Memorias de Idhún. Saga. Laura Gallego. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Laura Gallego
Издательство: Bookwire
Серия: Memorias de Idhún
Жанр произведения: Книги для детей: прочее
Год издания: 0
isbn: 9788467569889
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Jack lo miró, entendiéndolo. También él estaba confuso.

      Se sentó junto a su amigo.

      —Resulta –dijo– que Kirtash es un shek.

      —Sí, eso ya me lo has dicho. Por eso estoy tan perplejo.

      —¿Por qué?

      —Porque tiene forma humana, Jack, ¿no tienes ojos en la cara? Los sheks son serpientes gigantes que...

      —Lo sé, ya lo he visto bajo su verdadera forma...

      —Ahí está, Jack, que no tienen una forma verdadera y otra falsa. Como mucho pueden crear ilusiones, pueden hacer que los veas bajo otra forma. Pero son ilusiones, ¿entiendes? Las ilusiones solo son imágenes, no puedes tocarlas, no puedes pelear contra ellas, no puedes herirlas ni pueden herirte.

      »Los sheks más poderosos sí pueden adoptar forma humana, pero solo temporalmente. Y se nota a la legua que son sheks.

      —Bueno, siempre sospechamos que Kirtash no era del todo humano, ¿no?

      —No del todo, Jack, esa es la cuestión. Si fuera un shek, como dices, no lo habríamos sospechado, lo habríamos sabido desde el principio. Por otro lado, ningún shek permanece tanto tiempo bajo forma humana. Se consideran superiores a nosotros, ¿lo entiendes? Lo encuentran humillante. En cambio, yo a Kirtash lo he visto muy cómodo camuflado bajo un cuerpo humano.

      Los dos permanecieron en silencio durante un rato, mientras Alexander trataba de entender lo que estaba pasando, y Jack asimilaba aquella nueva información.

      —¿Cómo sabes tantas cosas sobre los sheks? –preguntó finalmente.

      Alexander se encogió de hombros.

      —He estudiado a los dragones –dijo–. Era lógico que también leyera sobre los sheks, la única raza de Idhún capaz de plantarles cara y salir victoriosa.

      —Yo nunca había visto a un shek –dijo Jack en voz baja–. No sé si todos serán como Kirtash, pero resulta...

      —¿Aterrador? –lo ayudó Alexander–. Es cierto, son criaturas formidables. Todavía no me explico cómo habéis salido con vida de esta.

      —Fue por Victoria. Él no quiso matarla, ¿entiendes? Podía haber acabado con los dos en un segundo, estábamos indefensos y, sencillamente... dio media vuelta y se marchó. Pudo elegir entre matarnos a los dos y dejarnos vivir, y eligió... no lo entiendo –concluyó, sacudiendo la cabeza–. ¿Por qué protege a Victoria?

      —Los sheks poseen una inteligencia retorcida y malévola. Muy superior a la humana, pero retorcida, al fin y al cabo. No trates de descifrar por qué actúan como lo hacen. No lo conseguirás.

      —Supongo que no. Es solo que... –vaciló–. ¿Puede ser que de verdad sienta algo por ella?

      —Despierta, Jack, es un shek. No puede sentir nada por una mujer humana.

      —¿Y si tuviera algo de humano? –insistió Jack.

      —¿Acaso importa?

      Jack tardó un poco en contestar:

      —Sí que importa –dijo por fin, en voz baja–. Porque Victoria se enamoró de él.

      —Y eso te duele, ¿eh?

      Jack se levantó con brusquedad y le dio la espalda, para que Alexander no leyera la verdad en su rostro. Durante unos instantes contempló en silencio el cielo nocturno a través de la ventana.

      —Tiene que tener algo de humano –dijo, sin contestar a la pregunta–. Victoria no se habría enamorado de una criatura como esa.

      Alexander no respondió. Se levantó también del sillón y se colocó junto a él, posando una mano sobre su hombro, en ademán tranquilizador.

