Efectos secundarios. Alejandro Badillo. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Alejandro Badillo
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Языкознание
Год издания: 0
isbn: 9786078512768
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oficinas de distancia, el recorrido de otro carrito atestado de papeles. Transcurre la mañana. Su mente está revuelta y confusa: Juana y el dinero cayendo a un abismo. Billetes y billetes reduciéndose a nada. Ya ha intentado divorciarse. Al principio, ingenuamente, pensó que ella aceptaría sin demasiadas reticencias. Si la vida era un infierno para él era lógico que ella, al menos, encontrara algún alivio con la separación. Sin embargo, Juana se rehusó desde la primera vez. Al principio sus negativas eran airadas, invocaba sentimientos inexistentes: ¿Acaso su petición era un reclamo encubierto por no haber podido tener hijos? Él se defendía y esbozaba argumentos y más argumentos. Pero, pronto comprendió que ella estaba más allá de las razones. Le gustaba alargar el suplicio, hilvanar los días con lentitud hasta que la muerte no fuera un deseo, sino una necesidad.

      Las manecillas se acercan a las dos de la tarde. No hay más: necesita matarse. Es la única salida, la única forma de escapar para siempre de Juana. Tiene que ser de inmediato, en caso contrario su cerebro comenzará a trabajar, a encontrar absurdas justificaciones y seguirá en este mundo, donde apenas respira entre los muertos vivientes. No ha planeado nada. Sabe de algunos suicidas famosos: gente que acarició largamente la idea de matarse y delineó con minucia su despedida, como quien elabora una obra de arte. Él, para variar, no tiene nada, acaso una intención que pronto puede evaporarse. No debe claudicar. Lucha y echa a andar la imaginación: puede subir al último piso del edificio y arrojarse al vacío. Son quince pisos. Se amedrenta: esos segundos de caída libre pueden ser eternos. Siente escalofríos.

      Al fin llega la hora de la comida. Camina por el pasillo principal y no puede evitar una sonrisa cuando mira el carrito atestado de papeles. En la calle se convence de ir a su casa. Ahí, en la sala, en medio de tantos objetos que representan la podredumbre de sus días, encontrará el valor y la forma de despedirse para siempre del mundo. Camina en la calle repleta de gente. Toma su último camión del transporte público. Llega a casa. Siente algo parecido a la esperanza cuando piensa en lo que su esposa tendrá que decir cuando la investigue la policía y tenga que admitir, al menos, su contribución a una debacle que pondrá en entredicho su vida perfecta. Abre la puerta principal y, entre los objetos disponibles para acabar con él, piensa en el veneno para ratas que compró unos días antes. Luego la alacena: encuentra detergente para ropa, una desafilada segueta, barniz para madera que ya se petrificó. No está el frasco. Comienza a pensar en Juana: seguramente lo cambió de lugar o, mejor aún, lo escondió previendo sus intenciones de matarse y, así, continuar la tortura de todos los días. Esta certeza gana presencia en su mente. Ella siempre va un paso adelante. Incluso, en ese momento, sin necesidad de estar presente, ha ganado la partida. Avienta objetos, arroja por la ventana el odiado retrato de bodas. Busca bajo la cama, en los estantes del fregadero. Nada. Podría ir a la ferretería de la esquina para comprar un frasco nuevo pero el odio lo paraliza, crece cuando imagina a Juana, su voz que lo despierta todas las mañanas con alguna petición imposible. Se enoja tanto que la tensión inunda su cuerpo. El corazón resiente el esfuerzo y se colapsa lentamente, como un edificio a punto del derrumbe. López, en medio de la sala, se desploma. Antes de morir esboza una sonrisa: sabe que ha ganado.

       LOS PRIMEROS DIOSES

      Una nueva teoría sobre el origen del universo afirma que hubo una condición especial o un «error» en el big bang. Según esta perspectiva la expansión que siguió al gran evento se detuvo casi inmediatamente por causas desconocidas. El polvo y materia estelar quedaron concentrados bajo presiones inimaginables y el infinito no pudo ser colmado. La polémica teoría afirma que un poco de materia logró escapar de la gravedad concentrada y evolucionó hasta crear su propio espacio–tiempo y sus leyes físicas. Con el paso de miles de millones de años la materia tomó forma y moldeó un sistema solar que flotó a poca distancia, como un apéndice luminoso del universo abortado. Uno de los planetas tuvo las condiciones necesarias para crear vida inteligente. Estos seres primigenios se desarrollaron de forma ininterrumpida bajo un cielo sin estrellas, nebulosas ni galaxias. Con el tiempo construyeron enormes telescopios y descubrieron la condición anormal del universo que seguía concentrado, latiendo pero sin lograr la explosión definitiva. Muchos años después tuvieron la tecnología suficiente para enviar una nave que extrajera materia condensada del centro del universo fallido y esparcirla por el vacío que los rodeaba: moldearon galaxias, colorearon nebulosas y comprimieron pesados agujeros negros. Así nació de forma artificial un segundo universo que reemplazó al original, y que nosotros tomamos por verdadero.

