrollen los ejercicios. Éste es mi libro. Éste es su libro. Transmitan lo que consideren provechoso a aquellos que llegarán después, y éstos a los que les seguirán. Hoy los conocimientos son particularmente necesarios para el teatro. Es tiempo de reunirlos. Luego veremos quién tuvo la razón y quién se equivocó. Todavía queda tiempo para eso.
De repente cumplí 65 años. Amo la cultura de Japón. Mi hijo menor tiene 27 años. Imparto muchas clases, realizo pocas puestas en escena, organizo festivales de pedagogía teatral y escribo libros. Trabajo en los trenes, en los aviones, en los hoteles, en casas ajenas, en mi cocina y, en general, donde se pueda. Escribo estas líneas en Cerdeña, pero vivo en Berlín. Mi medio de transporte preferido es la bicicleta. Mi hijo mayor vive en Nueva York, raras veces llama. En ocasiones vienen amigos y tomamos vodka. Hace poco nació mi nieto. Comencé a descubrir la belleza de México. No deseo reducir todo esto a mi estado de ánimo personal. ¿Para qué? Hoy soy así y escribo con errores, mañana seré otro y escribiré de otra manera. Hoy MI teatro es mi desgracia, pero mañana puede ser mi alegría. ¿Quién sabe? Hoy estoy cansado, eso quiere decir que debo comenzar la lección.
Y nuevamente surge la pregunta: ¿comenzar con qué?
Eso es lo que pienso antes de cada clase. Surge esta pregunta, me alegro; no surge, me preocupo. Me agrada este sentimiento de frenética inseguridad en mí mismo, en mis conocimientos. Está el riesgo de equivocarme, pero también la posibilidad de acertar. El pedagogo se siente como el actor antes de salir a escena, o como el jugador antes de tirar los dados. Lo sé porque actuaba. Es un sentimiento artístico.
Una nueva clase. Un nuevo libro. Una nueva interpretación. Es importante saber a quién enseñas, para quién escribes, con quién actúas. He escrito muchos libros para teatro. Están publicados en muchos idiomas. Este libro que ahora surge está dirigido a actores y directores de escena, y está dedicado a los pedagogos teatrales. Nuevamente me emociono, como si lo escribiera por primera vez. Así es, se trata de un nuevo libro. Una nueva clase. Otra vez reviso el libro, lo redacto y lo completo para mis colegas: los pedagogos de las escuelas teatrales. ¡Y, sin rodeos, juego con el compañero, seguramente el más difícil y conservador de los oponentes, el maestro! ¡Qué paradoja!
Pronto comenzará la clase. Me emociono. Sin embargo, por el momento, no siento ninguna responsabilidad importante. ¿Nunca les ha sucedido que perciben un sonido sutil, que se escucha muy cerca, y casi lo pueden tocar con la mano? Esperan el siguiente y no llega. Uno espera un largo rato. Entonces te entra la duda: ¿habrá existido este primer sonido? ¿Tal vez no hubo nada? O, por ejemplo, en un sueño: está todo claro como en una pintura. Despierta uno a las ocho de la mañana y no recuerda nada. ¿Habrá que anotarlo? Es de noche. Te levantas, corres al escritorio, tomas una hoja de papel, buscas una pluma, anotas con todo detalle, regresas, te acuestas, te duermes. Lo lees por la mañana y encuentras sólo desvarío. Te elude… Pasa lo mismo con las voces de los amigos, con los rostros de los alumnos. Con los conocimientos sobre el teatro.
¡Principiamos! ¡Principiamos!
Pronto comenzará la clase. ¿Qué sabían ustedes acerca del teatro, acerca de la profesión actoral? ¿Acerca de la profesión del docente teatral? ¿Qué decían? ¿Qué interpretaban? Pregúntense: ¿Saben ustedes eso ahora? ¿Están ustedes seguros de que es esto justamente lo que quieren transmitir a sus alumnos? Si quisieran contestar con sinceridad, descubrirían que experimentan profundas dudas acerca de la mayoría de sus conocimientos.
¿Les ha pasado esto? Ayer… Y ésos ya no son sus conocimientos, ni sus descubrimientos, como si alguien alguna vez se los hubiera comunicado a otra persona, pero no a ustedes. Estos conocimientos ya no tienen ningún valor para ustedes; es como si fueran ajenos, no creados por ustedes. Un nuevo libro, recién editado, una clase llevada a cabo con éxito o un ejercicio