Un antiguo rencor. Georges Ohnet. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Georges Ohnet
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Языкознание
Год издания: 0
isbn: 4057664185471
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Guichard; si, el señor Roussel, el tutor de Mauricio.

      —Y primo hermano de usted, insinuó la señora Tournemine.

      —Y mi más mortal enemigo, sí, señora. He aquí el peligro para mí.... Pero lo he prevenido de antemano. El señor Mauricio Aubry está indispuesto con su tutor y la ausencia del señor Roussel en un día como este es buena prueba de lo que la digo. Sí; para entrar en mi casa, el marido de mi sobrina debía romper todos los lazos con el que me odia.... Era preciso que escogiera entre él y nosotras y así lo ha hecho. ¿Podría haber dudado un solo instante?

      Al decir esto, la señorita Guichard señalaba á los recién casados que estaban de pie cerca de la ventana del jardín, muy cerca el uno del otro, sonrientes y radiantes, formando un precioso grupo. La joven se había quitado el velo y la corona y con el traje blanco cubierto de flores de azahar, rubia y sonrosada y los ojos animados por la alegría, era la imagen viva de la felicidad. Muy moreno, la barba en punta, el cabello cortado coronando una hermosa frente, viva la mirada, Mauricio había cogido la mano de Herminia y la hablaba con animación. ¿Qué decía? La señorita Guichard no podía oírlo. Pero la joven movía la cabeza con aire de duda y una cierta inquietud. Dió algunos pasos por la escalinata y lentamente, seguida por Mauricio, descendió al jardín. Una vez allí, seguros de estar á salvo de los indiscretos, reanudaron la conversación empezada en medio de sus invitados.

      —Era el único partido que podíamos tomar, dijo Mauricio.

      —Pero ¡qué peligroso! suspiró Herminia.

      —Si hubiéramos descubierto nuestros proyectos todo estaba perdido; ¿podíamos entonces obrar de otro modo que como lo hemos hecho?

      —Es verdad. Pero, sin embargo, me oprime el corazón la idea de que engaño á la que me ha servido de madre.

      —Es por su misma tranquilidad.

      —¿Estás bien seguro?

      —Mi padrino está pronto á reconciliarse con ella.... Ayer mismo me lo repitió y lo hará por cariño hacia mí. ¿Puedes admitir que la señorita Guichard sea más intransigente y menos tierna?... Hay que contar con la primera impresión que producirá á tu tía la presencia del señor Roussel. Él está decidido á ofrecerle la mano y hasta á darle explicaciones, ¡y bien sabe Dios que no se las debe!... Si ante tanta condescendencia la señorita Guichard no se desarma, será preciso desesperar de todo. Yo estoy lleno de esperanza porque te adoro, y sin esa reconciliación no hay dicha posible para nosotros.

      —¡Ah! Mauricio, hemos sido muy atrevidos ocultando la verdad á mi tía ...¡Acaso hubiera sido mejor decírselo todo!

      —¿Para que un cuarto de hora después me hubiera puesto en la puerta y me hubiera impedido volverte á ver?

      —Es posible que yo la hubiera enternecido con mis súplicas y mis lágrimas. Me quiere verdaderamente y hubiera dudado antes de causarme tanta pena....

      —Eso era dudoso, querida Herminia, mientras que ahora soy tu marido, me perteneces, tengo derechos sobre ti. Y si fueran puestos en duda....

      —Bien, ¿qué harías? preguntó la joven con encantadora sonrisa.

      —Tomaría una resolución violenta. Te llevaría, de aquí, y lejos de las luchas de familia, al abrigo de antiguos rencores, viviría para ti sola y trataría de hacerte olvidar con mi ternura las afecciones transitoriamente abandonadas....

      —Eso sería una ingratitud.

      —Eso sería habilidad. Ya verías como se establecía prontamente la inteligencia. El vacío que haríamos traería la reflexión y la reflexión produciría la reconciliación.... Créeme, querida Herminia, unidos somos muy fuertes.... Y si me dejas conducirte, si obras como yo te lo aconseje, tenemos segura la victoria.

      —Me hace mucha falta creerlo así....