       LA VENTA

      Llegaron un sábado por la mañana. Pidieron hablar con el dueño de la casa. La calle estaba blanca por los rayos del sol. Los dos hombres, vestidos con trajes oscuros y zapatos de charol, esperaron mientras el niño se internaba en el pasillo para buscar al viejo. Bastaron unos segundos para que apareciera su figura encorvada. Vestía una camisa medio raída y unos pantalones de mezclilla que le quedaban flojos. El calor y la humedad le abrillantaban la frente.

      —¿Qué se les ofrece? —preguntó el viejo, mirándolos fijamente.

      —Queremos comprar la casa —dijeron a una sola voz.

      El viejo entrecerró los ojos. Un ladrido lejano cortó el silencio.

      —Esta casa nunca ha estado en venta, señores —dijo mientras se fajaba la camisa. Después se subió los pantalones. Los hombres no respondieron y se dedicaron a mirar la fachada medio derruida y un balcón repleto de macetas con geranios. Demoraban la observación. Parecían darle al viejo una oportunidad para rectificar. Él, sin embargo, hizo gesto de regresar al interior de la casa.

      —Espere —dijeron con voz firme.

      El viejo llevó las manos a los bolsillos. Le molestaba verlos tan frescos, con los sacos abotonados y los nudos de las corbatas impecables. Frunció la nariz y encorvó un poco la espalda. Los hombres apenas parpadeaban. No había nadie en la calle. Los árboles, en las banquetas, eran puros esqueletos desvencijados.

      —Nos han dicho que vende la casa —insistieron.

      El viejo calculó la nueva frase que, aun vaga, ganaba en fuerza.

      —¿Quién les dijo? —preguntó. Sacó las manos de los bolsillos y extrañó los días en que intimidaba a sus enemigos con solo mirarlos. Las fuerzas, desde hacía mucho, le menguaban. Le gustaba hacer sencillos trabajos de carpintería que, aunque mal pagados, le permitían comprobar que la fortaleza no se había ido del todo.

      —Muchos saben en el pueblo.

      El viejo comenzó a fastidiarse. Estaban jugando con él. Los hombres permanecían impávidos, aunque había algo en sus ojos, un brillo húmedo acaso el cual les otorgaba vida.

      —¿De dónde vienen ustedes? —les dijo más molesto que intrigado.

      Los hombres apretaron los labios y se miraron entre ellos. No habían movido los brazos en toda la plática y apenas gesticulaban. Parecían dos muñecos abandonados por el ventrílocuo. Los trajes, a la distancia, se veían muy finos. Las camisas, muy blancas, hacían contraste con las corbatas rojas. Sus mancuernillas relampagueaban. El viejo miró con interés su atuendo y tuvo una idea:

      —La casa es muy antigua. Pueden revisarla y hacer un ofrecimiento.

      Los hombres sonrieron. Parecían niños que ven cumplido un deseo largamente añorado.

      —Nos parece bien.

      El viejo dio media vuelta. Mientras enfilaba al pasillo trató de atisbar si había algún auto en la calle desierta. En vano. Quizá los hombres lo habían dejado en un callejón aledaño. Otra posibilidad era que hubieran llegado en la única corrida de autobús que conectaba al pueblo con la región. Sin embargo, sus trajes sin una sola arruga y los zapatos brillantes como espejos hacían difícil esa opción.

      Se internaron por el largo pasillo. Las paredes, revocadas con cemento, mostraban agujeros, grietas y huellas de humedad. Tal vez por eso los hombres echaron atrás las cabezas y alentaron su paso. El niño que los había recibido volvió a aparecer. El viejo le ordenó que regresara a jugar. Los hombres, visiblemente optimistas, tomaron la iniciativa:

      —¿Y en cuánto la vende?

      —Esperen