      —Dudo mucho que fuera amor –dijo–. Ya te he dicho que los sheks son retorcidos. Y tienen poderes que nosotros desconocemos. La hipnotizó, la sedujo, la subyugó, o como quieras llamarlo. No era más que un hechizo, una ilusión.

      Pero Jack sacudió la cabeza. Había percibido el dolor de Victoria aquella noche, y era un dolor real, no una ilusión.

      —Lo que no me explico es por qué ella se dejó engañar –prosiguió Alexander, frunciendo el ceño–. La creía más fuerte.

      —No seas duro con ella, Alexander –protestó Jack–. Vale, yo también me siento molesto, pero tú no has visto a ese... ser. Si tiene poder para hipnotizar a la gente, como sugieres tú, dudo mucho que ni siquiera Victoria pudiera resistir eso.

      «Pero tengo que averiguarlo», se dijo el chico. «Necesito averiguar si lo que pasó entre ellos dos fue real o, por el contrario...» —Hay algo que me preocupa, sin embargo –dijo Alexander entonces.

      —¿De qué se trata?

      El joven movió la cabeza.

      —Kirtash es un shek. Eso quiere decir que no podemos enfrentarnos a él.

      —¿Por qué?

      —Porque es una criatura poderosa, Jack. Ningún humano sobrevive a un enfrentamiento con un shek. Es una lucha muy desigual.

      —Nosotros hemos sobrevivido.

      —Pero tarde o temprano perderemos. Ashran ha enviado a un shek a encontrar al dragón y al unicornio. Solo a uno. Porque no necesita más, ¿entiendes? Sabe que, por muchos que seamos, no tenemos ninguna posibilidad de vencer contra él.

      »La Resistencia está condenada al fracaso.

      «No podrás protegerle siempre, y lo sabes».

      Victoria sacudió la cabeza para quitarse aquellas palabras de la mente. Se envolvió más en las mantas, tratando de ocultarse del mundo, tratando de olvidar. Pero aún tenía todo lo sucedido a flor de piel, y las imágenes de aquella terrible noche regresaban una y otra vez para atormentarla.

      —Hola –dijo Jack.

      Ella tardó un poco en responder.

      —Hola –dijo por fin, en voz baja.

      Jack se sentó junto a ella, sobre la raíz grande, como solía hacer. La miró con intensidad. Todavía le costaba asimilar todo lo que había pasado. Victoria se había enamorado de Kirtash, su enemigo, un asesino que, para colmo, ni siquiera era humano, sino... una enorme serpiente. No había nada en el mundo que Jack pudiera aborrecer más.

      Y, sin embargo, por encima de los celos, de la rabia, de la frustración, lo que más le dolía era que Kirtash le había hecho daño a Victoria, que ella estaba sufriendo por su culpa. Comprendió que, más que riñas o reproches, lo que ella necesitaba en aquellos momentos era un amigo, un hombro sobre el cual llorar. De modo que decidió tragarse su orgullo e intentar ayudarla en todo lo que pudiera. Aunque, una vez más, tuviera que guardarse para sí sus propios sentimientos al respecto.

      —¿Cómo te encuentras? –le preguntó, con suavidad.

      —No estoy segura. Han pasado demasiadas cosas y...

      –se le quebró la voz; se volvió hacia Jack para preguntarle, cambiando de tema–: ¿Está muy enfadado Alexander?

      Jack se encogió de hombros.

      —Se le pasará.

      Victoria desvió la mirada.

      —He sido una estúpida –murmuró.

      —Te engañó, Victoria. Le puede pasar a cualquiera.

      —No, maldita sea, yo sabía quién era, sabía que...

      —¿Sabías que era un shek? Victoria guardó silencio.

      —No –dijo por fin–. Eso no lo sabía. Sabía que era un asesino, incluso sabía... sabía que es el hijo de Ashran, el Nigromante. Y aun así...

      —Espera, espera... ¿el hijo de quién?