      Estaban en este momento en una preciosa calle de frondosos árboles, lejos de todas las miradas. Mauricio rodeó con el brazo el talle de su joven esposa y la atrajo hacia sí. Herminia, ruborizada, bajó sus hermosos párpados y con un movimiento de gracioso abandono, apoyó la cabeza en el hombro de Mauricio.... Éste se inclinó hacia ella y dulcemente acarició con un beso la blanca frente y los cabellos de oro de la mujer amada.... Y con lentitud tomaron de nuevo el camino de la casa, donde, en el salón, abierto de par en par, la señorita Guichard seguía haciendo los honores, ignorando el peligro que le amenazaba.

      "Antiguo rencor" había dicho Mauricio hablando de los disentimientos que dividían hacía veinte años al señor Roussel y á la señorita Guichard. Hubiera podido añadir "rencor de amor", porque si la tía de Herminia odiaba tan ardientemente al tutor de Mauricio, era por haberle amado demasiado. Una pasión convertida en aborrecimiento y cuya levadura fermentaba siempre con violencia en el corazón de la solterona. Hacia el año 1867, el señor Guichard, soltero muy rico y cuyos herederos eran su sobrino, Fortunato Roussel y su sobrina Clementina Guichard, había acariciado el sueño de no dividir su fortuna y de casar á sus sobrinos. Esta alianza había sido fijada en una de las cláusulas de su testamento, y queriendo servirse del interés como agente de su voluntad, había desheredado al que se negase á casarse con su coheredero.

      Después de haber llorado al difunto lo que pedían las conveniencias, Fortunato y Clementina tuvieron una entrevista con el notario, el cual, al ilustrarles sobre las intenciones de su tío, les procuró una sorpresa que no era precisamente en los dos de la misma naturaleza. Mientras Clementina saltó de gozo, pues había sentido siempre resuelta inclinación por su primo, á quien se llamaba en su casa el bello Roussel, Fortunato torció el gesto, pues se sentía menos que medianamente predispuesto al matrimonio, por sus ideas generales acerca del santo lazo y mucho menos aún por su gusto particular hacia la señorita Guichard. Tan poco entusiasmo demostró, que su prima concibió un violento despecho, que se manifestó, no ciertamente con frialdades, sino con un aumento de amabilidad.

      Lo peor del caso fué que este modo de estar amable tenía en Clementina algo de molesto y de autoritario que crispaba los nervios de Fortunato. Parecía decirle: "Estoy condescendiente con usted, porque usted me pertenece. Mis bondades son una de las consecuencias de mi poder sobre usted. Le tengo á usted en mi gracia, como á mis perros, á mis loros ó á mis criados, si me acarician, me divierten y me sirven bien. Pero, ¡ay de usted, como de ellos, si no procura por todos los medios satisfacerme!" Y el diablo quiso, precisamente, que ese despotismo afectuoso fuese, entre todas las formas de ternura, la que más disgustase á Roussel, muy vivo, muy independiente, y absolutamente nada inclinado á dejarse dirigir, siquiera fuese por una mujer bonita. Porque Clementina, de edad de 23 años, era agradable, á pesar de un cierto aire masculino que se indicaba por la abundancia de sus cejas, la firmeza de su perfil, la dureza de su voz y ciertos movimientos bruscos que hubieran gustado en una cantinera. Con todo, tenía estatura elevada, buen aire, ojos magníficos, tez mate y admirable cabello negro.

      ¿Cómo, con tales prendas, Clementina no tenía pretendientes y se disponía á la ingrata tarea de vestir imágenes? Fortunato daba la explicación en pocas palabras: "Produce cierta inquietud y malestar, decía; ¡le parece á uno que está haciendo la corte á un hombre!" Sin embargo, no por ambición de dinero, porque Roussel estaba al frente de un negocio muy lucrativo, sino por obedecer la última voluntad de su tío, Roussel no había rechazado la idea de casarse con Clementina y había resuelto intentarlo; lo que denotaba en él que era un buen muchacho, porque su prima no le gustaba y él tendía poderosamente á la libertad.

      Convinieron en verse para tratar de ponerse de acuerdo y todas las tardes iba Fortunato á tomar una taza de té en casa de Clementina. Ésta se hacía de almíbar para recibirle y ordinariamente, cuando ella le había instalado á un lado de la chimenea, Roussel se decía, mirándola á buena luz: Verdaderamente, no es fea. Y procuraba por su parte romper el hielo que se amontonaba entre ellos. Todo iba bien durante una hora, pero después la provisión de amabilidad de Clementina y las reservas de paciencia de Fortunato se agotaban poco á poco, y llegaban las contradicciones, las discusiones, las frases agrias, y el primo salía de la casa con precipitación, pensando: Dios mío; ¡qué desagradable